De entre las sombras
Con la madera como bastidor, la cera como esponjosa y granulada materia y la multicolor pigmentación del óleo, José María Sicilia (Madrid, 1954) no sólo nos ofrece en su actual exposición madrileña unas extrañas y hermosas imágenes pictóricas -bellos cuadros, si se quiere, realizados por un refinado y cada vez más sabio artista-, sino, sobre todo, nos introduce en el temible y fascinante reino de la penumbra.
Este ingreso él lo llama "eclipses" y hay que reconocer que es un término sobremanera acertado, porque se trata de un fenómeno de interferencia visual en el que un cuerpo opaca a otro más brillante, pero, ¡atención!, lo hace de forma dramática; esto es: temporal. El fenómeno astronómico del eclipse, tal y como lo percibimos, es, en su plenitud, subitáneo, lo que significa que nuestra observación sideral radica principalmente en un proceso de, diríamos, "eclipsación", por el cual lo eclipsado se deseclipsa: un juego de luces y sombras.
JOSÉ MARÍA SICILIA
'Eclipses'
Galería Soledad Lorenzo
Orfila, 5. Madrid
Hasta el 17 de junio
Desde hace ya bastantes
años, quizá no menos de quince, José María Sicilia centró su atención, no en la luz, sino en su coagulación. Ésta fue la razón de su interés por la cera como materia prima y no sólo como técnica, pues esto último se venía haciendo de antiguo como "pintura encáustica". La cera es un material orgánico, que se licúa o endurece a determinada temperatura, lo que es sólo relativamente controlable por quien la maneja, y así facilita la posibilidad muy moderna de establecer una cierta ruta del azar, sobre cuya aleatoria industria nos queda una huella.
Sea como sea, José María Sicilia, durante toda una primera etapa de su trato íntimo con la luz, nos dejó una maravillosa y mística serie de coagulaciones blancas, de brillantes grumos transparentes, cuya densidad convertía el fondo del cuadro en una pantalla de brumosos contraluces. En el segundo momento de diástole luminosa, más próximo a la actualidad, Sicilia se embarcó en la ruta de exploración de lo oscuro, que es lo verdaderamente íntimo de quien ha intimado con la luz. Esta disciplina para adentrarse por entre los resplandores de las sombras lo abocó a lo más difícil: el dibujo.
A algunos les sorprendió es
ta deambulación, artísticamente tan exigente y dolorosa, quizá porque se olvidaron de Rembrandt, pero, a la postre, no hay creación que fructifique sin asumir riesgos. El riesgo del salto de la luz envasada a la revelación cromática de las profundidades subterráneas y de las profundidades estelares, donde las luces se apagan para ver. Es un salto vertical que sólo perciben los avezados ojos que escudriñan el refulgente manto de brocado de la negra oscuridad de la materia.
Apreciado el asunto desde la perspectiva horizontal que ha elegido Sicilia, se nos revela más coherente y rotundo. Mirando así él mismo el fenómeno de la luz crepuscular a través del cristal de una ventana repiqueteada por la lluvia, con sus gotas de grumos transparentes y sus fluidas venas que forman la cartografía cambiante de un delta fluvial, nos presenta una suerte de geografía del color, con sus haces luminosos enfrentados.
El milagro puntual de la re
fulgencia vitrificada de la luz agonizante. He aquí que el cuerpo opacante del eclipse es translúcido y esa barrera luminosamente franqueada nos aporta la costra orografíada de los colores y las formas de un paisaje inédito. La emocionante plasmación visual de sus tornasolados brillos por entre los meandros matéricos de una naturaleza aleatoria es un espectáculo estremecedor, que bien vale un viaje al fondo de la noche.
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