Antes y después
El día antes de la muerte de Rocío Jurado fue una jornada muy reveladora de parte de las entrañas de la televisión. Desde el viernes de la semana anterior, se esperaba una noticia que no terminaba de producirse. Y la espera se fue tensando hasta el punto de que las parrillas de programación empezaron a dar muestras de una evidente crispación. Sin embargo -y esta es la lección del día de antes- todos los canales de televisión tuvieron el mismo reflejo ante esa emergencia de tener que mantener abierta (y a la vista del público) su eterna lucha por la audiencia, pero esta vez agarrados a una "no noticia" (la expresión la oí en Antena 3). El riesgo de que las cadenas generalistas produjeran una peligrosa "saturación de nada" lo vinieron a conjurar un par de errores graves (de TVE y CNN+, para colmo, que anunciaron en falso la muerte de Rocío Jurado) y el hecho de que empezaran a oírse comentarios (en Channel nº 4, de Cuatro, o en La ventana de la SER) sobre el sesgo morboso y desmesurado que empezaba a tomar el tratamiento de la agonía de la artista. Los reporteros del corazón vieron de inmediato la salida: hablar de ellos mismos.
La agonía y muerte de Rocío Jurado lanza a las cadenas a una lucha por ganar audiencia
Contraportada (Canal Sur TV) se abrió ese día con un diálogo entre los presentadores del programa en el que se advertían a ellos mismos de que "esto" se les podía estar yendo de las manos. ¿A qué venía aquello? ¿No era más lógico que hicieran esa reflexión antes del programa y que el programa lo hicieran habiendo resuelto ya semejante duda? Idéntica simulación se estaba llevando a cabo a la misma hora en Antena 3, pero con mucho más descaro: expresa defensa corporativa de la prensa rosa frente al ataque de los medios "serios" que presuntamente la desprecian, y mucha dignidad herida. Ponían en cuestión su profesionalidad para defender su trabajo profesional, avisaban de los riesgos de inmoralidad de su conducta para a continuación seguir con ella. Es decir: dedicaron el tiempo de la espera a un reciclado de su legitimidad tan tautológico como impresentable. Así, el tiempo pasaba, y una de las sospechas que aún flota en el ambiente es si aquel miércoles no se estiró deliberadamente la duración de algún programa con la esperanza de que la noticia les pillara en antena. Esa es la autorreferencialidad de la televisión, que siempre se tendrá a ella misma para alimentar el espectáculo infinito. Todas las demás explicaciones que los periodistas se dieron a sí mismos y de sí mismos sobraban: desde la noche de terror que montó Nieves Herrero a propósito del triple crimen de las niñas de Alcaser, sólo ellos pueden creerse esas proclamas.
El día siguiente (jueves, 10,40 de la mañana), en una tertulia de Radio Marca alguien se queja de que los españoles ya no sentimos la camiseta de la selección española de fútbol como nuestra segunda piel. Otro le contesta que eso es por culpa de este "progresismo rancio que hay ahora; ya verás cómo ahora dirán que Rocío Jurado no era para tanto, que eso es una españolada de otra época". La lección del día siguiente también la conocemos: parece imposible que haya un solo palmo de terreno en el que alguien no haya instalado una máquina de triturar carne.
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