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Reportaje:Ofensiva contra la gran lacra del deporte

El silencioso papel de Labarta

El 'segundo' del Comunidad Valenciana era un hombre de Fuentes

Carlos Arribas

Una vez conseguida, en marzo, la invitación para el Tour, el Comunidad Valenciana, dirigido por Vicente Belda, decidió mantener un perfil bajo hasta julio. Nada de llamar la atención, nada de destacar, nada de poner en peligro la buena voluntad de los dirigentes de la grande boucle: la invitación al Tour era un asunto demasiado importante como para esforzarse en no cometer el mismo tipo de errores que dejaron fuera del Tour al equipo que antes se llamaba Kelme en 2004 y 2005. Los errores fueron tres, y ambos tuvieron que ver con el dopaje. Uno fue el positivo por EPO de uno de sus corredores, Javier Pascual Llorente, durante el Tour de 2003, el del Centenario; el segundo, fue el sospechoso abandono de cinco corredores del Kelme, con diarreas y vómitos, durante la Vuelta a Portugal en agosto de 2003. El tercero, el que coronaba todo, la guinda que daba sentido a tantas denuncias, fueron las revelaciones de Jesús Manzano, corredor del Kelme, al diario As, en las que explicaba el dopaje organizado por Fuentes y otros médicos en el seno de su equipo. En abril de 2004, el Tour no tuvo más remedio que anunciar a Belda que su equipo no sería invitado.

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Dos años después, y cumplida su penitencia, Belda pensaba tenerlo todo amarrado: su equipo había tenido un comportamiento impecable los últimos 24 meses, nadie podía dudarlo. Hasta el martes, hasta que al director alicantino le estalló la situación por donde menos podía esperarlo, por el lado de su fiel, silencioso y eficaz José Ignacio Labarta, su segundo director.

A Labarta, detenido el martes en su casa de Zaragoza, donde unidades de la Guardia Civil encontraron diversos productos dopantes, incluidos anabolizantes de origen alemán, le encanta hablar de preparación física, que es su especialidad. Se dispara cuando se le pregunta sobre el test Conconi, la prueba en que se cruzan los análisis de ácido láctico en la sangre de un ciclista con el número de pulsaciones de su corazón cuando se dispara el láctico para hallar así su umbral anaeróbico y programar sus entrenamientos. Porque a eso se dedica Labarta, a programar los entrenamientos de los corredores de un equipo al que llegó mediados los años 90, cuando lo dirigía Álvaro Pino y lo lideraba Fernando Escartín. Pero había algo más. Labarta, que no desdeñaba tampoco un buen debate sobre, por ejemplo, el diferente trato que recibe el ciclismo frente a otros deportes cuando se habla de dopaje, cumplía otra misión en el conjunto: era el hombre de Eufemiano Fuentes, quien cuando se retiró del equipo dejó al cargo de la faceta médica a su hermana, Yolanda Fuentes.

Antiguos compañeros de Labarta recuerdan la discreción y el secretismo con que trataba de los asuntos médicos con el ginecólogo canario, temas de los que no dejaba que nadie se enterara. A través de escuchas telefónicas, fotografías y grabaciones, los investigadores de la UCO determinaron que, una vez más, quizás, el papel de Labarta en la trama fuera más importante de lo que aparentaba, de lo que podría ser otro responsable de un equipo que gestionaba los recursos de hematocrito y sangre.

El quinto detenido, el ex ciclista de San Lorenzo del Escorial Alberto León, tenía, según los investigadores, el trabajo de correo y de chico para todo. Viajaba con las bolsas de sangre y otros productos a los hoteles donde los corredores las necesitaban y les ayudaba en las transfusiones.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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