El otoño de dos golfistas
"Si Txema tuviera la cabeza del Pisha, esa capacidad de relajarse de Jiménez, quizás sería el mejor jugador del mundo", dice un buen amigo de José María Olazábal. Quizás. O quizás no. O quizás si Jiménez tuviera la cabeza de Olazábal habría llegado donde ningún otro antes.
Estirando ligeramente el tópico las diferencias entre los dos golfistas españoles podrían resumirse así: ante una situación imposible, Jiménez, malagueño, sentido común, diría algo así como que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Mientras que a Olazábal, guipuzcoano, bastaría con decirle que es imposible hacer algo, que no tiene sentido ni intentarlo, para que, inevitablemente, tentara su oportunidad y, claro, consiguiera demostrar que imposible no hay nada. Analizada la situación, Jiménez, seguramente, encendería un buen habano, le daría una profunda calada, daría un sorbo a su gin-tonic y diría "así que a otra cosa mariposa". Olazábal, en cambio, endurecería la mirada, se mortificaría, se martirizaría, elevaría sus ansias de perfección al máximo, y aun se sentiría frustrado si lo que viera posible resultara, finalmente, imposible.
Olazábal y Jiménez se reúnen para inaugurar un campo y reconocen que ya están más cerca de los cincuentones que de los veinteañeros
Lo
cual no quiere decir que Olazábal y Jiménez no sean buenos amigos, que no bromeen cuando están juntos. Lo cual no quiere decir que no sean dos de los mejores golfistas del mundo.
Ambos jugadores, cada uno siguiendo los dictados de su cabeza, rozaron hace mes y medio la cima del golf: un último domingo de Augusta y en los puestos altos del leaderboard, flirteando con la victoria. Y fue espectacular mientras duró, hasta que Jiménez empezó a temblar viéndose allí arriba, hasta que Olazábal se dio cuenta de que había comenzado demasiado tarde su remontada.
Los dos volvieron a reunirse un mes después a petición de Olazábal, diseñador de campos de golf a la vez que jugador, que inauguraba su último trazado, el campo de Las Margas, en Sabiñánigo (Huesca), al pie de los Pirineos. Un recorrido que se guía por las máximas del escocés Alistair MacKenzie, de integración en el paisaje, de convertirse a la vez en un desafío divertido para jugadores aficionados y para profesionales. Y, por supuesto, con hierba bentgrass. "La hierba más justa", proclama Olazábal. "No te tienes que comer el coco con el pelo a la hora de darle". Antes de salir al campo a jugar, Jiménez y Olazábal se sentaron ante la prensa para reflexionar sobre su oficio, su visión del golf, su vida. E inevitablemente, la conversación tomó un aire decididamente otoñal. Fue cuando Olazábal recordó que ya tiene 40 años, que lleva 20 de profesional. "No me quedan muchos más años y el único objetivo que puedo tener es el mantenerme lo más competitivo posible", dice. "Se me alegra el ojillo viendo a jugar tan bien a Langer o Haas, que rondan los 50 años, porque sé que estoy más cerca de ellos que de los de 20. Así que voy a intentar seguir los pasos de Miguel".
A lo que Miguel (Jiménez), que tiene 42 años, le tuvo que responder señalando la imponente espalda de Olazábal, la tremenda anchura de sus hombros, sus bien definidos músculos lumbares, los que le permiten acelerar en el swing hasta tremendas velocidades sin romperse, señalando su propio pecho, su incipiente barriguita: "Pero a mí me ha entrado otra vez la flojera, pero también estuve un tiempo currando en el gimnasio".
Cuando cuenta estas historias, Olazábal lleva cinco semanas de parón, sin dar bolas, de sesiones dobles de gimnasio, de machacarse en busca de la imposible perfección. Agarra los hierros y sufre. No encuentra el toque. "Es duro el regreso después de cinco semanas sin tocar bola. Me siento oxidado. Es la primera vez que me tomo un descanso de cinco semanas en mitad de temporada", dice. "Había jugado 10 de 12 semanas seguidas. Psicológicamente estaba bien, pero ya notaba cansancio mental y físico. Ahora comienzo otro ciclo de juego con vistas al Open de Estados Unidos (15 a 18 de junio), a sus calles estrechas, a su rough mortal".
Para animarlo, Jiménez le promete que a final de temporada estará entre los 10 primeros del mundo (ahora es el 11º), a lo que Olazábal, que hace un par de años estaba tan bajo como el 149º, le responde con una declaración de principios personales y golfísticos. "Pero yo no me planteo ganar puestos o subir en el ránking", le dice. "Mi meta es siempre rendir al máximo, trabajar al máximo, para mejorar mi nivel, y los resultados me pondrán donde tenga que estar. Hay que preocuparse sólo de darle a la bola lo mejor posible". Aunque a otros les parezca imposible, por supuesto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.