Calor
FRENTE A la opinión historiográfica establecida que consideraba a los pueblos primitivos como colectividades "sin historia", Claude Lévi-Strauss redefinió el asunto mediante la división entre sociedades "frías", las de estas comunidades que han permanecido largos siglos idénticas a sí mismas, perseverando en su carácter mediante un uso sabio del rito y el mito, y sociedades "calientes", que se basan en el cambio por el recurso de la tecnología y la memoria histórica. Ni qué decir tiene que los occidentales somos los genuinos representantes de este segundo modelo. En cualquier caso, no es extraño que acuda a esta cita del célebre antropólogo francés el italiano Salvatore Settis, en El futuro de lo clásico (Abada), pues en este breve, pero enjundioso ensayo, se plantea, desde el "presente", la actualidad de lo clásico, elemento que ha servido de patrón cultural identitario para los europeos y, desde luego, para el llamado mundo occidental.
Ciertamente, hoy no se vive, ni entre nosotros, el mejor momento para los estudios clásicos, progresivamente expulsados de la enseñanza secundaria y superior de los centros de Europa occidental, lo cual preocupa a este notable profesor italiano de historia del arte, pero no tanto, quizá, como lo que él llama "iconocización" de lo clásico, su cada vez más banal uso en forma de imagen fragmentaria. Sea como sea, Settis no es ningún abrumado nostálgico, que se limita a predecir todos los males que se pueden cerner por esta pérdida de memoria en sí, ni tampoco porque signifique el desarraigo de nuestra sociedad occidental, ahora que con lo de la "globalización" retumban tantos tambores nacionalistas y fundamentalistas, frente a los cuales se erigió siempre el clasicismo, un humanismo cosmopolita y cívico por definición. Completamente convencido de esto último, lo que le preocupa a Settis es que no comprendamos cómo, dentro de la compleja urdimbre de la historia de la cultura clásica y del clasicismo, que él explica con precisión erudita y maravilloso sentido didáctico, lo que nos aportó fue, entre otras muchas cosas, la conciencia del otro y de la alteridad, algo básico para sobrevivir en el mundo actual. También le preocupa, cómo no, su mera trivialización en la cultura popular y/o que se quede como un mero fondo de reserva para solaz de unos especialistas que no tienen con quién compartir sus investigaciones fuera de su estrecho círculo. Más aún -y de ahí viene la cita de Lévi-Strauss con que comienza esta columna-: que, hipercalentados como estamos con tanta tecnología instrumental, nos olvidemos que hasta la auténtica ciencia es pensamiento radical y no esa explosiva combinación entre nueva religión de la sociedad secularizada y mera gestión económica.
La gran lección de lo clásico, cuya polémica vigencia histórica se remonta, cuando menos, a 25 siglos en Occidente y, desde hace tres es un legado de uso universal, no necesariamente concurrente con otras civilizaciones y creencias, ha sido precisamente su perdurabilidad crítica. En este sentido, parece paradójico que estemos tan legítimamente preocupados por el efecto invernadero y, a la vez, no sepamos apreciar que ésta es una de las consecuencias de nuestra depredadora mente caliente, que mide la realidad sólo como explotación.
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