Criptas sonoras
El viejo claustro de la Universidad sirvió de marco a Mauricio Sotelo para una obra donde el componente espacial del sonido reivindica sus derechos. Un marco que, en 2003, se utilizó también para el montaje del Prometeo de Luigi Nono, maestro de Sotelo y a quien el compositor madrileño dedica estos Sonetos.
En la obra de Nono, el sonido giraba -porque los músicos estaban ubicados en lugares diferentes, dentro del claustro- en torno al espectador, que se mantenía fijo en la plaza que le hubiera correspondido. En la de Sotelo, además de la distinta ubicación de los instrumentistas y cantantes, se producía un desplazamiento de los cantaores (el flamenco intersecciona aquí con la música llamada culta), que deambulaban por el recinto y funcionaban como polos de atracción del movimiento del público, al que se le sugirió desplazarse también libremente y en silencio. Sobrevolándolo todo, en grandes paneles, proyecciones de la pintura de Sean Scully. Era bonito ver cómo la gente se asomaba a mirar a Sotelo manejando la mesa de mezclas, cómo se sentaba tranquilamente en la tarima donde - a un palmo escaso- el Grup Instrumental estaba tocando, cómo se alejaba para reposar en los bancos de piedra adosados al muro de la vieja universidad, cómo se sorprendían al notar que Miguel Poveda o Arcángel, al cante, se arrancaban de entre la sutil y variada paleta de sonidos que envolvían al oyente. Los espectadores se convertían -nos convertíamos- casi en figurantes involuntarios que añadían un elemento móvil más a esa delicada cripta sonora que Mauricio Sotelo ha concebido para su maestro (Luigi Nono murió en 1990).
Sonetos del amor oscuro (Cripta sonora para Luigi Nono)
De Mauricio Sotelo, sobre textos de García Lorca. Dirección de sonido: Mauricio Sotelo. Imágenes proyectadas: Sean Scully. Cante: Miguel Poveda y Arcángel. Flauta: Roberto Fabriciani. Contrabajo: Uli Fussenegger. Grup Instrumental de València. Cor de la Generalitat Valenciana. Director: Joan Cerveró. Valencia, 13 de mayo de 2006. 28ª edición de Ensems.
Este espectáculo, que se estrenó en Granada en julio de 2005, tuvo allí un marco totalmente diferente: el crucero del Hospital Real. Y en una música donde el espacio está tratado como un parámetro importante del sonido, no deben silenciarse las ventajas y los problemas que cada lugar proporciona. El claustro valenciano suministró una visión de conjunto inmejorable de las imágenes y del impactante deambular del público. Pero, a cielo abierto, requirió de una amplificación eléctrica que disminuía la eficacia de la estudiada ubicación de los intérpretes: el espectador oía, sobrevalorado, no lo que tenía más cerca, sino lo que le suministraba el altavoz más próximo.
Por otra parte, queda muy cerca lo conseguido por Mauricio Sotelo con sólo cinco músicos (uno de ellos, también un cantaor) y 20 minutos de duración, en el Audéis, pequeño requiem para Jose Ángel Valente que escuchamos el día 11: fue también una hermosísima, todavía más que ésta, cripta sonora, aunque fueran diferentes el formato y el destinatario.
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