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Columna
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El retorno de los brujos

Me preocupa la salud mental de mi país, sobre todo en las grandes ciudades como Madrid, donde los problemas de la gente se difuminan entre la masa y engordan amparados en el anonimato. Un elemento, que a mi entender, revela una regresión clara del poder de la razón es la proliferación de los llamados videntes. No hay más que poner la tele o salir a la calle para constatar el auge de la adivinación y la numerosa clientela que alimenta tan falaz negocio. Un breve paseo desde la Red de San Luis a la carrera de San Jerónimo permite conocer la amplitud de la oferta por los muchos repartidores que publicitan las excelencias de sus ilustres representados. Es el caso por ejemplo del profesor Ali, que "garantizando discreción resuelve problemas de pareja, cura la impotencia sexual y las enfermedades crónicas además de ofrecer suerte en los juegos de azar", entre otros chollos. Unos poderes de amplio espectro para los que dice contar con "los espíritus mágicos más rápidos que existen", y de los que asegura resultados de tres a siete días.

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Respuesta desafortunada

Con idéntica leyenda y tipografía se presenta otro colega suyo llamado Kaba, también "gran ilustre mágico africano", de lo que deduzco que ambos pertenecen a la misma escuela de chamanes y que igualmente comparten la luz de esos espíritus mágicos caracterizados por su velocidad. No son éstos los únicos espíritus en oferta. Un tal maestro Souareba, africano él y, por supuesto, mágico e ilustre, coincide nuevamente en los plazos para obtener los beneficios deseados, si bien su departamento de mercadotecnia propaga otras ventajas específicas. Souareba se ha subido al carro del Ministerio de Sanidad curando los problemas del tabaco o la droga, declarándose además capacitado para mantener el puesto de trabajo de sus clientes y estimular las ventas.

Videntes como éstos con teléfono y dirección hay un montón en Madrid aunque, si lo que se pretende es una visión mas "científica" del porvenir, pueden acudir al Retiro. En el paseo del Estanque hay donde escoger. Hace unos días, no pude resistir la tentación de tomar algunas notas por si lo del periodismo se pone crudo. Con unas sillas plegables y una mesa de cámping montan allí el despacho en el que ofrecen lectura de manos o consultar el tarot a precios módicos. Son 10 euros la tarifa oficial por conocer lo que te espera según las líneas de las manos, y otros 10 por echarte las cartas. Bien es verdad que, en el caso del tarot, puedes tratar de saber hasta el número de la Bono Loto, y, como el tiempo es oro, los doctores elevan el precio según aumentan tus ansias de conocimiento. Con todo, lo más alarmante sin duda es que propongan precios especiales para instituciones y colectivos, habida cuenta de lo que gasta la Administración en asesores. La tipología de los adivinos es variada aunque la media ronda los 50 años y su acento suele ser latino. Quieren clientes pero recelan de los curiosos hasta el punto de que uno de ellos, un individuo enjuto, con bigote y pelo gris que anunciaba "asesoramiento y ayuda", tuvo la cara de advertirme encrespado que "allí estaba prohibido tomar nota". No resistí la tentación de exaltar su morro abroncándole y al no acudir ningún espíritu en su ayuda el tipo se arrugó. Le supongo clavándole alfileres a un muñeco con mi cara. Tenía 20 años cuando cometí el error de escuchar el veredicto de una pitonisa que se empeñó en leer la palma de mi mano. La muy pécora no dudó en pronosticar mi muerte antes de llegar a los 30 y hasta que los cumplí estuve acordándome de su padre. Juegan con nuestro miedo, con nuestras obsesiones y debilidades. Lo hacen en la más absoluta impunidad, porque su mercancía intangible no se somete a control ni regulación alguna. Cualquier charlatán puede montar su quiosco y manipular mentes predispuestas por sus estados de angustia o depresión. En Madrid, el número de NIF otorgado a videntes supera al de sacerdotes. En Estados Unidos, 170.000 astrólogos se ganan la vida y hay más de 50.000 pitonisas en la vecina Francia. Estos datos que Justo Zambrana recoge en su clarificador libro El ciudadano conforme nos dan idea de lo mal que andan las cabezas en Occidente. A falta de otros soportes religiosos o ideológicos más convincentes, la gente se aferra a lo mágico y lo esotérico para iluminar su futuro. Malos tiempos para la razón: el ilustrado flaquea ante el retorno de los brujos.

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