Salvem el Marítim!
A veces son las crónicas las que le buscan a uno.
El jueves pasado empezaba a darle vueltas sobre qué escribir hoy. Tenía una media idea: algo sobre la exposición de Perico Pastor en La Galeria de Sant Cugat del Vallès (Sant Jordi, 14, www.batlleargimon.com), que se inauguraba el viernes. Del cuidado bouquin que el pintor me había enviado me había sorprendido la doble página central donde se reproducía El port, una obra de grandes dimensiones (69 x 302 centímetros) sin figura, con dos contrastadas franjas de azul -luego uno descubre que son muchas más- y un atisbo de bocana ocre en cada extremo del cuadro. Con Perico hablo a menudo por motivos profesionales, pero verle, la última vez que lo había hecho era una mañana fresca, a eso de las nueve, nueve y media de la mañana, él a bordo de su yola y yo desde el Moll de la Fusta, donde la razonable velocidad de la bicicleta permite a uno fijarse en el tráfico de embarcaciones. Perico es un apasionado del remo, que practica desde hace tiempo. En el suplemento olímpico de este diario escribió sobre ello, y también ha dedicado algún cuadro al tema. Es socio del Reial Club Marítim de Barcelona, con el que formó parte de un equipo que participó en la Voga Longa veneciana de hace unos años. En el restaurante del club he compartido con Perico ilusiones, proyectos, celebraciones familiares: amistad, básicamente.
-¿El restaurante del Marítim? Es increíble, pero está cerrado.
Lo dicho, la crónica que se encamina hacia el cronista. Me daba la noticia el jueves, desde la mesa de al lado, Jacinto Antón, compañero de fatigas. El Marítim, el restaurante de la Barcelona olímpica, el lugar donde llevar a cenar al amigo extranjero y acabar de explicarle eso de la apertura al mar y a la democracia de la ciudad, estaba cerrado. Supe después que el establecimiento bajó la persiana a principio de año. Los antiguos arrendatarios, la familia Castellví, que tiene también el Agut de la calle de Gignàs y el Café de la Academia junto a la plaza de Sant Just, no se pusieron de acuerdo con la junta del club. "Llevábamos en el Marítim 24 años. Teníamos un último contrato de cuatro años y no lo renovamos", informa Jordi Castellví. Al decir de varios socios, el club ha vivido en la indecisión en los últimos tiempos. El 21 de junio de 2002 se celebraron unas elecciones a las que acudieron tres candidaturas. Se formó una junta encargada de sacar adelante la celebración, ese mismo año, del centenario del club, nacido en 1902 con el nombre de Real Club de Barcelona. Pero la conmemoración sufrió un duro revés de patrocinio, como consecuencia del pánico de los mercados tras el 11-S. Y comoquiera que las desgracias nunca viajan solas, la Secretaría General de Deportes acabó atendiendo la impugnación de una de las candidaturas e invalidó los resultados por un defecto de forma. De modo que hubo que ir a nuevas elecciones, celebradas el 30 de marzo de 2003 y ganadas por la candidatura encabezada por el economista Lluís Corbella Monravá. El mismo jueves en que a mí se me aparecía el puerto de Barcelona como posible sujeto de crónica, el club celebraba una asamblea ordinaria en la que su presidente aseguraba que en unos meses esperaba tener resuelta la cuestión del restaurante. Cabe esperarlo, porque hace ya algún tiempo que no salvamos nada, y esta primavera nos va poniendo bien el cuerpo: una movida del tipo Salvem el Marítim! podría resultar de extraordinaria utilidad para tirar por el camino de en medio cuando, en las próximas semanas, nos sometan a crudos dilemas identitarios y estatutarios.
Total, me levanté el viernes, decidido ya a patrullar por territorio portuario, cuando por la radio oí un segundo motivo para hacerlo: un ferry llegado de las Baleares había arrastrado hasta el muelle una ballena. Una crónica se encabalgaba a otra. Pero debo decir que en esta segunda fracasé ostensiblemente. Me encaramé a lo alto del puente de la bocana -inaugurado por Jordi Pujol el 2 de junio de 2000 y mal llamado Porta d'Europa: de serlo, habría incorporado carriles bici- para observar la situación. Nada me llamó la atención, el Moll Adossat estaba en perfecta calma. Luego he sabido la razón: el corpachón del desafortunado cetáceo, de 15 metros de largo, reposaba a esa hora a 12 metros de profundidad y no sería reflotado hasta la tarde.
El puerto de Barcelona goza de un excelente calado, lo cual lo ha acreditado como destino preferente de grandes buques de crucero. La mañana del viernes, sin ir más lejos, estaban amarrados el Costa Fortuna, con base en Génova; el Noordam, de Rotterdam; el MSC Sinfonia, de Panamá, y el Century Celebrity Cruisers, de Nassau. En el Moll Adossat se registraba el normal ir y venir de viajeros, como en el Moll de la Fusta y el Maremàgnum el habitual tráfico de turistas, ya denso por estas fechas. Nadie parecía preocupado por el cierre del Marítim.
En la inauguración de la exposición en Sant Cugat, a última hora de la tarde del viernes, Perico, animador infatigable, me decía que ya ha hecho un par de llamadas a gente de la hostelería para advertirles de que la joya de la corona de la restauración olímpica -dicho también en un sentido borbónico- está sin inquilino. Ojalá sea por poco. Por cierto, El port, la obra de Perico que ha desencadenado esta crónica, no tiene nada que ver con el puerto de Barcelona. Es El Port de la Selva. Pero la mirada del remero, entre dos azules, es siempre la misma, se trate de un puerto o de otro.
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