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Reportaje:

El hechizo de McEnroe

"Antes me quitaban dinero por gritar. Ahora cuanto más chillo más me pagan", dice el tenista, que disputa en Barcelona un torneo 'sénior'

Jordi Quixano

Chupa de cuero negra, pantalones vaqueros, camiseta gris y gorra de los Nicks de Nueva York sobre su viso de coronilla y los rulos grises que la envuelven. Un atuendo nada sofisticado. Quizá un tanto desaliñado, un guiño a la sociedad joven como un atisbo al rock de antaño. Pero también lleva un enorme raquetero amarillo y negro, su señal de distinción. "Sí, es él", confirman los mayores.

John McEnroe (Wiesbaden, Estados Unidos; 1959) aterrizó en el aeropuerto de El Prat, de Barcelona, cuando aparecieron los primeros rayos de sol del martes. Poco después ya estaba en la pista de tenis, su hábitat, su vida. Aunque los más pequeños no le recuerdan empuñando una raqueta, todos saben de su carácter berroqueño, de su magistral juego sobre la hierba y el cemento.

"A la derecha", anunció ayer el juez de silla de la pista central del Real Club de Tenis Barcelona antes del partido del torneo sénior Merrill Lynch, "Jonh McEnroe, de Estados Unidos". El público, escaso por ser un día laboral, pero magnífico si se tienen en cuenta las anteriores ediciones, aplaudió a rabiar. El enjuto jugador alzó el brazó izquierdo y correspondió a la ovación con una sonrisa. "Es un poco triste, pero, sí, sé que soy un showman", aseguró después; "antes, por gitar, me quitaban dinero. Ahora, cuanto más chillo, más me pagan. Y estoy contento porque gritar se me da bien", convino en un tono tan jocoso como irónico.

Si una pelota raspaba cualquier línea blanca de la pista, los aficionados comenzaban a murmurar -"¡huy, huy, huy...!"- e incitaban al zurdo a montar en cólera. No ocurrió. Su partido, ante el argentino Martín Jaite, falto de forma y recursos, no requería sus reclamaciones, sus roturas de raqueras. Pero sí le dio tiempo a bromear con un recogepelotas, con un juez de línea y con el público, al que, tras escuchar varias irrespetuosas sinfonías, solicitó que apagara los móviles. Cada gracia fue de nuevo recompensada con aplausos. Su tenis, sin embargo, fue refinado, como acostumbraba: 6-2 y 6-1 en poco más de una hora.

No corrió demasiado. Su excelente colocación y su facilidad para acomodar el cuerpo a los golpes forzados resultaron exquisitas. El sólido revés cruzado a una mano, la fina muñeca en las voleas y su punzante, aunque no duro, drive hicieron el resto. Su juego, un par de marchas más suaves que cuando era profesional, sigue intacto. "Este campeonato me lo tomo en serio porque sólo disputaré diez al año", convino. Tras el partido, las palmas de los espectadores se volvieron a tornar rojas.

El paseíllo hasta la casa-club lo hizo con su representante. Pero no pudo hablar con él porque todos querían un autógrafo, un apretón de manos o una foto. McEnroe tiene tirón. Su raqueta,Dunlop Maxply McEnroe, que no es de madera como siempre defiende, aunque sí la evoca, no tanto. "Está de oferta a 140 euros, pero no se ha vendido", explicó el encargado del stand de Dunlop. Quizá parece antigua. Como su look informal, deportivo.

Con un pantalón de chándal negro, calcetines blancos, zapatillas de lona modelo basket viejo -características por su puntera de goma- y chaqueta-sudadera ajustada, apareció ante las cámaras. Su cara mostraba cierta renuencia al acto. Sus palabras, sin embargo, descorchaban la risa. "¿Qué Nadal no ha roto una raqueta en su vida? Algo raro le pasa. No sé cómo lo consigue, pero... Aguanta el temperamento mejor que yo", soltaba. "Sí, sí, Maradona es un tipo genial. Podría enseñarme a hacer los prime-time shows porque el mío no me fue tan bien", mascullaba con cara de circustancias. "Espero jugar pronto contra Ríos porque creo que se está haciendo grande...", ironizaba. "Espero que mi aportación en el anuncio del Seat Altea haya dado éxito. De lo contrario, no me lo digais", comentaba. Y unas cuantas frases más que apelaban al humor, que desmentían el que siempre tenga cara de malas pulgas.

John McEnroe, en una subida a la red.
John McEnroe, en una subida a la red.REUTERS

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