Este Arsenal merece la pena
Último partido europeo en Highbury. Al fondo las líneas futuristas del nuevo estadio del Arsenal. Se ve desde lejos. Highbury no se ve. Pertenece a otra época, a otro fútbol. Aparece de improviso entre callejones. A su tribuna oeste se accede por pasadizos abiertos entre las hileras de las típicas casas inglesas. Dos pisos, un pequeño jardín, un sótano. Casas de otra época, cercanas a la vieja factoría de armamento que dio nombre al equipo. Arsenal, los cañoneros. Desde 1913 juega en Highbury, con su magnífica tribuna art decó. Se construyó en los años treinta, cuando el fútbol formaba parte de las pequeñas comunidades barriales. Los estadios no tenían las pretensiones grandiosas de ahora. Se mezclaban perfectamente con el paisaje urbano, decididamente industrial. Campos para la gente corriente, no para las televisiones, ni para los potentados que pronto ocuparán los palcos del nuevo estadio. Por cierto, se llama Fly Emirates. Todo un síntoma del nuevo fútbol.
También ha cambiado el Arsenal. Ningún jugador inglés en la alineación. Entrenador francés. Juego de pase corto, de asociaciones constantes que remiten al Barça, al Ajax, al viejo Liverpool de Bill Shankly. Es el fútbol que predica Arsène Wenger desde que llegó al Arsenal. Gran fútbol casi siempre, y ahora también. Se temía el fin de un ciclo extraordinario, pero la respuesta del Arsenal ha sido impecable. La transición ha sido corta y rápida. Un puñado de jóvenes jugadores, dirigidos por el majestuoso Henry, ha pasado como un ciclón por la Copa de Europa. Eliminaron al Real Madrid y la Juve, no concedieron ningún gol y fueron superiores en todos los partidos. Sus nombres: Ebouè, Hleb, Cesc, Senderos, Van Persie...Es el primer Arsenal que llega a las semifinales de la Copa de Europa.
La historia no ha sido amable con el Arsenal en la principal competición del fútbol. Con siete temporadas en Primera División, el Villarreal ha alcanzado las semifinales. Es un milagro del fútbol, una obra gigantesca que se aprecia en Highbury. La tradición frente a la novedad, pero la misma emoción que en los grandes clásicos. El ambiente pesa sobre el partido: la hinchada corea los viejos himnos y el Arsenal se impone en un arranque trepidante. Lo hizo durante casi todo el encuentro, con un excelente trabajo defensivo -no ha recibido ningún gol en los últimos nueve partidos de la Copa de Europa- y con un preciso juego de ataque que mezcla la precisión y la velocidad, asunto poco sencillo en el fútbol.
El Arsenal ha resuelto sus problemas con cinco centrocampistas y Henry en la punta. No es mal aviso para la selección española, donde abundan los medios y faltan delanteros de categoría. La incorporación de los centrocampistas al área es fundamental en el equipo inglés. No son fáciles de detectar por los defensas, que temen a los jugadores ágiles y con facilidad en el pase. Esta vez, Cesc no jugó especialmente bien, asunto que alivió el trabajo del Villarreal. Trabajo y más trabajo: así fue la noche para el equipo español. No hizo fútbol porque no encontró a Riquelme, porque Riquelme tampoco encontró a nadie y porque se hizo prioritario achicar agua. Tampoco fue la mejor noche de Henry, aunque algunas de sus intervenciones causaron estragos en la defensa del Villarreal, donde Tacchinardi fue el más completo. Jugó con autoridad y oficio.
El Arsenal manejó los tiempos y tuvo las oportunidades. Apunta un problema. Es un equipo con ciertos excesos barrocos. O marca gol desde el área pequeña, o no quiere marcar. Sólo dos remates de media distancia, los dos de Gilberto Silva. Y uno de ellos, con ganas de colocar la pelota. Pero el Arsenal merece la pena. Juega bien, está bien ordenado, es generoso en el esfuerzo y presenta a alguno de los jugadores más prometedores de la actualidad. Ebouè volvió a impresionar y Tourè se confirma como un central formidable. Queda Hleb, el hiperactivo bielorruso que sirve para todo. Un prodigio de consistencia y clase que dejó su firma en la despedida de Highbury.
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