Por la autonomía de las mujeres
El feminismo no ha sido históricamente un pensamiento totalizador, que abordara la autonomía y la libertad de las mujeres desde un único enfoque. Tradicionalmente, desde la primera etapa, la de las abolicionistas y las sufragistas, las mujeres han debatido, y con enorme vehemencia, las distintas estrategias del feminismo para llegar a la igualdad de derechos y de oportunidades.
La cuestión que se plantea en las últimas semanas en las tribunas de este periódico (véase el artículo Un feminismo que también existe, de Empar Pineda y otras autoras, publicado el 18 de marzo) es un viejo debate dentro del feminismo, probablemente el más primario, porque tiene que responder a una pregunta inevitable: ¿Para llegar a la igualdad, es necesaria la discriminación positiva? Y si la respuesta es afirmativa, ¿humilla esta discriminación a las elites de mujeres que no la necesitan? ¿Pueden soportar esas afortunadas mujeres, que no necesitan cuotas ni leyes que las protejan, ni Estado que las ampare, esa humillación de género a fin de que las que peor están consigan mejorar un poco?
La mayoría de nosotras no nos ofendemos si el Gobierno nos discrimina positivamente
¿Nos están diciendo las compañeras que se han llamado en estas mismas páginas "las feministas que también existen" que todo lo que hemos luchado colectivamente no ha servido para nada y que lo único que ha hecho avanzar las cosas en términos de igualdad ha sido la valía de unas cuantas?
Nosotras no podemos admitir ese razonamiento. Sabemos que la lucha de las mujeres ha sido colectiva, que las feministas que nos expresamos públicamente no somos más que las portavoces de grandes colectivos silenciosos. Somos muy conscientes de que, aunque seamos iguales en número, hemos tenido que actuar como cualquier minoría oprimida. Hemos comprendido que la unión hace la fuerza y hemos aprendido a trabajar solidariamente, a celebrar cada logro individual de otra mujer como si fuera propio, a saber que detrás de cada nuevo triunfo, de cada nueva cota de libertad y de igualdad que obtenemos hay millones de mujeres que se han rebelado y han luchado.
Es sorprendente la coincidencia del discurso de nuestras compañeras con el de las mujeres de la derecha que también dicen no necesitar cuotas, ni leyes, ni nada de nada, porque se bastan y se sobran con su valía individual. Esta visión es una concesión a un feminismo liberal que no aborda la raíz estructural y colectiva de la opresión de las mujeres.
En medio, estamos las demás mujeres, las mujeres corrientes, que no saben que son feministas, y las feministas sin más. Hace muchos años que las feministas decidimos que debíamos llevar a las instituciones, a los partidos políticos, a la judicatura, a la economía, a los sindicatos, a la sociedad, en general, nuestro discurso, no sólo para influir en las políticas que se referían directamente a las mujeres, sino a todo el quehacer político y social. Tras cuatro mil años de ser excluidas de cualquier derecho, desde el más elemental de ciudadanía hasta el de propiedad de nuestros cuerpos, muchas feministas nos pusimos en todo el mundo a la ardua tarea de cambiar tal injusticia. Conseguimos votar, trabajar, separar sexualidad de maternidad, abrir cuentas corrientes, custodiar a nuestros hijos, viajar sin permiso, estudiar, divorciarnos, abortar -según y cómo-, y ser desde mineras hasta ministras.
Y, sin embargo, la mayoría de las mujeres, madres, viudas, solteras, parejas de hecho -hetero u homosexuales-, sufren discriminación todos los días y no se pueden permitir el lujo de despreciar la protección del Estado y las leyes. Todas buscamos nuestra autonomía, pero no todas tenemos las mismas posibilidades; no todas nacemos o nos educamos con los mismos recursos. De ahí que la mayoría de nosotras no nos sintamos humilladas por ser discriminadas positivamente.
Y éstas son algunas de las cuestiones que más nos preocupan:
-Mujeres maltratadas, que han reclamado y aclamado la Ley contra la Violencia de Género.
-Mujeres diversamente estafadas en su divorcio, que aplauden la modificación de las leyes sobre separación y divorcio.
-Mujeres discapacitadas y mujeres agotadas por cuidar ancianos y enfermos, que sienten un profundo alivio con la ley sobre dependencia y consideran justo y necesario que el Estado las ayude a sobrellevar su terrible carga.
-Mujeres agobiadas por las consustanciales dobles jornadas, que exigen que se les pague igual que a su compañero de trabajo varón y que se alegran mucho por la ley de Igualdad.
Son muchas mujeres las que no se ofenden si el Estado castiga a los que las muelen a palos y hasta las matan. Esa gran masa de mujeres, que conoce la textura de ese sufrimiento, no se preocupa por la "insistencia en el género".
Somos más matizadas de lo que tal vez parecemos. No siempre vemos a los hombres sólo como "dominadores de naturaleza blindada". Por el contrario, tendemos a creerlos cercanos y a enamorarnos de ellos. Y no siempre nos sentimos "víctimas", sólo cuando lo somos. ¡Exactamente igual que ellos!
Y, desde luego, tampoco somos "revanchistas", lo que nos permite no sentirnos mal cuando un Gobierno, con un 50% de hombres, nos discrimina positivamente. Es más, estamos muy contentas con un Gobierno que, en dos años, ha impulsado ocho leyes y múltiples disposiciones que han tratado el tema de la igualdad.
Es cierto que las leyes no bastan para cambiar la sociedad y que muchas veces van por detrás de ella, pero, en un Estado de derecho como el nuestro, la legislación puede contribuir decisivamente a modificar las conductas y a impulsar la igualdad de oportunidades.
Las compañeras que se llaman "las feministas que también existen", parecen estar ahora preocupadas por "la excesiva tutela de las leyes sobre la vida de las mujeres". Coherentemente, no se escucharon sus quejas por la falta absoluta de interés por las mujeres que demostró la derecha durante sus ocho años de Gobierno.
Nos atrevemos a hacer una sugerencia a las empresas que se dedican a pulsar la opinión pública: pidan a las ciudadanas de este país que puntúen las leyes del Gobierno Zapatero que "conciernen específicamente a las mujeres". Sin duda se demostraría que la mayoría las tiene en gran aprecio.
Delia Blanco es diputada en el Congreso; Elena Arnedo, médica y escritora.
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