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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El talento italiano

Berlusconi ha creado un espectáculo de ópera con la crisis entre bastidores

Timothy Garton Ash

Silvio Berlusconi, cuyo nombre ya por sí solo evoca el mundo de la revista, del burlesque, lleva años contribuyendo al regocijo internacional con sus gestos histriónicos, sus pañuelos en la cabeza y sus bromas de mal gusto. En unas elecciones de dramático suspense, los animados intercambios entre el Cavaliere Berlusconi y el Professore Romano Prodi han recordado a los del Capitán y el Médico en la commedia dell'arte tradicional. Y con un último coup de théâtre: mientras se aguarda el resultado definitivo, ha sido capturado en una granja cercana a la pequeña ciudad de Corleone el capo di tutti capi de la mafia siciliana, el auténtico Padrino, después de vivir más de cuatro décadas como fugitivo. No dice ni una palabra. La vida y el arte, la realidad y la ficción, se han vuelto casi imposibles de distinguir, como en uno de los canales de televisión de Berlusconi.

El crecimiento total en los cinco años que ha estado Berlusconi en el poder es del 3,2%, el peor de todos los Estados miembros de la UE
La coalición de Prodi es amplia y heterogénea, y los comunistas, que fueron la ruina de su último Gobierno, han obtenido resultados muy buenos
Cualquier cálculo racional indica que no parece que el Gobierno entrante vaya a poder hacer las profundas reformas que claramente necesita Italia

Un gran espectáculo de ópera al que asistimos en medio de los paisajes más bellos y la arquitectura más sublime, en compañía de los hombres y mujeres más elegantes y divertidos, mientras degustamos la comida más maravillosa y bebemos el mejor vino y el mejor café de toda Europa.

Como en La Scala

Si todo el mundo hubiera pagado una entrada para disfrutar del placer y la diversión que ha proporcionado Italia durante los cinco últimos años, la economía italiana estaría desbordante. Por desgracia, no fue así. E Italia, como el teatro de ópera de La Scala, vive una crisis entre bastidores. Bajo la dirección de un partido cuyo nombre, Forza Italia, procede del eslogan que se grita en los partidos de fútbol, el país no ha avanzado absolutamente nada. El año pasado tuvo un crecimiento económico cero. Su crecimiento total en los cinco años que ha estado Berlusconi en el poder es del 3,2%, el peor de todos los Estados miembros de la Unión Europea. El paro juvenil se aproxima al 25%. La deuda pública bruta representa más del 100% del PIB. La productividad y la competitividad están estancadas o en retroceso. Todos los consumidores italianos saben que los comerciantes aprovecharon la conversión al euro para disparar los precios de una cerveza, una pizza o un incomparable espresso.

El país se ha derrumbado en los cuadros comparativos sobre competitividad, porque no ha sabido hacer frente ni a las exigencias de la eurozona "para todos" ni a los retos de la globalización. Las cosas que hace mejor -el sector textil o el de la piel- las pueden exportar por mucho menos dinero China o India. Una población nativa envejecida, pensiones insuficientes, inmigrantes mal integrados... cualquier cosa en la que se piense, Italia la tiene. Aquí se encuentran todas las maravillas de la vieja Europa, y todos sus problemas.

A todo esto hay que añadir un nuevo sistema electoral introducido por el Gobierno de Berlusconi el pasado otoño. Esta semana he hablado con Peter Eicher, el jefe de la delegación de la OSCE que ha observado las elecciones italianas. Eicher elogió muchos aspectos del "saludable ambiente democrático" del país, y no cayó en la tentación de comparar las elecciones italianas con las de Ucrania o Bielorrusia, pero sí mencionó dos áreas que le preocupaban. Una, la tendenciosidad de las informaciones en los canales comerciales de televisión que posee Berlusconi y los canales públicos en los que él influía como primer ministro saliente. (En un informe del año 2005, Freedom House afirma que Italia es sólo "parcialmente libre" en cuanto a la libertad de prensa). La otra, la manera en la que se había forzado la aprobación de ley electoral sin que hubiera consenso entre los grandes partidos. Las leyes electorales, explica Eicher, no son como otras leyes: son las "reglas del juego" entre partidos políticos rivales, por lo que es necesario alcanzar un consenso mayor. Es como en el fútbol, el equipo vencedor no puede cambiar las reglas para el partido de vuelta.

Pero, aparte de cómo se cambiaron las normas, están las normas en sí. El colapso de la política italiana a principios de los noventa llevó, entre otras cosas, a la conclusión de que el país necesitaba un elemento mayoritario más fuerte que le permitiera tener Gobiernos más estables. El propio Berlusconi se benefició de que hubiera un sistema más mayoritario en las elecciones de 2001, y gracias a él pudo permanecer en el poder durante cinco años, el mandato más largo de un primer ministro italiano desde la posguerra. Sin embargo, a finales del año pasado, propuso un sistema nuevo, basado en la representación proporcional, que se aplica de forma ligeramente distinta en las dos cámaras del Parlamento y da a cada una de ellas la facultad de bloquear a la otra. Uno de los autores de esta ley hizo unas famosas declaraciones en las que dijo que era "una porcata", que podría traducirse más o menos por "una mierda". Seguramente servirá para producir Gobiernos más débiles, no más fuertes.

La ópera italiana llega ahora a un intervalo curioso. Cuando se termine la revisión de las papeletas que ha pedido, como si estuviera en Florida, el perdedor a regañadientes Berlusconi, y suponiendo que los resultados sigan dando una estrechísima victoria a la coalición de centro-izquierda de Prodi, las dos cámaras del Parlamento tendrán que elegir, a mediados de mayo, a un presidente que suceda al popular y respetado Carlo Azeglio Ciampi. (He oído que un posible sucesor es el propio Ciampi). Sólo entonces podrá pedir el presidente recién instalado a Prodi que forme Gobierno y comenzará el tercer acto. Por ahora parece que el Gobierno dispondrá de mayoría suficiente en la cámara baja, gracias a los escaños "añadidos" por la nueva ley para evitar los empates parlamentarios, pero en el Senado no tendrá más que una mayoría muy pequeña. La coalición de Prodi es amplia y heterogénea, y los comunistas, que fueron la ruina de su último Gobierno, han obtenido resultados muy buenos. Un senador de centro-izquierda recién elegido me decía: "En estas circunstancias, antes tendremos que negociar hasta los menores detalles dentro de la coalición".

Paso de tortuga

Es decir, cualquier cálculo racional de probabilidades indica que no parece que el Gobierno entrante vaya a poder hacer las profundas reformas que claramente necesita Italia. Por ejemplo, no parece que vaya a poder liberalizar los mercados de trabajo, ni por el método nórdico -el consenso- ni por el método británico, el de utilizar, como hizo Margaret Thatcher, la potestad de "dictadura optativa" del primer ministro. Por tanto, Italia mantendrá seguramente el mismo paso de tortuga que Francia y Alemania.

Los tres países fundamentales de la CEE original tienen diferencias importantes entre ellos, pero también un factor en común: la reforma económica que tanta falta les hace está obstruida por una democracia con demasiados mecanismos de control y equilibrio, y una sociedad que, en su mayoría, se encuentra todavía demasiado cómoda como para aceptar la necesidad de un cambio doloroso. Dado que estos tres países representan casi la mitad de la economía total de la UE, las consecuencias son peligrosas para todos los europeos.

Si no caigo en la desesperación es sólo por una razón: nada de eso ha servido nunca para explicar cómo funciona Italia. Tal vez el ingrediente secreto es el talento para la improvisación, el mismo que se ve en el mejor fútbol italiano, y, por supuesto, en la commedia dell'arte. Ese talento va a ser hoy más necesario que nunca, ante las nuevas reglas del juego en tres terrenos distintos: el sistema político italiano, la eurozona y la economía mundial. Ahora que, por estrecho margen, Forza Italia ha perdido el poder, yo soy uno de los que piensa gritar desde las gradas: "¡Forza Italia!".

www.timothygartonash.com. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.

Romano Prodi gesticula ante la prensa el pasado miércoles para comentar su estrecha victoria.
Romano Prodi gesticula ante la prensa el pasado miércoles para comentar su estrecha victoria.EFE

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