Respuesta a Branchadell
Cuando Albert Branchadell escribe Restablecer la realidad (8 de abril), lo que se propone es suprimirla y establecer en su lugar una ficción. Porque puede entenderse que haya discrepancias en torno a los criterios de justicia para una política lingüística, pero no cuando se trata de recoger datos contantes y sonantes de esa política en Cataluña. Y los datos de que el español está allí oficialmente arrinconado no sólo abundan; es que sobreabundan y son notorios. El último a mi alcance es que el Ayuntamiento de Barcelona acaba de remitir a los vecinos una nota sobre recogida de muebles escrita en catalán, inglés, francés, árabe y urdu.
La marginación pública del castellano ha sido denunciada a lo largo de los últimos 90 años, como dice, pero al parecer esa constante histórica no vuelve mejor fundada a la denuncia. Al contrario, sólo muestra en cada ocasión su dependencia del avieso interés partidista del momento. He ahí un principio según el cual los persistentes clamores de los ofendidos y humillados no encierran sino puro oportunismo. Y la actual coincidencia en ese mismo cargo contra la Administración catalana de "una parte importante" de los intelectuales, de izquierdas y derechas, tampoco otorga a su reproche presunción alguna de verdad. No, señor; tal coincidencia viene más bien a probar que esa intelectualidad "padece algún tipo de distorsión cognitiva". La historia y los intelectuales pasarán, pero la perspicacia del señor Branchadell no pasará.
Que me permita saltar sobre sus varias trampas argumentales y venir al truco final. Cuando nuestro hombre se pregunta "cómo va a excluirse de la Administración" una lengua que todos pueden libremente escoger al relacionarse con ella, conoce de sobra la respuesta. Esta lengua queda excluida porque aquellas autoridades se creen con derecho a cercenar esa libertad de la mitad de sus ciudadanos, igual que se cree justificado Branchadell para encubrir el atropello. Sólo les falta explicarnos en qué fundamentan tan notables derechos.
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