"Si me echan, volveré; mi familia me dice que no baje"
M. es marroquí, tiene 17 años y vive en la calle, en Madrid. Tiene un aspecto asustado y huidizo. En su brazo izquierdo se aprecian unas marcas de quemaduras de cigarrillo. "Me las he hecho yo", reconoce. ¿Por qué? "No sé, estoy muy nervioso". Hasta hace un mes vivía en un centro de protección de la capital, del que salió huyendo cuando el director le dijo que la policía iba a ir a buscarlo para llevarlo a su Tánger natal. No ha vuelto al centro ni al taller de cocina al que asistía diariamente. Ni piensa hacerlo. Lo último que desea es ir a Marruecos. "No quiero", repite con insistencia. Le gustaría ser cocinero y quedarse aquí.
-¿Qué dice su familia?
-"Que no baje".
Otros compañeros del centro también se han ido. Se fugan en cuanto alguien les dice que serán los próximos en ser repatriados. Los agentes "aparecen siempre por sorpresa", asegura. Algunos menores se acuestan con zapatillas de deporte para poder salir corriendo; otros, tienen cerca de la cama sábanas con las que poder hacer una cuerda para saltar por cualquier ventana. Las ONG no defienden que deban quedarse en España todos los menores, pero aseguran que no se respeta el derecho de los chicos a ser escuchados y que, en muchos casos, no hay constancia de que la repatriación sea lo más beneficioso.
Lleva dos años en la capital. Logró entrar en España al sexto intento. Los tres años anteriores a la emigración los pasó "en el puerto de Tánger". Esperando una oportunidad. Con la mirada fija en el suelo cuenta que uno de sus cinco hermanos perdió la vida en ese mismo puerto, atropellado por un camión mientras aguardaba para pasar el Estrecho. M. lo consiguió metido en los bajos de un autobús. En Madrid empezó su peregrinaje por los centros. Hasta ahora, que por miedo prefiere la calle. "Si me echan de España, volveré".
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