La velocidad y el pedrusco
La obsesión por la distancia lleva a practicar con todo tipo de artilugios
Es el monotema. La distancia. La quimera que hace girar el mundo del golf a su alrededor. El señuelo de los charlatanes del siglo XXI, de los vendedores de palos, de los vendedores de bolas, de los vendedores de aparatos que ocupan en la televisión las horas muertas de la madrugada. El temor que obliga a los dueños del Augusta National Golf Club a alargar su campo sagrado. El poder que otorga a las generaciones más jóvenes el derecho a revolucionar la forma en que se juega al golf, tres palos en la bolsa -driver, wedge, putter-, fuerza y para adelante.
No hay profesional que no trabaje para tratar de mejorar la distancia.
"Pero la distancia es una patraña", afirma Farid Guedra, también conocido como Mages Murugiah, brillantes sus ojos verdes de berebere de la Cabilia; "cualquier golfista con un buen swing puede llegar a donde quiera. Y un buen swing es sobre todo cuestión de aceleración, de velocidad".
"Un buen 'swing' es sobre todo cuestión de velocidad, de aceleración", dice Murugiah, el profesor de Singh
Evidentemente, el profesor del fiyiano Vijay Singh, uno de los jugadores del circuito con mejor swing, uno de los que más velocidad imprime al driver a la hora de chocar con la bola, uno de los que más distancia alcanza, no se ha inventado nada nuevo. La pregunta es otra: ¿de dónde se saca la velocidad?
"La velocidad sale de la fuerza", dice Jon Karla Lizeaga, preparador de la pertiguista Naroa Agirre -una atleta que necesita velocidad para superar el listón y fuerza para doblar la pértiga- y también entrenador de fuerza de José María Olazábal; "la fuerza se transforma en velocidad y la velocidad en salto".
"Sí, sí, pero la velocidad requiere un entrenamiento específico", dice Juan Elizondo, apellido navarro, sangre mexicana, empresario de Omaha (Nebraska), que fabrica y vende, a medias con Singh, el reputado Speed Stik®, un palito que mide 1,22 metros de largo y 25 milímetros de diámetro, tiene la empuñadura de una raqueta y esconde en su interior un velocímetro. "Agarras este palo casi como si fuese un bate de béisbol", explica Elizondo, "y haces swings a diestras y siniestras, el equilibrio entre las dos partes del cuerpo es fundamental para mejorar, no más de diez minutos al día. En poco tiempo mejora la velocidad y, con ella, la distancia". Cuenta Elizondo que Singh, un fanático de la puesta a punto, del trabajo; uno que utiliza múltiples aparatos y ayudas en sus entrenamientos, conoció el Speed Stik hará unos tres años y se hizo adicto a él. Tan adicto que formó enseguida sociedad con Elizondo, profesor de golf desde hace 30 años, para fabricar en serie el palito. "Y también lo utiliza Miguel Ángel Jiménez", añade Elizondo; "y José María Olazábal, que apenas lleva un año utilizándolo, ha ganado 30 metros con el driver".
Según los cálculos de los fabricantes del palo, una velocidad de 120 millas por hora (unos 200 kilómetros por hora) en el momento del impacto envía la bola a unos 270 metros, la frontera entre los pegadores medios y los largos. Y Olazábal, según las estadísticas del Masters y las de algunos torneos anteriores, ya se mueve con soltura por esa distancia, lo que le da categoría de buen pegador. Una consideración que, más que otra cosa, le hace gracia al jugador guipuzcoano, siempre esforzándose en minimizar sus logros. Así, cuando se le recuerda admirativamente que el viernes acabó el primero en la clasificación de mayor distancia, Olazábal, tras adoptar, una fracción de segundo, una pose a lo Increíble Hulk, se echa a reír. "A saber en qué hoyos me han medio el drive [a cada jugador se le mide la distancia desde el tee en dos hoyos y se hace la media después]. Seguro que fue en alguno en los que Tiger Woods salió con hierro", matiza; "o a lo mejor es que di con la bola en un pedrusco y salió disparada para adelante".
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