Simão, el orgullo recuperado
El jugador ex azulgrana brilla en el Benfica
"¿Si tengo que demostrar algo a los españoles? Bueno, los portugueses ya me conocen y el fútbol europeo va sabiendo quién soy. Ahora tengo 26 años, no 19 o 20. De todas formas, si tienen dudas sobre qué tipo de jugador soy actualmente, mañana tendrán la posibilidad de verlo". Simão Sabrosa es un tipo sencillo y templado, y ayer volvió a demostrarlo. Ante las preguntas de la prensa española desplazada a Lisboa, sacó el orgullo que las águilas (ése es el símbolo del Benfica) deben demostrar, en el campo y fuera de él, y explicó con sencillez que ya no tiene nada que ver con el que fue, que ha dejado atrás para siempre su pasado culé. De paso alertó entre líneas a su ex equipo de que el espíritu de revancha se cocina despacio.
El capitán del Benfica ya no se parece casi nada a aquel extremo intermitente pero fulgurante y de tiro certero que deslumbró en el Sporting de Lisboa, el equipo que lo forjó desde adolescente, y fue fichado por el Barcelona en puertas del trauma Figo hace ya siete años.
Entonces era muy joven, quizá algo ingenuo, y seguramente estaba demasiado tierno para afrontar la tarea hercúlea y disparatada que le encomendaron (sustituir al ídolo traidor). Pero así y todo dejó destellos de indudable clase y también de carácter (marcó el segundo gol contra el Madrid en el partido del regreso de Figo al Camp Nou, quizá el más tenso de los últimos 20 años).
Hoy, Simão ha madurado y se ha recuperado por completo de aquel despido prematuro y probablemente injusto con el que cerró su etapa culé, aquella era del vangaalismo de infausta memoria. Hoy, Simão ya no corre tanto (aunque mantiene una afilada punta de velocidad), crea tantos problemas por la derecha como por la izquierda (donde juega habitualmente), mira a la portería desde el centro, tira las faltas con mucho peligro y es el hombre hecho y derecho que lleva el brazalete de capitán del equipo más querido de uno de los países más futboleros del mundo, el centenario (fue fundado en 2004) y glorioso Sport Lisboa é Benfica.
El dato parece banal, pero no es despreciable. Ser capitán del Benfica no es cualquier cosa. Es la institución que enseñó al país, en los tiempos negros del salazarismo, que no todo era tristeza y derrota. Es el emblema nacional de los emigrantes lusos en el mundo entero. Para llevar ese brazalete hay que ser un líder, un tipo duro, capaz de poner orden y calma en un vestuario acosado por la saudade de los viejos tiempos.
Ser el ídolo de una afición apasionada cuando gana pero que cuando no gana se queja y abandona no es fácil. Pero Simão cumple de sobra todos esos requisitos, y además en el Benfica se ha revelado como un goleador estimable (lleva siete este año, y el que le metió al Liverpool en Anfield desde fuera del área ya está en la historia benfiquista).
Aunque algunos le reprochan que algunas tardes se esconde, Simão tiene un hueco en el corazón de la torcida: es el futbolista de la plantilla que más camisetas vende, el chico bueno perdidamente enamorado de Mariana y, sobre todo, el estandarte que llevó el año pasado al equipo a su primer título de Liga en una década ruinosa.
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