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Columna
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Puro teatro

Entre unas cosas y otras el teatro sale de detrás del telón y vuelve a estar de moda en Madrid. Quizá porque si durante años se ha encontrado sepultado por el cine, el cine que estamos viendo en los últimos tiempos nos ha lanzado a redescubrir la magia de unos focos que se encienden y unas personas reales que se van a convertir en personajes sólo para nosotros en este preciso momento, una de las pocas magias que uno no se puede bajar en Internet. El escenario está ahí, tan cerca, y al mismo tiempo lejos. Podríamos subir y tocar a los actores, los decorados, pisar las tablas, y, sin embargo, continuaría perteneciendo a otro mundo, un mundo ilusorio. Y esta sensación de tener al alcance de la mano algo que no existe es lo que hará que el teatro perdure pase lo que pase. Digamos que, frente al cine, el teatro es un arte de artesanía, que como los zapatos hechos a mano tiene justificado que cueste más caro. Que ahora mismo una película tan plana como Capote sea el no va más es un poco preocupante porque significa que la línea que marca la frontera entre lo sencillo y la simpleza se ha desdibujado por completo. Precisamente, Truman Capote dijo: "Escribir fue divertido hasta que averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal". En la película no he visto a este escritor, sino a uno que mágicamente acumulaba folios con una esporádica máquina de escribir. Eso sí, ya me hago una idea de cómo cogía el cigarrillo y con qué lentitud hablaba con Perry en la cárcel, pero no de por qué decidió convertir a este desgraciado en sensible y suspicaz, en soñador y supersticioso, en un ser tan perdido y necesitado de amor.

Así que, deseando por supuesto que el cine se sacuda las legañas lo antes posible, sobre todo el que nos viene de Estados Unidos, el teatro, como el nuevo teatro Valle-Inclán entre los edificios de Lavapiés, se hace hueco en nuestra vida y se convierte en reclamo para los espectadores y para los actores y en oxígeno para que respiren las ideas. Siempre hemos tenido grandes actores de teatro. Es más, como en Broadway todo actor de cine debería aumentar el reconocimiento de su público pasando por el teatro. Supone una buena manera de enriquecer los dos sectores y de azuzarnos a ir de taquilla en taquilla rascándonos el bolsillo y de paso el gusto. Esta semana, sin ir más lejos, he asistido a una lectura dramatizada por varios actores de la talla de Juan Luis Galiardo y Verónica Forqué. Un regalo, un lujo, así sin más, en la presentación del libro Cuadros de amor y humor, al fresco, de José Luis Alonso de Santos, un autor al que le debemos que el teatro se popularizara, lanzándole a cada espectador lo suyo como en los tiempos de Lope de Vega. En estas piezas, como dice Francisco Gutiérrez Carbajo en su amplio y excelente prólogo "la fuerza dramática es el resultado de amor, humor e ingenio sabiamente combinados".

Verónica Forqué leyó el cuadro Domingo mañana con una expresividad que hace que lo que ella dice nadie más pueda decirlo así. Los ojos azules ¿o algo verdes?, la piel clara, la voz entre alegre y triste, entre ingenua y sabia, la voz de alguien que nos tememos que vaya a sufrir una decepción de un momento a otro. Siempre me ha parecido una actriz de grandes registros emocionales, que puede arrollar con su fragilidad. De esas actrices que se mueven entre la risa y el llanto como si nada. Al pensar en ella no puedo evitar pensar también en Shirley MacLaine. ¿No podría haber hecho Verónica Forqué Irma la Dulce?, lo que por supuesto no quiere decir que no haya trabajado en películas muy importantes, aparte del teatro y también la televisión.

Junto a ella Juan Luis Galiardo tiene la solidez de quien sabe lo vulnerable que se puede llegar a ser. Leyó el divertido monólogo El honor de la patria con la flexibilidad y el dominio que proporciona la experiencia y el talentazo. Juan Luis Galiardo es la respuesta viviente de una pregunta que tarde o temprano se hace un artista de cualquier ramo, si su evolución como persona influye en su evolución artística. Viéndole a él parece que sí, o que sería deseable que así fuera. Lo ideal sería que alguien con gran conciencia de cómo hace su trabajo también la tuviera de cómo es entre sus semejantes. Una armonía difícil, que de alguna manera se le resistió a Truman Capote.

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