La democracia británica busca nuevas fórmulas
Está enferma la democracia británica? Con ojos españoles, es difícil verlo así. Los diputados de los Comunes están estrechamente vinculados a sus votantes, el Gobierno se ve forzado a negociar con su propio grupo parlamentario para asegurar la aprobación de sus propuestas pese a tener mayoría absoluta, el primer ministro no tiene más remedio que debatir en los Comunes y en la calle sus políticas más polémicas. En España, en cambio, se puede apoyar una guerra con el voto unánime del partido en el Gobierno, los diputados no los eligen los votantes, sino el partido, al decidir el orden cerrado de las candidaturas y el debate político está dominado desde hace 15 años por la crispación y los insultos que se cruzan Gobierno y oposición.
Que la participación bajase dramáticamente en las dos últimas elecciones ha bastado para que los británicos sientan que su democracia está enferma
El informe ofrece una serie de propuestas de renovación política, pero sus autores subrayan que no es un menú a la carta para que cada partido elija
Sin embargo, ha bastado que la participación cayera dramáticamente en los dos últimos comicios generales para que los británicos sientan que su democracia está enferma. En realidad lo sienten desde antes, desde que empezó a palparse el aparente desinterés de los ciudadanos por la política. Un amplio grupo de expertos liderados por lady Helena Kennedy, laborista, conocida como "la baronesa Roja", ha pasado 18 meses estudiando el problema, investigando, hablando con la gente, con la que está en la política y con la que se aleja de ella. Han recibido más de 1.500 aportaciones por escrito al debate. De ese esfuerzo ha salido un documento de 350 páginas, Poder para el pueblo, que quiere centrar un debate nacional sobre la cuestión. El lanzamiento será el próximo día 24, y los que se perfilan como rivales en las próximas elecciones, el laborista Gordon Brown y el conservador David Cameron, han prometido su asistencia.
El mito de la apatía
Lo primero que hace el informe es romper el mito de que los británicos son apáticos. Por ejemplo, el 37% de los ciudadanos que no votaron en las últimas elecciones -y que podrían representar precisamente por eso a los más apáticos- son miembros o participan activamente en una organización caritativa, un grupo comunitario, un organismo público o una organización militante. El activismo de los ciudadanos ha ido al alza en los tres últimos decenios. Sin embargo, el activismo político ha caído en picado. Es la política formal la que está afectada. Por ejemplo, el Partido Conservador tenía 2,2 millones de militantes a principios de los años setenta, 1,5 millones en 1975, sólo medio millón a principios de los noventa y apenas 250.000 ahora. Los laboristas, que históricamente siempre han tenido menos militancia pero mucho más activa, han pasado de más de 800.000 militantes en los años sesenta a menos de la mitad ahora.
El progreso económico del Reino Unido y la caída del muro de Berlín explican en parte ese fenómeno porque el país ya no está dividido en dos bandos ideológicos profundamente enfrentados, la clase obrera en torno al laborismo y los empleados de cuello blanco en torno a los tories. Pero el informe llega a la conclusión de que el distanciamiento de los ciudadanos respecto a la política no se debe a una disminución del sentido cívico; tampoco a la complacencia económica o política, ni al supuesto bajo nivel de los políticos, al negativismo de los medios o a la falta de tiempo del ciudadano.
Los autores concluyen que tampoco la falta de incertidumbre sobre el resultado electoral es un factor determinante, aunque admiten que tiene influencia; pero esa influencia, advierten, hay que enmarcarla en un contexto más amplio, la cantidad de votos inútiles que provoca el peculiar sistema electoral británico, llamado "el primero que llega, pasa", y que otorga el escaño en cada circunscripción al candidato más votado, aunque no tenga la mayoría absoluta de los votos.
Sin embargo, la participación sí parece tener una cierta relación con la incertidumbre del resultado. La tasa más alta de los últimos años (77,7%) se dio en 1992, cuando los laboristas aspiraban a romper casi tres lustros de dominio conservador y el miedo llevó a los votantes tories a las urnas. En 1997, cuando los laboristas ya parecían vencedores de antemano, la participación cayó al 71,3%, y en las dos siguientes, en las que nadie dudaba de su victoria, descendió al 59,4% y el 61,3%. Lo mismo ha pasado en España. La participación ha sido más alta cuando se esperaba un cambio de Gobierno (80,3% en 1982, 75,4% en 1993, 76,5% en 1996, 76% en 2004), frente a porcentajes por debajo del 70% cuando la continuidad del Gobierno parecía asegurada (1986, 1989, 2000).
Los autores del informe ofrecen una larga serie de propuestas de renovación de la política británica y aseguran que se trata de un paquete conjunto, no de un menú a la carta para que los partidos elijan unas pocas propuestas. Advierten también de que no se trata de una mera reforma de carácter constitucional, aunque consideran imprescindibles algunos cambios, como la reforma electoral. Es un tema delicado porque, aunque el sistema actual es manifiestamente injusto (beneficia de forma desproporcionada al partido que obtiene más votos, además de estar sesgado a favor del Partido Laborista debido al reparto de las circunscripciones), proporciona Gobiernos fuertes. Más allá de la justicia o no del sistema, el debate está entre la opción de Gobiernos estables y fuertes o una nueva cultura política: las coaliciones. El nuevo líder tory, David Cameron, ha rechazado ya la introducción del sistema electoral proporcional porque rompería la estrecha relación que hay ahora entre cada diputado y su circunscripción electoral.
El informe sostiene que el actual sistema quizá era el más conveniente cuando los votantes podían elegir entre dos opciones completamente distintas, pero ahora las dos grandes opciones se parecen mucho, y es ese centrismo común, precisamente, una de las causas del desencanto con la política formal. Es necesario, sostiene el informe, dar paso a formaciones más pequeñas, con posiciones más radicales, que reabran el debate político.
Listas abiertas
Se decantan por un sistema electoral proporcional, aunque con listas abiertas: "El sistema de listas cerradas de partido no tiene sitio en unas elecciones modernas". La Cámara de los Lores debería ser elegida en un 70% y los candidatos deberían tener más de 40 años y serían lores durante tres legislaturas para reforzar su independencia respecto al partido. En el resto de comicios, la edad mínima para votar y para ser candidato debería reducirse a 16 años.
El Parlamento debería tener más poderes de escrutinio de la labor del Gobierno, en especial en sus relaciones con entidades supranacionales; tener capacidad de veto en determinados nombramientos y para iniciar nueva legislación, abrir investigaciones y actuar en peticiones públicas. Se debería limitar el poder de los jefes de los grupos parlamentarios para dar más independencia a los diputados.
Hay que descentralizar el poder del Gobierno central al gobierno local, y desde éste a entidades más pequeñas, de carácter casi vecinal. Reformar el sistema de financiación de los partidos para hacerlo más transparente y ligarlo más a las preferencias de los ciudadanos.
Los ciudadanos han de tener más facilidades para promover legislación, y, si es necesario, imponerla a través de referéndum. Se ha de garantizar la pluralidad de medios de información y evitar el poder excesivo de sus propietarios. Crear un servicio nacional de estadística independiente, libre de influencia política.
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