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Reportaje:Atletismo | Mundiales de pista cubierta

Las mujeres dan el salto

Bronce de Beitia en altura y cuarta plaza de Montaner en longitud

Carlos Arribas

Veinte atletas componían el equipo español en los Mundiales de Moscú, trece hombres y siete mujeres. España ha terminado la competición con una medalla de plata -Glory Alozie, mujer-, una de bronce -Ruth Beitia, mujer-, un cuarto puesto -Concha Montaner, mujer- y un récord batido -Naroa Agirre, mujer-. Así que, visto esto y habiendo comprobado que todas las mujeres con éxito incluyen el salto en su disciplina, es una obviedad escribir que las mujeres dan el salto. Obvio, pero necesario. Y más necesario, además, para dar más valor a sus logros relatar la peripecia vital que llevó, por ejemplo, a dos españolas en su plenitud atlética a consolidarse entre la élite: a Ruth Beitia, de 26 años, a su primer metal mundial, un bronce en salto de altura; a Concha Montaner, de 25, a un cuarto puesto en longitud.

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Muchas mañanas de invierno cántabro, de niebla, borrasca y lluvia, de frío y humedad, entrenándose al aire libre, ha recordado Ruth Beitia, una larguirucha santanderina, cómo le hirvió la sangre durante los Mundiales de Helsinki al contemplar cómo la sueca Emma Green, una saltadora con peor marca personal que ella, obtenía la medalla de bronce en una final en la que ella no estaba por haber sido eliminada la víspera, una tarde lluviosa en Finlandia. Le hervía la sangre, se convencía de que eso nunca la volvería a ocurrir y, al mismo tiempo, intentaba, junto a su entrenador, Ramón Torralbo, no mirar al lado, no dejarse deslumbrar por el espejismo de un flamante módulo cubierto ya construido en la pista de La Albericia, aún inutilizado por falta de equipamiento. Se trataba de eso, de temblar de frío, de patinar al saltar, de padecer o de dejarlo. "Pero no, dejarlo, nunca. He trabajado mucho y duro y merezco estar aquí", dice Beitia, quien echa de menos a su lado a Torralbo. Pero éste apenas viaja con su atleta. No puede ser entrenador full-time y trabaja como profesor de magisterio para completar el sueldo. "Y estoy muy orgullosa de que seamos las saltadoras españolas las que peleemos tan bien por España".

Pelear, pelear, Beitia lleva años peleando. Gracias a eso y a su calidad, su flexibilidad, su coordinación, se convirtió el año pasado en la primera saltadora española en superar los dos metros. Y por ello poco después ganó la plata en los Europeos en pista cubierta de Madrid. Y por eso ayer estaba allí, en el viejo palacio olímpico moscovita, batiéndose el cobre con algunas de las mejores saltadoras mundiales. Con la rusa Slesarenko, por ejemplo, que es la campeona olímpica, que ha saltado 2,06 metros, que ya había sido también campeona mundial bajo techo. Con la croata Blanka Vlasic, también, que este invierno había saltado 2,05 metros. O con la norteamericana Chaunte Howard, la subcampeona de Helsinki, o la ucraniana Vita Stiopina, que salta 2,02 metros. A todas ellas las miró a la cara y a todas desafió. Ninguna la asustó. Y, llegadas a 1,98 metros, la altura que haría la gran criba, sólo ella, Vlasic y Slesarenko estaban allí sin un solo nulo. Y la cuarta que había superado la altura, la rusa Savchenko, nunca había saltado tan alto. La medalla era cosa hecha, aunque no pudiera con los dos metros. No pudo. Sólo necesitaba que Savchenko, que saltaba tras ella, fallara también su tercer intento para colgarse el bronce. Y allí, mientras Vlasic y Slesarenko, las que pasaron los dos metros, se recuperaban, trataban de recobrar el pulso, ella contempló con el corazón en el puño el último salto de Savchenko. Cuando falló la rusa, Beitia dio una patada en el suelo, dos palmadas y se sintió plena. "No sabía cuál era mi puesto realmente", dijo; "pero no quería dejar pasar la oportunidad otra vez. Y una medalla en unos Mundiales ya suena bien, ¿no?".

Una medalla en unos Mundiales, y de plata nada menos, la tuvo colgada virtualmente Concha Montaner durante dos increíbles minutos. Fue tras su sexto salto, que la llevó hasta 6,76 metros, una marca muy cercana a su mejor vuelo en pista cubierta. Y la conseguía en una final, y en el último intento, y en una competición en la que no tenía pensado tomar parte, y tras un invierno en el que había trabajado más técnica y fuerza que velocidad, un invierno incompleto. Todo sonaba a extraordinario, y más teniendo en cuenta el historial de grandes promesas y grandes decepciones protagonizado por la saltadora valenciana. "Pero ya soy una mujer madura", declaró la atleta de L'Eliana. Y ya lo demostró tras su primer salto válido, en el segundo intento, 6,64 metros, una marca que en otras ocasiones la habría dejado contenta, pero no ayer. "Fue un salto para asegurar", dijo; "después hice dos nulos muy largos y el último, larguísimo. He sabido ir a más. He demostrado mi madurez atlética". Hace cuatro años, Montaner terminó cuarta en los Europeos de Múnich. Se fue llorando de la pista. Ayer salió feliz con otro cuarto puesto. Y después de haberse creído segunda durante dos minutos. Pero tras el 6,76 que la dejaba segunda tras la inalcanzable rusa Kotova -siete metros en su primer intento-, saltó la campeona, la norteamericana Madison, que se fue hasta 6,80. Y luego la portuguesa Naide Gomes, que igualó su marca pero le quitó el bronce por tener mejor segundo salto: 6,75.

Ruth Beitia rebasa el listón situado a 1,98 metros de altura.
Ruth Beitia rebasa el listón situado a 1,98 metros de altura.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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