_
_
_
_
Reportaje:El efecto Da Vinci y 2

El estricto internado del Opus

La Obra es casi invisible fuera de España, América Latina y Filipinas. Ahora espera ampliar su presencia en Estados Unidos, donde sólo cuenta con 3.000 socios

Enric González

El interés del Opus Dei por darse a conocer y extenderse en Estados Unidos no es nuevo. El fundador de la organización, san Josemaría Escrivá, habló de ello muchas veces. El primer centro se abrió en Chicago en 1949, sólo dos años después de que el Opus Dei saliera de España y fundara una casa en Roma. Chicago se mantiene como la única ciudad estadounidense donde la Obra cuenta con una presencia apreciable. Por lo demás, las cifras de afiliados no impresionan en absoluto. En Estados Unidos ascienden a unos 3.000, de los que apenas 200 residen en Nueva York, la ciudad donde el Opus Dei dispone desde 2001 de un céntrico rascacielos.

En gran medida, la idea de aprovechar la publicidad (negativa pero descomunal) proporcionada por El Código Da Vinci apunta de forma especial hacia Estados Unidos. Algunos datos parecen indicar el inicio de una expansión. En 2003, cuando se publicó la novela, la oficina neoyorquina del Opus Dei recibió 3.860 peticiones de información. Bradley Arturi, la persona que responde a las peticiones, indica que en 2005 el número de contactos ascendió a 6.870, lo que representa un aumento del 40%.

La Obra considera que 'El Código Da Vinci' distorsiona, entre otros efectos, su identidad institucional
Los 85.000 miembros del Opus Dei representan el 0,008% del total de católicos en el mundo
La Obra cuenta con 15 universidades, 11 escuelas de negocio, 166 residencias para estudiantes
Los que abandonan el Opus Dei le acusan de "lavar cerebros" y anular la personalidad de sus miembros
La gran afluencia de madres de familia supernumerarias cambió el perfil masculino de la Obra
Más información
Fesser: "El Opus Dei ha utilizado para sus fines el calvario de una niña"

Las afiliaciones, sin embargo, se mantienen al ritmo de siempre. David Gallagher, encargado de esa tarea, estima que el crecimiento anual oscila entre el 1% y el 2%, lo que supone una media cercana a los 40 ingresos al año. "Es pronto para saber si toda esta publicidad indirecta tendrá consecuencias sobre el número de peticiones de admisión en Estados Unidos", señala el portavoz internacional Marc Carroggio.

La "política de transparencia" se ha traducido, por ejemplo, en largos reportajes televisivos emitidos por las principales cadenas estadounidenses y en una noticia de portada de The New York Times. Algunos detalles anecdóticos han hecho las delicias de la prensa, como el hecho de que el único Silas (el nombre del monje albino de la novela) realmente perteneciente al Opus Dei sea Silas Agbim, un amabilísimo broker bursátil residente en Brooklyn, nacido en Biafra (Nigeria) y de aspecto nada albino. "Como ficción, la obra de Dan Brown es muy entretenida; si se toma como realidad, es ponzoñosa", comenta Agbim.

El Opus Dei ha mantenido ante Columbia-Sony, que produce la versión filmada de El Código Da Vinci (el estreno mundial se anuncia para mayo, con videojuego incluido), la misma actitud de "no beligerancia" adoptada frente a la editorial Random House-Bertelsmann. Thomas Bohlin, el vicario en Estados Unidos, ha remitido tres cartas a Amy Pascal, la presidenta de Columbia. La primera, fechada el 15 de enero de 2004, indica que el argumento constituye una "grave injusticia" por la "distorsión de la identidad institucional" del Opus Dei. El tono de las tres misivas es amable. La respuesta de Columbia, en los tres casos, ha sido también amable, y basta. Columbia ofreció al Opus Dei la posibilidad de participar en la gestión de una página de debate en Internet; Bohlin (y la Conferencia Episcopal de Estados Unidos) declinó la oferta. Para dar a conocer la realidad del Opus y la irrealidad de El Código Da Vinci, el numerario John Wauck, sacerdote, ha creado un blog en inglés bastante divertido: www.davincicode-opusdei.com. El Opus Dei insiste en que "no habrá boicoteos" a la película y en que no tiene "ningún deseo de polémica".

El Código Da Vinci, por el momento, ha convertido la torre de la organización en la calle 34 de Nueva York en una singular atracción turística. Muchas personas se detienen para fotografiarse ante el portal. "A veces se forma aquí un barullo de gente y, en ocasiones, alguno se atreve a preguntarnos por la cámara de tortura", comenta Robert Boone, uno de los porteros del edificio. ¿Cuál es la respuesta a ese tipo de preguntas? "Pues que la cámara de torturas está en el sótano, ¿dónde va a estar si no?".

Para sacar algún provecho del atractivo turístico, se ha instalado junto a la puerta un expositor con folletos sobre el Opus Dei. El letrero dice: "Para fans de El Código Da Vinci: si te interesa el Opus Dei real, coge uno".

También llegan con frecuencia a la sede neoyorquina cartas dirigidas al "obispo Aringarosa", el personaje de El Código Da Vinci. Llevan como dirección la de Lexington Avenue que aparece en la novela, hasta cierto punto errónea porque corresponde a la residencia femenina. La masculina, donde viviría Aringarosa si hubiera existido, está en la calle 34, doblando la esquina. Algunas contienen insultos, otras son directamente delirantes. El lunes pasado se recibió una de un tipo que decía haber descubierto, después de leer el Código, que era Dios, Jesucristo y Zoroastro, todo a la vez.

Quienes escriben al "obispo Aringarosa" están convencidos de que el Opus Dei acumula poder y almacena secretos de magnitud cósmica. En realidad, el Opus Dei empequeñece cuando se traduce en cifras. Con sus 85.000 miembros, representa el 0,008% de los católicos en el mundo. Las afiliaciones anuales oscilan entre las 600 y las 700. Cuenta con dos cardenales, con unos 40 entre los 4.500 obispos católicos y con un par de docenas de miembros en la curia vaticana. Fuera de España, que con 35.000 afiliados sigue constituyendo el centro de gravedad de la organización, y de países como Italia, Perú, México y Filipinas, el Opus Dei es casi invisible. En el Reino Unido, donde la primera residencia se fundó en 1946, las reticencias del cardenal Basil Hume (1923-1999) y la propia cultura del país han impedido el crecimiento: hay sólo 400 miembros (uno de ellos, Ruth Kelly, ejerce en la actualidad como ministra de Educación del Gobierno laborista).

Otra cosa es la "calidad" de los miembros del Opus Dei. Suele atribuirse a la Obra un especial interés por captar profesionales de alto nivel y dirigentes políticos. Al menos entre los numerarios, los célibes que viven, salvo dispensa especial, en las residencias y se someten a una severa disciplina de trabajo, oración y mortificación, esa fama es justificada.

Los portavoces aseguran que el Opus Dei está abierto a todos, y disponen de numerosos ejemplos de lavanderos, peluqueros y taxistas para demostrar el interclasismo de la organización. John Allen, autor de una profunda investigación sobre la Obra, reflejada en su libro Opus Dei, comenta que "al principio se orientaba de forma decidida hacia la élite de la sociedad, pero ya no es así". La realidad, sin embargo, tarda en cambiar. "El perfil general es todavía de cuello blanco, tanto entre los numerarios como entre los supernumerarios, y son raros los obreros. El numerario típico muestra un alto nivel de formación y de capacidad profesional. Pero ésa es una ley socioeconómica", puntualiza Allen, "porque la gente que ya está dentro es quien atrae el interés de los posibles nuevos miembros, y lo hace en su propio ambiente".

Resalta, pese a todo, la atracción que el Opus Dei ejerce entre las amas de casa. Hay en el Opus Dei mujeres de todas las extracciones y de oficios muy diversos, pero la afluencia de madres de familia supernumerarias ha decantado la balanza interna del lado femenino. El Opus Dei, que en sus orígenes españoles era un asunto claramente masculino (ni la madre ni la hermana de Escrivá llegaron a afiliarse), asegura que hoy el 55% de sus miembros son mujeres.

A los supernumerarios (70% del total), los numerarios (20%) y a los sacerdotes (2,2%) se añade en el Opus Dei una categoría llamada "numerarias auxiliares". Son unas 4.000 mujeres que, en general, se ocupan de la gestión interna en las residencias, lo que incluye las tareas domésticas. Esa función ha suscitado acusaciones de machismo y discriminación, que los dirigentes de la Obra (y las propias "auxiliares") se esfuerzan en rebatir. La explicación se remonta a los orígenes, cuando Escrivá quiso trasladar a la organización religiosa el ambiente hogareño de su propia casa, donde se celebraron las primeras reuniones del Opus Dei. Escrivá solía hablar de la necesidad de un "toque femenino" en las residencias. Hoy ese argumento suena un poco desfasado, pero numerarios y numerarias consideran esencial el trabajo de las "auxiliares", que asumen la función de "madre" (con la autoridad que ello implica) y hacen de los centros "lugares realmente familiares y habitables". "Esas personas", afirma el portavoz, Juan Manuel Mora, "desempeñan como un trabajo profesional la misma tarea de una madre en cualquier familia, y su trabajo tiene la misma dignidad que el de un ministro".

La vida cotidiana de un numerario del Opus Dei está rígidamente ordenada. La jornada empieza con la frase "Serviam" ("Serviré") en cuanto abre los ojos. Se exige la asistencia diaria a misa con comunión, el rezo del ángelus, el rezo del rosario, la lectura de los evangelios, la repetición de una serie de oraciones y la práctica de ejercicios de meditación. Los numerarios deben llevar el cilicio (cadena con puntas metálicas) anudado en torno al muslo un par de horas diarias, y una vez por semana azotarse las nalgas con una especie de látigo mientras se reza un avemaría. "Ser numerario tiene más que ver con una relación de amor que con una obligación de sufrimiento: sin la base de una relación personal afectuosa con Cristo, todo resultaría ridículo", asegura Marc Carroggio.

Los castigos corporales han contribuido de forma notable a las leyendas siniestras en torno al Opus Dei, sobre todo por el hecho de que san Josemaría Escrivá solía ser cruento en sus autoflagelaciones y existen testimonios sobre los rastros de sangre que dejaba tras azotarse. Los miembros de la organización restan actualmente importancia a esas prácticas, cuya función es la de "compartir" en pequeña medida el sufrimiento de Cristo. Lamentan también la atención que desde el exterior se presta a "algo secundario que apenas ocupa el 1% de nuestro tiempo". "Me parecen mucho más importantes otro tipo de 'mortificaciones' que nos imponemos, como la voluntad de servicio, o incluso detalles como la puntualidad", comenta un numerario.

El portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, uno de los más conocidos numerarios del Opus Dei, dice que dos horas de gimnasio mortifican más que el cilicio. Otro numerario confesó a este corresponsal que más de un día olvidaba la rutina del cilicio y aseguró que nunca había sangrado a causa de las mortificaciones físicas. Los portavoces de la organización recuerdan que el uso del cilicio no tiene nada de anómalo en el catolicismo, ya que los jesuitas, por ejemplo, lo utilizaron hasta los años sesenta, y afirman que a los recién ingresados se les aconseja prudencia, nunca lo contrario, en el uso de los instrumentos del dolor.

Quienes abandonan con amargura el Opus Dei (una pequeña minoría respecto al total, pero demasiado amplia para no tomar en serio sus denuncias) suelen acusar a la organización de "lavar cerebros" y anular personalidades a base de limitar la libertad e imponer mortificaciones e incomodidades. El obispo Javier Echevarría, actual prelado, ha admitido en público que el Opus Dei puede haber dañado a ciertas personas y ha pedido perdón por ello. La explicación oficial consiste en que, en efecto, el Opus Dei no es, como la cerveza Guinness, para todos los paladares, y en que la disciplina que para algunos eleva la autoestima y agudiza la experiencia religiosa, para otros resulta intolerable.

Juan Manuel Mora asegura que los cilicios, las tablas para dormir y las ocasionales duchas frías "no son en absoluto representativas". "No hemos inventado la mortificación corporal ni es exclusiva nuestra", agrega, "nuestra principal característica es justamente lo contrario: lo ordinario". Un joven numerario indicó que hacían falta los pequeños sacrificios "porque de lo contrario nos acomodamos".

La "excesiva comodidad" de los numerarios suena a paradoja, vista la agenda cotidiana. Pero existe otra perspectiva. "La oración y el resto no pesan, somos católicos convencidos y queremos vivir a fondo nuestra religión; por otra parte, vivimos en residencias en las que alguien nos prepara la comida y hace la limpieza para que nosotros podamos trabajar y estudiar tranquilamente: el riesgo consiste en convertirse en un solterón acomodado", dijo ese numerario.

A pesar de todo, abundan quienes sienten recelos respecto a la vida comunitaria del Opus Dei. Un caso muy ilustrativo es el de un joven numerario cuya madre es supernumeraria y, por tanto, comparte los medios y fines de la organización, y aun así se siente inquieta: "Mi madre", explica el numerario, "sabe que estoy bien, pero de alguna forma sigue pensando que llevo una vida anormal y extrañándose de que prefiera dormir en una residencia cuando voy a visitarla. Quizá cuesta comprender que, al ingresar en el Opus Dei, uno forma parte de una nueva familia".

Tanto hombres como mujeres se comprometen a participar cada noche, si les es posible, en lo que se conoce como "tertulia", una charla después de la cena con la que los numerarios reproducen, en lo posible, una vida familiar. El "cliché" más común retrata a los numerarios como personas más bien mojigatas. Su reflejo de automortificación puede reflejarse en detalles nimios, como el de no pedir en un restaurante el plato que más les apetece, pero la política interna acerca de la comida y el alcohol es liberal y nadie se gana una reprimenda por soltar tacos: el fundador también lo hacía. El ambiente interno es bastante jovial.

Los numerarios acuden cada día a su puesto de trabajo con una doble idea: hacerlo lo mejor posible para que sea grato a Dios, y comportarse de manera que sus compañeros puedan tomarles como modelo. Esto último forma parte de la misión evangelizadora que, en principio, asumen todos los católicos. La gente del Opus Dei topa siempre con el mismo dilema: ¿es apropiado decir con naturalidad a los compañeros que pertenece a la Obra?, ¿cuándo es el momento apropiado?, ¿puede crear dificultades laborales?

Cuando dos numerarios se encuentran, lo más normal es que se saluden con algo que parece una contraseña, pero es sólo la palabra latina "Pax", "Paz". Se atribuye al Opus Dei una cierta tendencia a funcionar como red masónica y una gran eficacia en la promoción profesional de sus miembros. Todos los numerarios consultados afirman, por el contrario, que la pertenencia a la organización no ayuda. "Al revés, bastantes colegas te miran como un bicho raro cuando saben que eres del Opus", comenta uno de ellos.

Es muy difícil elaborar una lista exacta de las propiedades del Opus Dei, porque a veces gestiona centros sin poseerlos y otras veces se limita a prestar "asistencia espiritual" o a aportar profesionales a centros que, sin embargo, se identifican plenamente con la Obra. La "lista canónica", recogida por John Allen en su libro y contrastada por este corresponsal con portavoces del Opus Dei, incluye lo siguiente:

- Quince universidades (la principal está en Pamplona), con unos 80.000 estudiantes en sus distintas facultades y escuelas.

- Siete hospitales, con unos 1.000 médicos, 1.500 enfermeras y 300.000 pacientes.

- Once escuelas de negocios, entre ellas el IESE de Barcelona y el IPADE de México.

- Treinta y seis escuelas primarias y secundarias (cinco de ellas en Estados Unidos), con unos 25.000 alumnos, a las que se añaden otras 230 (con unos 100.000 alumnos) en las que el Opus Dei se hace cargo de la atención religiosa.

- Noventa y siete escuelas profesionales, con unos 13.000 alumnos.

- Ciento sesenta y seis residencias universitarias que acogen a unas 6.000 personas que, en su gran mayoría, no pertenecen al Opus Dei.

A ello hay que añadir cosas como Harambee, un fondo creado con motivo de la canonización de monseñor Escrivá de Balaguer para financiar proyectos de desarrollo en diversas nacionales de África, y levantar decenas de pequeños centros como el que desde hace varios años funciona en el Bronx neoyorquino para ayudar a los chicos a estudiar y alcanzar la Universidad. Esos centros subsisten gracias a la esponsorización externa.

Una asistente a la canonización de Escrivá de Balaguer, en octubre del año 2002, enarbola una bandera de EE UU.
Una asistente a la canonización de Escrivá de Balaguer, en octubre del año 2002, enarbola una bandera de EE UU.AP

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_