Un auténtico nueve
En agosto de 1997, Telmo Zarraonandia, Zarra, se fundió en un abrazo, en el centro del campo de San Mamés, con Bert Williams: el que marcó el gol de Maracaná y el portero al que se lo marcaron, en julio de 1950, en el Mundial de Río. El gol por antonomasia, el de la victoria de España contra Inglaterra por 1-0, relatado por Matías Prats. Aquel abrazo era el de la reconciliación simbólica entre portero y delantero, las dos categorías esenciales de héroes en el planeta futbolístico.
El delantero centro por excelencia, murió ayer, a los 85 años. Había nacido en Asua (Vizcaya), donde su padre era jefe de estación. Su hermano mayor, Tomás, que llegó a jugar en el Oviedo, lo hacía de portero. Telmo se inició en ese deporte lanzando chuts para entrenar a su hermano. Pero entonces, de chaval, era más un regateador que un chutador, según se recordaba a sí mismo en una entrevista que apareció en este periódico en vísperas del Mundial de España. Jugó en el Asua y el Erandio antes de fichar por el Athletic en la temporada 1940-41, a sus 18 años. Debutó en un amistoso contra una selección de Guipúzcoa, marcando 7 goles, a los que seguirían otros 334 en partidos oficiales, de ellos 251 en la Liga. Todavía hoy conserva el récord de ser el jugador que más veces, seis, ha sido máximo goleador de ese torneo y comparte con Hugo Sánchez el récord de goles, 38, marcados en un campeonato; 38 goles en 30 partidos que tenía entonces la Liga, ocho menos que ahora.
Fue sobre todo un rematador de cabeza, "la mejor de Europa después de la de Churchill". Cuando empezó, según reconocería muchos años después, tenía miedo al choque y por eso procuraba adelantarse, saliendo al encuentro de la pelota en vez de esperarla, y así fue como se convirtió en un especialista. El miedo lo superó con mucho entrenamiento, rematando centros de Gainza y de Iriondo, los dos extremos de la famosa delantera que recitaban de memoria los niños de los años 40 y 50: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Desde ayer, Iriondo es el único sobreviviente.
Zarra fue conocido y admirado por personas que nunca habían pisado un campo de fútbol. En 1994, Jordi Pujol sostenía que en los años cincuenta el español medio se identificaba con la imagen de Zarra: la furia, la nobleza. Se contaba en Bilbao que una vez había tirado el balón fuera, renunciando a marcar a puerta vacía, al ver que se había lesionado el portero. En aquellos años había pocos partidos internacionales, pero Zarra jugó en casi todos los que disputó la selección entre 1945 y 1951. En 20 encuentros marcó otros tantos goles.
En una entrevista que le hice en junio de 1982 me contó cómo había conocido a su mujer, Carmentxu: "Un año que yo estaba lesionado, con la pierna enyesada, se me ocurrió ir al baile de la plaza el día de la fiesta del pueblo. Pero, claro, no podía bailar y me quedé sentado en una esquina. Como yo era allí muy famoso, al principio todos me hacían caso, pero empezó la música y se fueron a bailar. Menos Carmentxu. Dijo que se quedaba a hacerme compañía y, en fin, así nos conocimos". Zarra: el 9.
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