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Columna
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La pregunta

Que estos años que disfrutamos y padecemos corren veloces, es una evidencia. Como quien ayer, las comarcas norteñas del País Valenciano eran un territorio opaco, carente de valor informativo. Pero los cambios han sido vertiginosos desde mediados de los ochenta, y hoy a casi nadie extraña ver en el televisor a un obrero gaditano, con problemas laborales y en huelga, afirmando micrófono en boca que "o se arregla el asunto de los astilleros o nos vamos todos a Castellón". Los archivos de Informe Semanal tienen puntual noticia de la anécdota, que no es trivial. Como no son triviales, por lo general, los informes económicos de las cámaras de comercio. Y según el SCOP, Servicio Cameral de Orientación Profesional, dependiente de dichas cámaras, las empresas castellonenses fueron quienes ofrecieron en 2005 un mayor número de empleos, y Andalucía donde hubo una mayor demanda de trabajo. Una reseña del informe del SCOP la pudieron leer ustedes, vecinos, en las páginas salmón de este periódico. Una constatación fidedigna de la realidad que voceaba el huelguista airado en el programa televisivo; una constatación de cuanto perciben los ciudadanos castellonenses con la inmediatez de lo cotidiano. Como también perciben la presencia de los nuevos valencianos, de los extranjeros que llegaron buscando las condiciones de vida que no encontraron en sus patrias chicas o grandes: el porcentaje de población llegada de más allá de las fronteras hispanas roza o supera el 20% en Orpesa, Sant Jordi, Benicàssim, Alcalà de Xivert o la mismísima capital de La Plana. Unas realidades sociales y económicas nuevas que hay que asumir y cuyos problemas deben estar en el punto de mira objetivo de los poderes públicos.

Aunque los cambios no sólo son demográficos, ni se reducen a la siembra poco o nada controlada de destartalado asfalto, que, además de necesitar el agua que no tenemos, convierte en irreconocible el paisaje valenciano. Los problemas se acumulan, y un día sí y el otro también, la Guardía Civil que controla lo más eficazmente posible nuestras costas, se hace con fardos que contienen una barbaridad de toneladas de estupefacientes, junto a los acantilados y riscos todavía no violados por el cemento en la Serra d'Irta. Porque la droga, otro cambio vertiginoso, es una realidad palpable en la que hemos alcanzado en poco tiempo estar a la cabeza de las estadísticas europeas. Otra realidad tan desconocida hace poco como lo era el botellón o los campos de golf como pretexto para recalificar terrenos y urbanizar donde sea. Muchos cambios en poco tiempo; preocupaciones que llegaron de repente y se sumaron a las ya existentes.

Pero esos cambios y preocupaciones no deben de estar reseñados en la hoja de ruta de determinados grupos sociales y políticos, cuyo interés vaga por los cerros de Úbeda, las quebradas del poder o un ficticio laberinto de identidades patrias de difícil digestión para quienes rechazando el secesionismo de cualquier índole, nos identificamos con la pluralidad y diversidad de pueblos y naciones, y no somos pocos. Y es que, con la de cambios y preocupaciones que hay, la inocente pregunta de los muchachotes del PP (¿Considera conveniente que España siga siendo una única nación en la que todos sus ciudadanos sean iguales en derechos, obligaciones, así como en el acceso a las prestaciones públicas?) suena a samba política, a referéndum contra quien sea. Mientras el aldabón de los problemas reales y tangibles golpea las puertas del vecindario.

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