"Lléveme a la avenida Francisco Ayala"
En el centenario, ya las calles de Granada llevan el nombre del escritor
Nada más entrar en el taxi, el viernes por la mañana en Granada, una voz le avisó al conductor:
-¿Está libre para ir a la avenida Francisco Ayala?
El taxista dijo "no"; me estaba llevando al centro, al Ayuntamiento, donde los niños esperaban a Francisco Ayala, que no pudo ir, como se contó aquí ayer mismo.
Le pregunté al taxista:
-¿Qué más hay famoso en la avenida Francisco Ayala?
-El Instituto Francisco Ayala.
"Todos los caminos conducen a Ayala", le dije. Y me respondió:
-Es que es el centenario.
El centenario de Ayala. Desde hace más de un siglo no hay un solo escritor español que haya contado su siglo mientras vivía; el otro día me contaba un allegado de Ayala:
-Fíjate, Menéndez Pidal estuvo a punto del siglo. ¡Por unos días!
Pero Ayala llega al siglo, está a la vuelta de la esquina.
La mañana en que él debía ir al Ayuntamiento, a verse con los chicos, como contó ayer aquí Reyes Rincón desde Granada, Ayala se despertó malo, "muy malito", como dijo el alcalde Torres Hurtado; y aun así halló fuerzas de flaqueza para decir, por teléfono, "aquí estoy yo". Un día le pregunté a Ayala si es de veras de Granada, si esa larga estancia en otros sitios -piénsese que se fue en 1922, y ya volvió tan sólo en los sesenta, después de su largo, paciente exilio- no le habría quitado la esencia granadina.
-Pero, ¿qué dice usted? ¿No ve que sigo teniendo la mala follá?
Ayala es un hombre con un secreto sentido del humor; cuando más ausente está, pensando en sus cosas, está en realidad recordando, o riendo hacia adentro. El viernes, cuando ya se repuso de esa dolencia que le impidió estar con los chicos, se encontró con los que están preparando su exposición. Le vi ensimismado varias veces, irritado en ocasiones porque todo el mundo hablaba al mismo tiempo, y cuando ya despertó a hablar me di cuenta de lo que sucedía: estaba pensando, es decir, recordando, porque el autor de Recuerdos y olvidos recuerda con una precisión espectacular.
Recordaba, por ejemplo, y es lo que le quería decir a los arquitectos de su exposición mientras todo el mundo hablaba alrededor, que la primera película que vio en su vida fue La bestia humana. Le llevó su madre a un cine de la Gran Vía, ella veía a la actriz en la pantalla, bellísima, enorme, y él preguntaba:
-Mamá, ¿ésa es la bestia?
-Qué va, niño, calla, y sigue mirando.
Por esa vía de los recuerdos Ayala llegó luego a una de las grandes películas de su vida, El ángel azul, con Marlene Dietrich; la había visto en Berlín, cuando estaba allí, al principio de la era republicana, cuando aún latía en su corazón la ilusión del arte, antes de la evidencia del exilio...
Exultante Ayala, en Granada. Antes, el comisario de sus cien años, Luis García Montero, nos llevó a la casa donde nació el centenario granadino. En la calle San Agustín. Allí la casa natal, desnuda, recién remozada, aún sin la placa que debe decir que allí nació el hombre que esta semana ha inaugurado en Granada la felicidad de existir. Cuando pongan la placa, a él le llegará noticia de los cien años, pero a su memoria volverá su madre llevándole al cine.
-Calla, niño, y sigue mirando.
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