Federer, en el séptimo cielo
El suizo logra su segundo 'grande' australiano ante el bravo chipriota Marcos Baghdatis, que le ganó el primer 'set'
Para Roger Federer debería ser una rutina. Llegar, jugar, ganar. Un trámite sin más para un tenista que había ganado todas y cada una de las seis finales de torneos grandes que había jugado antes de ayer. Tres veces en Wimbledon, dos en Flushing Meadows, una en la pista Rod Laver del Melbourne Park. Así fue también, por supuesto, ayer, en su segunda final del Open de Australia, en su séptima final de un torneo de Grand Slam, en la que derrotó en cuatro sets (5-7, 7-5, 6-0 y 6-2) al bravo y sorprendente chipriota Marcos Baghdatis.
¿Por qué, entonces, si era una victoria prevista, una jornada laboral habitual para el número uno del tenis mundial que las afronta con seriedad e inmutabilidad, Roger Federer rompió a llorar como una magdalena, un dique que se rompe, en el centro de la pista cuando Rod Laver le entregó la copa de ganador?
"Ha sido una victoria diferente a todas, y por eso ha sido más emotiva", dijo Federer
"Ha sido una victoria diferente a todas, y por eso ha sido más emotiva", declaró luego el suizo, de 24 años, a quien no le está permitido perder, para quien una derrota es un fracaso. "Me puse muy nervioso antes del partido. Increíblemente nervioso, de verdad".
No hacía falta que insistiera más. Todo el mundo le creía. Todo el mundo había presenciado un par de horas antes el primer set del partido, la manga en la que el increíble Baghdatis, el de las rápidas piernas, el del magnífico drive a la carrera, el del revés a dos manos paralelo y profundo, el hombre que hace de la calma su mejor arma, le encerró a Federer en un jardín de errores, de voleas falladas, de falta de ritmo. Mientras uno, el chipriota, estaba ya a 100 por hora en la pista, el otro, el suizo, parecía aún un ser perplejo y desorientado. Baghdatis, que comenzó el torneo como 54 del mundo, que ni siquiera era cabeza de serie, ganó la manga por 7-5 y empezó a pensar que su sueño no tendría por qué romperse impepinablemente en la final, que podría ir más allá. El sueño le duró diez juegos más, exactamente. En el segundo set, con 5-5 y servicio de Federer, el chipriota dispuso de dos pelotas para ponerse 6-5, pero el suizo, sudoroso, afinó su saque y salvó el trance. Entonces, Baghdatis se despertó. Se acabó. "Empecé entonces a pensar. Me asusté de lo que estaba haciendo, pensé que era imposible ganar", dijo Baghdatis, de 20 años. "Empecé a cometer errores, dejé a Federer desarrollar su juego, ser agresivo".
Federer, en efecto, se metió en la pista, empezó a cazar bolas casi a bote pronto con su rápido drive,manejó con sabiduría su revés cortado desde el fondo, desplegó toda su gama variada de saques, voleó con precisión, toque, delicadeza. Volvió a ser, una vez más, el mejor de la historia, el jugador perfecto. Ganó 11 juegos seguidos. Pasó volando sobre la pista, ascendió hasta el séptimo cielo.
La de Melbourne es la tercera victoria consecutiva en un grande tras las de Wimbledon y Flushing Meadows de 2005, con lo que una victoria en Roland Garros en junio le convertiría en el primer jugador desde Rod Laver en 1969 ganador de los cuatro grandes consecutivos. El problema es que, tal como le ocurría a Pete Sampras, Federer aún no ha podido dominar la tierra batida de París, donde el año pasado cayó ante Rafa Nadal en semifinales. "Sería fantástico ganar cuatro seguidos", dijo Federer. "Roland Garros no se me ha dado bien hasta ahora, pero creo que sólo me lo tomé en serio el año pasado, y llegué a semifinales, y eso que no jugué bien. Quedan aún unos meses. Espero no lesionarme y poder llegar con posibilidades este año. De todas formas, mi torneo es Wimbledon. Nunca dejaré de serle fiel".
Con siete grandes en su cartera, Federer se coloca a siete de Pete Sampras, el tenista que más ha ganado, supera a sus ídolos Edberg y Becker y empata con Wilander y John McEnroe.
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