Más rebeldes, más activos
Así son los chicos en el instituto
La profesora de música empezó así: "Claudio Monteverdi perteneció al barroco y al renacimiento". Ya no consiguió decir más. Los 26 alumnos de primero de la ESO (de 12 años) se pusieron a hablar. Y a reírse. No callaron en 45 minutos. No sólo eso: varios repetidores (de hasta 14 años) se levantaron para bailar al estilo orangután al ritmo que marcaban sus compañeros con los tambores, las flautas, los timbales y hasta una batería que todos aporreaban sin permiso de nadie. El aula se volvió una locura ininterrumpida de tres cuartos de hora en la que de vez en cuando sonaba, sin ninguna autoridad, la vocecita infructuosamente amenazadora de la maestra ("os vais a quedar sin recreo", "os mandaré deberes", "os pondré parte", "no os daré la nota del examen"...).
El aula se volvió una locura de tres cuartos de hora en la que a veces sonaba la vocecita infructuosamente amenazadora de la impotente profesora
En primera fila, dos estudiantes chinas anotan en su cuaderno. El profesor las mira y las pone como ejemplo al resto de la clase
Un informe asegura que el 72% de los profesores de Madrid corre el riesgo de padecer depresiones debido al miedo a entrar en las clases
El ritmo de trabajo es agobiante. Tanto el director como el jefe de estudios del instituto se encuentran totalmente desbordados
"Un docente no sólo tiene que entender de literatura o matemáticas, sino ser capaz de entusiasmar", asegura una experta en educación
"Lo que no nos gastemos ahora en maestros nos lo gastaremos mañana en policía", asegura el director de un instituto
Cuando la clase acabó, una niña de 12 años de cara angelical se dirigió sonriendo a un hombre que lo había presenciado todo en calidad de profesor en prácticas y que miraba estupefacto a las 26 criaturas:
-¿Qué? ¿A que después de habernos visto se te quitan las ganas de ser profesor?
La maestra de música no acudió al día siguiente al instituto. Alegó estar enferma.
Ese mismo miércoles, en ese mismo instituto, un profesor de dibujo pidió la baja por estrés después de que un alumno de 14 años le amenazara por haber recibido una regañina, le llamara "payasete" delante del resto de la clase y se negara a salir expulsado después de aferrarse a la puerta.
Estos dos maestros han cruzado la línea. Otros muchos están a punto: un estudio del sindicato de enseñanza ANPE y la Fundación médica Jiménez Díaz asegura que el 72% de los profesores de la Comunidad de Madrid corre el riesgo de padecer depresiones debido al miedo o a la ansiedad que experimentan ante sus alumnos. No es algo nuevo: en abril de 2003 se publicó otro informe, de la Agencia de la Salud Pública de Cataluña, que puso de manifiesto que el 10% de los docentes catalanes tomaba tranquilizantes, el doble que la media de la población.
Este periodista, que terminó COU a mediados de los ochenta, volvió la semana pasada al instituto. El objetivo era asistir durante unos días a varias clases, con diferentes profesores, materias y alumnos y así comprobar de primera mano si las aulas, durante estos casi 20 años, se habían convertido -como apuntan estas estadísticas- en un campo de batalla imposible de gobernar.
A las diez de la mañana asistió aterrado a la clase de música anteriormente descrita y surgió una pregunta inevitable: ¿Va a ser todo así?
El instituto está situado en el sur de Madrid, cuenta con 700 alumnos y, según asegura su director, "es durillo, pero no de los peores de la región". El porcentaje de alumnos inmigrantes es del 34% (la media en el municipio de Madrid es del 16,3%). Tanto el director del centro como el jefe de estudios se encuentran desbordados de trabajo: cuando no se rompe un cable del proyector del vídeo de ciencias naturales, se pone enfermo el profesor de sociales y su veintena de alumnos vagabundean por los pasillos como un rebaño sin pastor ni perro guardián. O si no, viene un fax avisando de la inminente llegada de tres alumnos rumanos que desconocen el idioma pero que habrá que encajar en algún sitio.
Dificultades complicadas
A veces las dificultades son incluso más complicadas: "La policía nos ha avisado de que el padre de un alumno conflictivo es bastante más peligroso que el hijo, y de que tengamos cuidado con él", explica el director. Pero el aluvión de problemas con el que lidian cada mañana no les impide, ni al director ni al jefe de estudios, sonreír cuando admiten que su trabajo les entusiasma y que no hay oficio más noble que el de profesor.
Después de música en primero toca lengua y literatura en tercero. La mayoría de los alumnos tiene 14 años, aunque hay también repetidores de 15 o 16. En el anterior sistema, este curso se conocía como primero de BUP. El profesor, de unos 40 años, debe enseñarles el siguiente punto del programa: diferencias literarias entre el mester de juglaría y el de clerecía. Toma ya. Se dispone a abrir la boca. Pero un par de alumnos llega tarde:
-¿De dónde venís?
-Del patio. Estábamos celebrando que hemos ganado a los del A al fútbol.
-Me gusta que sintáis tanto los colores de tercero B, pero hay que llegar a la hora. Ahora sentaos, que vamos a comenzar.
Y comienza. Los alumnos charlan, pero el profesor los acalla preguntándoles algo. Se dirige a los chicos de uno en uno, por su nombre. Conoce a todos. En primera fila, dos estudiantes chinas anotan en su cuaderno. El profesor las mira de reojo, comprueba que entienden más o menos. Las pone como ejemplo al resto: "Lo que hacen vuestras compañeras tiene mucho valor".
Ellas ni se inmutan. Y el profesor sigue. Les explica a todos el origen de los romances. Les recita eso de "Dónde vas tú desdichado, / dónde vas triste de ti". Los chicos atienden. El profesor les pregunta que a qué les suena. Muchos levantan la mano, deseosos de responder:
-A dónde vas, Alfonso XII, dónde vas triste de ti. Es una canción. De una película que echaron la semana pasada en Cine de barrio, profe -dice una chica.
-¿Y lloraste al verla? -le pregunta el profesor.
-Yo no la vi, profe, por favor, en mi casa sólo la vio mi abuela...
Muchos ríen, pero luego callan. El profesor aprovecha el silencio para explicar la facilidad de los romances para transmitirse de boca en boca, para reconvertirse en canciones, para perdurar; para formar parte de la tradición oral. Constantemente pregunta a los alumnos, les provoca, y éstos responden. Al final pide voluntarios para recitar (después de aprenderlos de memoria) los primeros versos del Libro de Alexandre ("Mester traigo fermoso / non es de juglaría / mester es sin pecado / ca es de clerecía"). Cinco voluntarios levantan la mano ("Yo, profe", "yo, profe"). El que mejor lo hace es un chico de origen colombiano. Suena el timbre del recreo. La clase ha terminado. El profesor saca un sobresaliente.
Desmotivación
"Por lo general, la indisciplina viene de la desmotivación. Ser profesor ahora es más difícil que hace 20 años", comenta Rosario Ortega, catedrática de Psicología de la Ecuación en la Universidad de Córdoba y experta en materia de conflictividad en las aulas. "No hay ningún informe que demuestre que ahora haya más indisciplina, pero sí hay estudios y encuestas que indican que ahora en las clases hay ciertos niveles de conflictividad que antes no se daban", añade. A juicio de esta especialista, el profesor de 2006 "no sólo tiene que entender de literatura o de matemáticas, sino también ser capaz de entusiasmar; para ser profesor se debe ser un adulto mínimamente interesante". Y agrega: "Los chicos, además, están en plena revolución hormonal, es cuando empiezan a mirar hacia el exterior y hay que darles una autoridad democrática: para estas generaciones, que han nacido con la democracia, ya no valen las normas anteriores, no quieren que su maestro sea del siglo XIX, sino del XXI, y para eso hace falta una gran formación psicopedagógica, y muchos profesores carecen de ella".
Ortega añade que la actual generación de alumnos es más revoltosa y más difícil de llevar, pero que también son más preguntones, más activos, más desinhibidos y más echados para delante, con menos miedo a equivocarse y con una propensión a presentarse voluntarios a todo (como recitar los versos del Libro de Alexandre). En esto se diferencian de sus padres o hermanos mayores de hace 20 años, más callados para todo.
Pablo Juárez, de 39 años, jefe de estudios de otro instituto madrileño y profesor de secundaria desde 1998, corrobora la opinión de Ortega: "No son malos alumnos. Al revés: son muy listos, muy despiertos, mejores de lo que fuimos nosotros. Pero necesitan profesores motivados, con vocación y estimulados. Antes, los profesores entraban con el respeto puesto. Ahora nos lo tenemos que ganar día a día y curso a curso con los alumnos".
Juárez considera que muchos profesores se sienten, por contra, desmotivados, se consideran mal pagados para la responsabilidad que arrostran y que esto último genera un menosprecio de la sociedad hacia su labor que acaba empapando las aulas. "Es difícil hacerse respetar en el aula cuando no nos respetan en la sociedad", asegura. Un profesor recién incorporado a un instituto de secundaria en un centro público cobra, de media, 1.500 euros brutos al mes.
En el recreo, un guardia de seguridad apostado en la puerta impide que los estudiantes salgan a la calle. El jefe de estudios no descansa. Entre otras actividades, aprovecha para desactivar una pelea entre dos pandillas de alumnas que amenazaban con partirse la cara en los pasillos. Un grupo sin profesor entra después en el despacho y pide un balón para entretenerse en la hora siguiente.
-Llevaos éste. Pero está pinchado.
-Da igual.
Suena el timbre. La siguiente clase es de segundo de ciencias naturales. El profesor, de mediana edad, cuelga en la pizarra un anticuado dibujo de la médula espinal que parece sacado del decorado de Cuéntame. Después pasea entre las mesas dictando, en un tono monocorde, frases del tipo "el sistema límbico se relaciona con la supervivencia como especie". Nadie pregunta, ni comenta, ni interrumpe. Tampoco nadie se calla: durante toda la clase se escucha un murmullo también monocorde proveniente de los estudiantes.
En la cuarta hora, en biología de cuarto de la ESO, reina un ambiente distinto. Un profesor también de mediana edad, con barba, gesto autoritario y bata blanca, enseña a una veintena de estudiantes la estructura, forma y composición de los cromosomas. No se oye ni la respiración del cromosoma. A las constantes preguntas del profesor, los alumnos aventuran respuestas sin temor a meter la pata. También preguntan a la primera oportunidad:
-¿Cuántos cromosomas tiene el mono?
-¿Y el hombre?
"A mí no se me desmandan porque tengo cara de mala leche", comenta, medio en broma, a la salida de clase, el profesor veterano de la bata blanca. Y añade: "Es cierto que ahora los alumnos son más indisciplinados, y es porque en su casa nunca se les ha dicho no. Por eso yo pongo las reglas muy claras desde el primer día".
Esto no es tan fácil siempre. Un ejemplo: el sindicato de enseñanza ANPE creó en diciembre en Madrid un servicio de atención a profesores atormentados por el miedo a determinadas clases gobernadas por ciertos alumnos irrecuperables. Desde entonces, según datos de este sindicato, han llamado más de 200 profesores. "Se ha dado el caso de un maestro al que un alumno le puso una papelera en la cabeza. Y esto es una humillación difícil de superar", explica un portavoz de este sindicato que también ha trabajado de profesor.
Los alumnos revientaclases son el terror del docente bienintencionado. En una encuesta llevada a cabo en toda España el curso pasado por el Centro de Innovación Educativa (CIE-Fuhem), el 80% de los profesores aseguraba que la causa de la indisciplina en las aulas había que buscarla en alumnos especialmente conflictivos. En esto coinciden con los alumnos, que opinaban lo mismo y casi en el mismo porcentaje.
Basta visitar un instituto público para que este problema asome enseguida: "Aquí tengo al alumno que ha llamado 'payasete' al profesor de dibujo, que se ha negado a marcharse de clase y cuyos hermanos mayores, cuando estuvieron aquí, también crearon problemas. Le expulsaremos dos semanas, bien, pero como tiene 14 años y según la ley tiene que estar escolarizado hasta los 16, volverá. Va a reventar todas las clases en las que le ponga. ¿Qué hago con él?", se pregunta el director del instituto anteriormente citado. El chico, por su parte, sonríe a la puerta del despacho, alza los brazos en un movimiento de rap y suelta a voz en grito:
-Me van a expulsar, eh, eh, eh; me van a expulsar, eh, eh, eh.
Hasta los 16 años
Uno de los cambios más aplaudidos de la LOGSE, aprobada en 1990, era el relativo a la obligatoria escolaridad de todo español hasta los 16 años. Pobres y ricos. Buenos y malos. Estudiosos y no tanto. Díscolos y no díscolos. José Antonio Martínez, presidente de la Asociación de Directores de Instituto de Madrid, considera que la filosofía de esta ley, esto es, la extensión y democratización de la educación durante dos años más, es "evidentemente positiva", pero también que "si no se dan medios a la enseñanza pública, si no se le auxilia, este principio democratizador se pervertirá; de hecho, ya se está pervirtiendo". Y concluye: "Hay institutos en Madrid con un porcentaje de inmigrantes elevado y centros concertados situados al lado donde no va ningún inmigrante. Ya comienzan a verse dos sistemas de educación: el público, que acoge todo y que se resiente, y el privado-concertado, donde se refugian los hijos de la clase media para mantener el nivel. Los institutos corren el riesgo de convertirse en guetos. Y me gustaría que los dirigentes políticos supieran que lo que no nos gastemos ahora en maestros nos lo gastaremos mañana en policía".
"Yo, profe, yo"
LA CLASE DE CIENCIAS SOCIALES de segundo de la ESO, con 27 alumnos de 13 años, comenzó con una somera explicación por parte de la profesora, de unos 30 años, sobre los catastróficos episodios del siglo XIV en Europa a raíz de la peste negra. Los alumnos, revoltosos, atienden con dificultad. Pero la profesora se los gana al hacerles participar.
-A ver. Con la peste se murió mucha gente, hubo menos cosechas, pero los nobles seguían exigiendo a los plebeyos la misma cantidad de impuestos. A ver, ¿qué pasó entonces?
La generación de estudiantes que puebla actualmente las aulas de secundaria no tiene ningún miedo a responder, así que se levantaron cinco o seis manos al momento : "Yo, profe, yo".
-Tú, responde.
-Pues que como los nobles se portaban tan mal pidiendo tantos impuestos los granjeros les hicieron una manifestación.
-No, hombre, no. Entonces no había manifestaciones -respondió la profesora, que logró terminar la clase, con mil interrupciones, a base de esforzarse una y otra vez en preguntar y exigir, de buenas maneras, atención a sus explicaciones-. "Es cansado", confesó al terminar. "No sé cómo conseguían antes mantener a 45 o 46 alumnos callados".
Roberto Rey, profesor con muchos años de experiencia y director de la Fundación educativa Hogar del Empleado, le responde: "Antes, para empezar, los alumnos eran más homogéneos. Ahora, por ley, están todos hasta los 16 años. Y eso exige más. El futuro de la próxima reforma está en que esos dos años de más no sean una pérdida de tiempo para todos, sino algo útil para los alumnos y la sociedad". Rey añade que antes, "dada la mayor docilidad de los estudiantes, no había que preparar tanto las clases". Ahora es diferente: "La manera de ser de las nuevas generaciones, más inquietas y espontáneas, obliga a concebir la clase no sólo como un mero trasvase de conocimientos, sino como algo con ejercicios y actividades que consiga interesar. Eso es mucho más difícil. No se trata de volver a la disciplina de antes, que tampoco era buena, sino de aprovechar el carácter del alumnado para crear un clima de convivencia ideal en el aula".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.