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Riesgos de un déficit comercial y corriente sostenido

Un déficit por cuenta corriente implica un aumento del endeudamiento del país frente al exterior. Cuando España tenía aún su propia moneda, un déficit prolongado aumentaba las reticencias a seguir prestándonos, lo que pronto agotaba las reservas de divisas y obligaba a tomar medidas restrictivas y a devaluar la moneda, lo que iniciaba un proceso de ajuste. Desde nuestro acceso a la Unión Monetaria esto ya no ocurre, pero ello no implica ni que no haya problemas ni que no vaya a haber un ajuste. "Ahora", dice José Luis Feito, "el ajuste comenzará no cuando el resto del mundo deje de mostrar disponibilidad a continuar prestándonos, sino cuando los españoles decidan que no desean seguir endeudándose, porque entonces habrá una contracción de la demanda, y eso puede venir pronto si se elevan los tipos de interés".

Para muchas empresas españolas, el 40% del beneficio y del crecimiento viene de fuera del país

Desde que España pertenece a la Unión Monetaria financiar el déficit corriente ha dejado de ser un problema, pero, como ya se apunta en el párrafo anterior, hay otros. "El deterioro sostenido de la balanza por cuenta corriente revela una pérdida de competitividad que", en opinión de Federico Prades, "termina llevando, primero a que los exportadores rebajen sus márgenes, luego a que pierdan cuota de mercado y, por último, a que algunos reduzcan o incluso cesen la actividad". Éste es el inicio de un ajuste lento y laborioso porque para reducir el tipo de cambio efectivo real ya no se puede recurrir a la devaluación y sólo queda la deflación, difícil, o los ajustes notables en productividad, muy lentos. Por consiguiente, no se trata tanto de un problema de financiación, que está prácticamente garantizada a bajo coste con la pertenencia al euro, como de los efectos de dicha pérdida de competitividad sobre la capacidad de crecimiento y de creación de empleo.

José Luis Malo de Molina profundiza en esa vía: "El problema consiste precisamente en que las mayores posibilidades de financiación permitan el incremento del déficit sin generar los mecanismos de corrección que anteriormente se desencadenaban, por lo que se puede llegar a acumular un desalineamiento mayor. Llegada esa eventualidad, el funcionamiento de los mecanismos de determinación de precios y salarios nominales es menos flexible de lo que requeriría el nuevo régimen macroeconómico. En el pasado, el recurso a la devaluación permitía un ajuste rápido y menos costoso de los precios relativos, lo que creaba las condiciones para que la actividad económica se reanudase pronto y con renovado impulso. En la nueva situación existe el peligro de que el ajuste sea lento e incompleto, lo que conduciría a una senda de crecimiento persistentemente por debajo del potencial".

"La devaluación era un mecanismo de ajuste que nos afectaba a todos", continúa José María Campa, "en cambio, ahora el coste del ajuste será asimétrico. El país en su conjunto, y los sectores afectados, sufrirán un menor coste de ajuste en la medida en que podamos ir dirigiendo nuestra especialización hacia sectores y productos de alta productividad, de mayor calidad, diseño, etcétera". Francisco Pérez es de la misma opinión: "Va a ser muy difícil recuperar competitividad vía precios fabricando lo mismo, y sólo mediante cambios de especialización cabría mejorar en ese sentido, y mejoraríamos nuestra capacidad de aprovechar factores en los que tenemos un problema de aprovechamiento, más que de dotación, como el capital humano o I+D".

José Antonio Alonso añade: "Se ha detenido el proceso de catching up tecnológico de décadas anteriores. Lo que tira de las importaciones ahora no es la inversión sino el consumo y llevamos 7 u 8 años perdiendo cuotas de mercado. Es preciso avanzar hacia una especialización sectorial más dinámica, que aplique un mayor nivel tecnológico al proceso productivo". Por su parte, Óscar Bajo señala: "El déficit refleja el diferencial de crecimiento y la aparición de nuevos competidores. Para recuperar ritmo en las exportaciones hay que insistir en las reformas estructurales, que son muy difíciles de llevar a cabo, así como en factores como calidad, diseño, e I+D ya apuntados".

Fernando Fernández Méndez de Andés advierte: "Para conseguir esos desplazamientos de la frontera de posibilidades de producción hay dos enfoques: uno dirigista, que consiste en subvencionar sectores definidos como estratégicos, y otro más sensato y eficaz, que es trabajar en la movilidad de los factores de producción. Aparte del ajuste de salarios tenemos también un serio problema de movilidad funcional y geográfica de los factores que está impactando en nuestra capacidad de sostener el crecimiento a largo plazo. Las salidas a esta situación son difíciles y costosas. Además, aprovechemos que ahora no tenemos ningún problema en financiar el déficit para evitar la complacencia mientras la enfermedad de base sigue galopando".

Coincide con ello José Juan Ruiz: "No se puede transmitir el mensaje de que el déficit no es realmente un problema, que se financia con facilidad, que sólo es un síntoma de otros problemas, que tampoco va a haber una crisis como las de antes y que, de haberla, sólo creceríamos durante un tiempo por debajo del potencial, porque entonces parece que lo único que hace falta es poner un poco más de dinero para I+D+i, una política fácil y popular que los políticos cazarían al vuelo. En realidad, el ajuste puede haber comenzado hace tiempo. Para muchas empresas españolas, el 40% del beneficio y del crecimiento viene de fuera del país, y muchas de las formas en las cuales las empresas están saliendo de estos problemas es a través de la deslocalización y de la producción fuera".

Es un tipo de ajuste que revela la pérdida de competitividad. El crecimiento potencial lo determina la productividad, pero la competitividad viene determinada por el desequilibrio de precios relativos entre tu país y el resto del mundo. Aumentar lo primero es muy bueno, pero lo que hay que corregir es lo segundo.

Javier Martínez Arévalo es director del Centro de Estudios Económicos y Comerciales.

Pedro Solbes, vicepresidente y ministro de Economía.
Pedro Solbes, vicepresidente y ministro de Economía.ULY MARTÍN

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