La fantasía acabó imponiéndose

El Real ha programado por primera vez la obra quizás más específicamente inglesa de Benjamín Britten, El sueño de una noche de verano, fiel adaptación de la obra de Shakespeare y punto de enlace con Purcell y, por tanto, con la ópera inglesa en su momento de mayor esplendor, a través de La reina de las hadas. Dominique y Jean Ives Bosseur escriben en su libro sobre la música contemporánea después de 1945 que "para Britten situarse respecto a un pasado significa la imposibilidad de vivir en un país sin raíces o, mejor dicho, vivir sin las raíces del propio país".

¿Se tomaron los artistas en el intermedio un Adiro 300, u otro tipo de estimulante intelectual? Eso pareció por la descompensación de calidad entre las dos partes del espectáculo. En la primera todo estaba a punto de despegar, pero no acababa de hacerlo. La orquesta sonaba rígida, sin misterio, con sosería en los glissandos; los cantantes tenían un punto de agarrotamiento y la dirección escénica, sobre una escenografía de cartón piedra heredera en cierto modo de la utilizada en Celos aún del aire matan, era trivial, repetitiva en los efectos, casi colegial. Se percibía la ambición estética pero no llegaba a cuajar.

Todo tuvo otro aire en la segunda parte. De entrada Ion Marin dio alas a la orquesta que pasó de la banalidad a la brillantez, de la austeridad sonora al refinamiento. Los cantantes despertaron y se elevaron de lo simplemente correcto a un trabajo impecable. Carlos Mena dio empaque a su personaje en una línea intermedia entre James Bowman y David Daniels, con gran calidad en el registro grave y con un vibrato para reforzar la expresividad. Mena mostró entidad y redondez en un personaje nada fácil. Con notable lirismo se desenvolvió Heidi Grant Murphy como Titania, estuvieron equilibradas las dos parejas de enamorados y fue habilidoso el grupo de rústicos en su representación teatral, con la ayuda de un simpático perrito que despertó con sus ladridos muchos aplausos.

Pizzi sacó sus mejores recursos y la fantasía empezó a apoderarse de la escena. Los coros tenían otra ligereza y hasta la escenografía adquirió un tono más liviano. De lo previsible se desembocó en lo magistral. Y así un espectáculo que estaba después de la primera parte en el filo de la navaja culminó en un éxito considerable, y la atmósfera de historia mágica y de ingenio teatral se fue extendiendo sin posibilidad de vuelta atrás.