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Reportaje:SOCIEDAD

Un 'panzerkardinal' en la silla de San Pedro

Enric González

Juan Pablo II parecía haber sido papa desde siempre. Y no sólo porque su pontificado, de 27 años, fuera uno de los más largos de la historia. Desde el 16 de octubre de 1978, cuando el mundo supo con sorpresa que la sucesión del efímero Juan Pablo I había recaído en un apuesto y desconocido cardenal polaco, la energía de Karol Wojtyla marcó una ruptura con el pasado. Su muerte, el pasado 2 de abril, provocó una conmoción sin precedentes y un masivo peregrinaje a Roma. Ese mismo mes, los cardenales eligieron como papa al hombre que más cerca estuvo de Wojtyla y el que menos se le parecía: Joseph Ratzinger, alemán, de 78 años, experto en teología, inauguró como Benedicto XVI un pontificado del que, por ahora, sólo se conocen los rasgos básicos: ortodoxia doctrinal y guerra cultural contra el relativismo de Occidente.

Parecía demasiado viejo y con problemas de salud, intransigente, tímido, seco e inflexible. Y además era alemán. Pero al final no se le encontró una alternativa
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Benedicto XVI publicará el 25 de enero su primera encíclica, que versará sobre el amor y la caridad

La duración del papado de Wojtyla y su última década, marcada por un sufrimiento físico vivido ante la mirada del público, hicieron de Juan Pablo II un icono que trascendía lo meramente religioso. Sus posiciones políticas, sus viajes, su omnipresencia, su carisma personal, le convirtieron en algo más que un pontífice. Los 115 cardenales con derecho a voto en el cónclave eran conscientes de todo eso, pero disponían además de un continuo recordatorio en la masiva cobertura ofrecida por los medios de comunicación y en la multitud que desbordaba las calles de Roma.

También eran conscientes de que el impacto pastoral y mediático de Juan Pablo II había ocultado algunas sombras, como la desidia en la gestión de la maquinaria central del Vaticano, y el desinterés por las cuestiones organizativas (reflejado en la incapacidad de reacción ante el escándalo de los sacerdotes pederastas en Estados Unidos) y por la calidad de los nombramientos episcopales.

Continuismo

El calor de la reacción internacional a la muerte de Juan Pablo II orientó a los cardenales hacia el continuismo, encarnado por una sola persona: el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, mano derecha del papa difunto y líder moral del colegio cardenalicio. Cada uno de los príncipes de la Iglesia tenía algún motivo para no votar a Ratzinger: era demasiado viejo a sus 78 años y tenía algunos problemas de salud; arrastraba la imagen de intransigencia ligada a su trabajo como guardián de la ortodoxia; era alemán, y su elección podía ser considerada un reflejo eurocentrista; era demasiado tímido; era demasiado seco; era demasiado inflexible. Los cardenales no encontraron, sin embargo, ninguna alternativa real a Ratzinger. Una vez encerrados en cónclave, la opción del llamado panzerkardinal resultó obvia.

Muchos dijeron después que la homilía del cardenal Ratzinger en la misa Pro eligendo Romano Pontifice, previa al encierro, fue decisiva para su elección. Aquélla fue una homilía muy severa, un ataque frontal contra "las modas de pensamiento", contra el "vago misticismo religioso", contra la "dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y deja como última medida solamente al yo y a sus deseos". En cierta forma, Ratzinger realizó una declaración programática de absoluta sinceridad y desplegó ante sus colegas el perfil que ofrecería como papa.

Ya como Benedicto XVI (un nombre elegido en homenaje a san Benedicto, impulsor de la vida monástica y patrón de Europa, y a Benedicto XV, el papa que condenó la Primera Guerra Mundial como "una matanza inútil"), Ratzinger imprimió a su gestión un ritmo parsimonioso. Se concedió, por ejemplo, un año de reflexión antes de realizar cambios en la curia, la administración vaticana, muy envejecida y desgastada. Casi todos los "vaticanistas" creen que tras ese plazo, en 2006, realizará una renovación profunda en el gobierno de la Iglesia católica. El ritmo lento resultó también en una paradoja: el papa con una obra escrita más voluminosa, una cincuentena de libros publicados, no ha emitido aún ninguna encíclica. La primera está a punto, pero no se conocerá hasta enero.

Líneas maestras

La duda sobre su capacidad para afrontar multitudes quedó despejada en agosto. El azar quiso que su primer viaje se realizara a Alemania, su propio país, que acogía en Colonia las Jornadas Mundiales de la Juventud. Benedicto XVI galvanizó a cientos de miles de muchachos con la misma energía de Wojtyla.

Uno de sus primeros documentos internos, en el que reafirmó que los homosexuales no podían acceder a la ordenación sacerdotal, demostró que no debía esperarse de él ninguna "adaptación" de la Iglesia al mundo actual. Más bien al contrario: Benedicto XVI considera eterno e inmutable el catolicismo, con todos los elementos que han ido configurándolo a lo largo de la historia, y está dispuesto a luchar para que sea el mundo quien se pliegue a la ortodoxia católica. En un reciente mensaje sobre la paz condenó por igual el "nihilismo" de los no creyentes y el "fundamentalismo" de los terroristas religiosos. Las líneas maestras están trazadas; el año próximo deberían desvelarse todas las claves del nuevo pontificado.

El papa Benedicto XVI, tocado con el camauro, un gorro usado por algunos pontífices desde la Edad Media.
El papa Benedicto XVI, tocado con el camauro, un gorro usado por algunos pontífices desde la Edad Media.AP

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