Lo sublime digital
Los usos artísticos de la fotografía siempre han sido interesantes, sobre todo cuando han puesto en cuestión la situación equívoca de la tradición del arte, y hasta de la fotografía como tal. Lo que sucede, y esto es lo mejor de todo, es que no existe la fotografía como tal. Se sabe que ha habido y sigue habiendo fotógrafos extraordinarios. Y que muchos artistas se han venido sirviendo de la fotografía sin ser fotógrafos profesionales. Y que la mayor parte de las mejores fotografías de la historia se las debemos a fotoperiodistas que no aspiraban a hacer arte. En este contexto apareció la fotografía digital.
José María Mellado (Alme
JOSÉ MARÍA MELLADO
'Noxido'
Galería Tomás March
Aparici y Guijarro, 7. Valencia
Hasta el 17 de enero de 2006
ría, 1966) lleva mucho tiempo dedicado a la exploración de las posibilidades de la fotografía digital como forma de arte. Esto significa tomar nota de dos cosas. Por un lado, que las fotografías deben presentarse como máximamente definidas, contrastadas, realistas, tan nítidas como para convertirse en imágenes casi hiperrealistas, es decir, irreales. Y, por otro lado, que ese hiperrealismo no puede ocuparse en serio de la imagen del ser humano, tan propicia al documento y tan significante por sí misma, que en este marco excesivo correría el riesgo de aparecer como una simple caricatura fotográfica.
Por eso Mellado ha resuelto -inteligentemente- centrarse en imágenes de la naturaleza y en imágenes urbanas. En ellas se advierte la presencia de una contradicción: se las ve como algo dejà vu, pero a la vez se tiene la impresión de no haberlas visto nunca propiamente. Se supone que en eso reside parte del encanto de la fotografía. Está claro que Mellado compone sus imágenes con un criterio pictoricista. Y que se mueve entre lo bello y lo sublime. En sus paisajes se insinúan las armonías (la estabilidad de las montañas, el curso inexorable de los ríos) tanto como las tormentas (los celajes de nubes densas) en colores saturados. En sus fotografías urbanas, de tonos grises, hay de todo: nubes de humo, edificios en construcción, poéticos. En sus interiores, como los bares o salas de espera de aeropuertos (y una Habitación blanca llena de mingitorios para caballeros), los colores se aproximan a lo alucinatorio. Al fin y al cabo, son imágenes digitales, no reales. Lo que tienen de bello -que lo tienen- lo sería más aún si se reconociese en ello la huella de lo auténticamente humano, pero no es del todo así: por eso parecen sublimes. Quizá sea el destino de las imágenes debidas a las nuevas tecnologías.
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