Redención gastronómica
Diferencias entre ¡Oído cocina! (Cuatro) y otros retos televisivos. Primera: en lugar de programa se le llama proyecto, porque interviene una ONG y no se trata de ganar una pasta sino de dar una oportunidad a gente que la necesita. Segunda: no hay concursantes sino participantes en un experimento (¿sociológico?) que redime a través de la hostelería. Tercera: el chef Diego Ferrer cae mejor que Quique Santander. Las biografías de los participantes reúnen lo más duro de la vida: malos tratos, abandonos, pobreza. Por respeto, el espectador tiende a desearles lo mejor. Viendo como se muestran discusiones y lágrimas, no obstante, aflora la parte más competitiva de un género cruel que aunque se vista de solidario cruel se queda. No sé si triunfará porque aquí no puedes disfrutar con la torpeza ajena. Si fueran pijos (como ocurría con las hermanas Hilton en The simple life) podrías burlarte y disfrutar, ¿pero quién va a ser tan perro de divertirse a costa de estos chicos?
Crear un restaurante con jóvenes con problemas y beneficios destinados al Tercer Mundo es encomiable, pero ¿justifica el fin humanitario el medio televisivo? El primer ¡Oído cocina! no pudo evitar un tono que recuerda las películas del Circo de los Muchachos: siempre salía un cura contando las bondades del circo, pero Hollywood buscaba la lágrima rentable. Deberán estar atentos a no caer en el lado oscuro y a no explotar la vulnerabilidad emocional de los aspirantes. Una de las participantes, musulmana, no pudo probar los platos para respetar el ramadán. Son servitudes gastronómico-religiosas. Ayer, el programa Shalom (La 2) habló de la elaboración del vino kosher, con denominación de origen religiosa. Luego se emitió El islam hoy (La 2), dedicado al musicólogo Luis Delgado, apóstol de la transversalidad cultural como antídoto al odio. Dijo: "Tolerancia es un término que no me satisface. Prefiero comunicación o diálogo". Es curioso que en un medio de comunicación como la televisión den más audiencia la intolerancia y la riña.
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