Ocho islamistas mueren en Siria en un enfrentamiento con la policía
El Gobierno de El Asad afronta un creciente desafío fundamentalista
El régimen sirio encara conflictos de toda índole. Si en el ámbito internacional, la ONU, EE UU e Israel acechan al Gobierno de Bachar el Asad, también se suceden con mayor frecuencia los choques armados con fundamentalistas en el interior del país. Las fuerzas de seguridad acorralaron ayer a ocho supuestos terroristas en Maarrat al Numan, cerca de la ciudad de Alepo, tradicional feudo islamista. Murieron todos los activistas.
Tras un combate de una hora, tres de los activistas decidieron suicidarse provocando la detonación de explosivos, y los cinco restantes fueron hallados muertos después del intercambio de fuego, según informó la agencia oficial siria Sana. En la granja en la que se refugiaban los islamistas se encontró abundante armamento y gran cantidad de documentos.
Este enfrentamiento se desató sólo un día después de que la misma agencia informara del desmantelamiento de una fábrica de explosivos en Alepo, en la que también se encontraron manuales para perpetrar atentados contra ministerios y comisarías de policía. Pocas jornadas antes, dos islamistas murieron en otro choque con las fuerzas de seguridad sirias.
Los Hermanos Musulmanes, una organización fundamentalista opuesta a las políticas socialistas del Gobierno del difunto Hafez el Asad, disponían de enorme fuerza en la región noroeste del país durante la década de los años setenta. En 1982, las ciudades de Hama y Alepo fueron escenario de violentísimas revueltas. Funcionarios y miembros del partido Baaz fueron asesinados. La represión, dirigida por Rifaat el Asad, hermano del ex presidente, fue feroz. Hama fue destruida y unos 15.000 militantes de los Hermanos Musulmanes murieron. Varios miles fueron encarcelados o partieron al exilio, principalmente a Alemania.
Tras la llegada al poder de Bachar el Asad, a la muerte de su padre, en junio de 2000, los presos fueron liberados y muchos islamistas regresaron a Siria. En el último lustro han vuelto a organizarse y suponen ya el mayor riesgo político para la dinastía Asad. Aunque el hermetismo del régimen baazista es una de sus señas de identidad, en los últimos meses se difunden los esporádicos choques armados entre fundamentalistas y la policía.
El desafío de los fundamentalistas es uno más de los que acechan al Gobierno de Bachar el Asad, que se sostiene tambaleante sobre unos cuerpos militares y de espionaje controlados férreamente por la minoría alauí. Agobiado por una situación económica en franco declive -sufre sanciones impuestas por EE UU desde mayo de 2004, y la UE, primer socio comercial, ha congelado la firma de un acuerdo de asociación-, acusado por Washington de permitir el trasiego de insurgentes hacia Irak y señalado por Israel como instigador de atentados terroristas, Damasco se enfrenta también a la creciente presión de Naciones Unidas. La resolución 1.636 del Consejo de Seguridad, aprobada por unanimidad el 2 de noviembre, exige a Siria plena colaboración en el asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri, perpetrado el pasado 14 de febrero.
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