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Columna
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'Saó'

XAVIER RIBERA

La revista Saó en palabras de su director, Emili Marín, posiblemente sea un milagro. A aquellos "papers pastorales del País Valenciá" que eran en su fundación una llama de energía en un mundo que se advertía apasionante y en transformación. Saó nació en 1976 con un consejo de redacción plural y ha pasado por casi todas las vicisitudes. Está a punto de cumplir 30 años. Para los vientos que soplan no está nada mal. Teilhard de Chardin decía que "alegrías, progresos, dolores, sueños, faltas, obras, oraciones, bellezas, potencias de cielo, de la tierra o del infierno, todo se curva al paso de las ondas celestes. Y todo cede la parte de energía positiva que contiene su naturaleza para contribuir a la riqueza del medio divino". Era su particular manera de entender algo más que la Iglesia. ¿Qué Iglesia? La del Universo que desde su punto de vista no dejaba de ser objeto divino. Pero la realidad que rodea a los valencianos es menos elevada y su trayectoria está repleta de contradicciones. Finalmente, se produce el milagro que quiere ver Emili Marín y trescientas personas acuden, después de tres décadas, a la llamada de Saó para homenajear a Francesc de Paula Burguera, político, escritor y ciudadano de Sueca. Saó nacía con un diseño avanzado en 1976 y se estampaba en una imprenta rápida de Cronista Carreres. Unos pocos ejemplares para dar testimonio de la Iglesia abierta que asomaba como incipiente. Vicente Navarro de Luján, director general del Libro, siguió desde la mesa presidencial un acto que iba mucho más allá de unos cuantos parlamentos y tres gestos. La sorprendente capacidad de convocatoria de quienes mantienen a duras penas un proyecto cultural, cívico, intelectual y nacionalista. Cuando cumplió veinte años, en 1996, se preparó un homenaje a la coherencia de Joaquín Maldonado. Y Saó ha seguido funcionando, fiel a la cita con sus lectores, editando libros, concediendo premios de periodismo e investigación, organizando reconocimientos y perfilando iniciativas. Saó ha contado con adhesiones múltiples como corresponde a un proyecto abierto y libre. La "festa Saó" ha llegado a ser una referencia obligada para un complejo panorama que ha acabado asemejándose, en su espíritu de afirmación y rebeldía, al sentido que debía tener el movimiento de los primeros cristianos en las catacumbas. Semejante a su vez al ambiente que se respira en la cripta de la catedral católica de Liverpool dedicaba a Christ of the King. Un espacio convergente sin imágenes y con un Cristo austero que impresiona. Una obra arquitectónica, con amplio sentido ecuménico, que preside la ciudad desde lo alto, a un tiro de piedra de la catedral anglicana que representa la vetustez frente a la modernidad de un símbolo tardío del siglo XX. ¿Qué hacer con Saó? No hace falta descubrir que en su entorno se vive al día con mucha voluntad y mediante la aportación de esfuerzo humano. ¿Es una tarea perdurable o más bien el resultado de lo efímero? Es en definitiva lo que desean las personas que hacen Saó y quienes se mueven en una estela donde lo importante podría ser, de acuerdo con la visión de san Ireneo, que "la gloria de Dios es que el hombre viva", pero no de una forma determinada, sino cada cual a su manera, con plena libertad.

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