Fútbol alegre, pero sin gol

Hubo buen fútbol, alternativas en el juego, ocasiones en ambos bandos y, sin embargo, faltó la sustancia, el gol. Un empate nada novedoso en el conjunto de Víctor Muñoz, que suma ocho igualadas en 12 partidos. El Zaragoza no es lo que parece, sino bastante mejor, y el Villarreal no contaba ayer con sus mejores armas. Y pudo ganar con un lucidísimo José Mari a poco que Roger hubiese acertado en dos remates a bocajarro, como también pudo perder por el trabajo del Zaragoza, a cuyo buen juego no acompaña la estadística.

A las obligadas ausencias por lesión, el técnico del Villarreal, Manuel Pellegrini, miró en perspectiva el denso calendario al que se están enfrentando sus jugadores y al inmediato partido de Liga de Campeones del próximo martes ante el Manchester United en Old Trafford. A las notables bajas de los lesionados Quique Álvarez y Forlán, Pellegrini sumó las de sus internacionales argentinos, Riquelme y Sorín, a los que concedió descanso tras su largo peregrinaje para atender los compromisos de su selección.

Por una vez y en un solo partido, el Villarreal actuaba sin cuatro de sus referentes: sin la salida pulcra del esférico que da Quique Álvarez; sin la movilidad y pegada de Forlán; sin el caos ordenado que produce Sorín en el centro del campo; y, sobre todo, sin Riquelme. Faltaba el alma, faltaba la magia, la energía creativa que transforma a todos sus compañeros y que les hace sentir más brillantes, más seguros y competitivos cuando el enganche argentino está en el terreno de juego. Lo entendió el Zaragoza, que marcó la iniciativa en la presentación del partido, eso sí, sin concederse alegrías tácticas, abrigándose bien en el centro del campo, con cinco jugadores juntitos por detrás de Diego Milito, el único punta que dispuso Víctor Muñoz.

Tardó el Villarreal en darse cuenta de que Riquelme no estaba, que se requería una participación más democrática y elevada de todos sus componentes, en especial, de Roger, su sustituto natural ayer. El centrocampista catalán dispuso de tres inmejorables ocasiones frente al marco de César. En la primera lanzó alto, en la segunda no supo resolver un mano a mano con el meta maño nada más dar comienzo la segunda mitad, y en la tercera, el hombro o la mano de Toledo evitó el gol.

Mucho antes, el Zaragoza ya había cedido las riendas del encuentro tras un inicio esperanzador. En un bello ejercicio anárquico se convirtió la contienda El acierto en la portería contraria marcaría la línea entre el éxito y el fracaso. No se dio tal circunstancia y el resultado quedó en la frontera.