_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Banlieu'

Estamos todos conmocionados por las revueltas de los suburbios franceses. Sin embargo, lo peor no es lo que está pasando, sino que no lo logramos entender. Que los hijos de emigrantes magrebíes y subsaharianos están marginados resulta evidente, pero ello no explica la revuelta: al fin y al cabo no están peor que los turcos en Kreuzberg, el gueto de Berlín, o que los negros en Nueva Orleans. Que el islamismo ha fructificado entre los parados y les incita a la rebelión también parece probable, pero sigue sin explicar la revuelta: en El Cairo o en Islamabad los índices de paro son muchísimo más altos y, aunque el radicalismo -como su nombre sugiere- es imposible de erradicar, no por ello conduce irremisiblemente al estallido social. Que los gobernantes franceses, con miopía suicida, habían suprimido las ayudas sociales y las inversiones destinadas a estos barrios resulta patente, mas, aun así, tampoco explica la revuelta: si no, que se lo digan a tantos dictadores del Tercer Mundo, los cuales viven en la opulencia mientras su pueblo pasa hambre y calamidades. Se ha insistido mucho en estos días en el aspecto feo y deprimente que tienen las cités de las banlieues. De acuerdo: conozco Saint Denis y me imagino que las otras serán por el estilo. Pero también conozco las favelas de Río de Janeiro o las montañas de basura de Manila y puedo asegurarles que no hay color. No sólo son mucho peores, que lo son, es que además el contraste con el bienestar de los privilegiados es mucho más hiriente: las grandes propiedades cercadas en las que se refugian los potentados del Tercer Mundo resultan inconcebibles en París o en Toulouse; allí hay una exhibición permanente e impúdica de la riqueza, la cual, no obstante, se tolera mejor que el cauteloso disfrute del bienestar de aquí. Digan lo que digan, lo que ha ocurrido no estaba cantado, aunque tal vez algunos lo hubiesen anunciado. Y, por eso mismo, la lectura que se está haciendo en España resulta simplista, a mi entender. Cuidado con los inmigrantes -se viene a decir- porque, si de momento no se rebelan, es porque son menos y aún no están nacionalizados, pero dentro de veinte años tendremos una revuelta parecida. Luego, dependiendo de las ideas de cada cual, se completa el diagnóstico recomendando ora medidas sociales y educativas ora medidas policiales y de filtrado de fronteras. No seré yo quien desaconseje este tipo de medidas y, además, las dos a la vez. Con todo, creo que estos análisis pasan por alto una circunstancia que diferencia la situación francesa de la que ya se da en Alemania o de la que pudiera darse en España dentro de una generación: los jóvenes airados de la banlieu no son simples hijos de emigrantes, son hijos de personas que Francia tuvo que acoger después de la Segunda Guerra Mundial como consecuencia de los procesos de descolonización. Quiero decir que son franceses por haber nacido en Francia, pero también porque forman parte de la historia de Francia.

No, no creo que lo de París sea tan sólo cosa de inmigrantes, aunque les haya afectado a ellos. Es algo así como pretender que el nazismo era cosa de alemanes o que el gulag era cosa de rusos. Tampoco es principalmente cosa de pobres, aunque estos pirómanos no nadan en la abundancia. Sobre todo, es cosa de jóvenes que están al margen del sistema, en una peligrosa tierra de nadie, en la banlieu. A mi modo de ver, lo que de verdad llama la atención es la gratuidad de la revuelta. Que los jóvenes se rebelen resulta normal, los rebeldes sólo pueden ser jóvenes. Pero siempre se rebelan contra algo y a favor de otra cosa. Los esclavos de Espartaco, los menestrales de les Germaníes, los revolucionarios de la Comune, los campesinos del Palacio de Invierno, los zapatistas de la selva Lacandona se rebelaron contra los poderosos. Pero lo de ahora tengo la sospecha de que el verdadero problema es que estos jóvenes beurs se han rebelado porque no tienen ni futuro ni pasado. Nadie cuenta con ellos, pero tampoco les merece la pena restablecer nada que hayan dejado atrás. No los consideran franceses de la souche y tampoco se sienten musulmanes de la comunidad de los creyentes. Viven al día, son pura instantaneidad. Casi resultan criaturas virtuales, como las figuras de sus videojuegos en los que también estallan -¿alegremente?- los coches y las deflagraciones de los cócteles mólotov. En otras palabras que la revolución de la banlieu constituye, antes que nada, una revuelta sin ideología, una revuelta porque sí, por puro aburrimiento y desánimo. Se podría decir que es una revuelta nihilista. El ser humano es, frente a los animales, un ser histórico y un ser intencional con proyectos de futuro; puede fallarle una de las dos cosas, pero nunca ambas, por más bien alimentado que esté. Por desgracia la desesperanza juvenil no se limita a Francia: los jóvenes europeos, enfrentados a la nada que ha creado la economía globalizada, lo tienen crudo.

¿Los españoles también? Sin duda: en España el combustible para un incendio semejante ya está preparado, sólo falta que alguien encienda la mecha. Sí, no mire para otro lado, estoy hablando de nuestros propios hijos, no me refiero a los de los inmigrantes. Condenados a un trabajo basura, a no poder independizarse y a dejar pasar el tiempo en un perpetuo fin de semana, nuestros jóvenes carecen de un futuro digno de tal nombre. Además, como los hemos aislado de todo contacto con la tradición porque en vez de educarles hemos preferido que se hicieran a sí mismos, también carecen de pasado. Nuestros jóvenes son personas sin ataduras ni esperanzas, autómatas, un puro cyborg. ¿Cuánto falta para que nuestra banlieu, a la que no hay que ir en suburbano ni en autobús, nos estalle cualquier día en la cara?

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_