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Columna
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La Morería

Creo que, si hay una globalización que funcione, se divide entre la pobreza y el islam que, en circunstancias activas y acuciantes, cuando despiertan se convierten en un temible látigo que aflige a la sociedad entera. Si Francia es la patria del proscrito, nosotros somos el paradigma de la acogida indiscriminada. Ello porque fuimos un pueblo empobrecido y poco apetitoso para el forastero. No ignoro el recibimiento de los exiliados de la Guerra Civil y creo que, en multitud de casos, dieron más que recibieron, especialmente en México, Argentina y otras naciones americanas. Los trabajadores manuales se desparramaron por Europa y jamás provocaron conflictos y fueron raros los casos a apostasía o cambio de nacionalidad en la primera remesa. A España -principalmente a nuestra ciudad- ha llegado la primera oleada.

En Francia estalla, con enorme violencia la barbarie, protagonizada, o azuzando a los emigrantes franceses de tercera generación, supuestamente documentados, a quienes se ofreció sustento, ilustración y posibilidades, en el grado que las haya, y alojamiento, aunque preciso sea admitir que en los Campos Elíseos estaba todo ocupado. ¿Quién les facilita a los jóvenes el cóctel molotov, la estrategia planificada, la comunicación entre teléfonos móviles, las armas, que aún no han salido de la chilaba? Nuestros vecinos tenían ciertas responsabilidades con argelinos, marroquíes y sujetos de su imperio colonial, que sobrevivió hasta hace bien poco. Es posible que los esquilmaran y maltratasen, pero también los otros conocieron las ventajas materiales del mundo occidental, a las que no quieren renunciar. Hace muchos años visité Argelia y volé, en un caravelle, hasta la ciudad de Gardaia, en pleno desierto. Poco se distanciaba de una capital de provincia del dominador metropolitano. Tendrán obligaciones; nosotros, no, pues el mísero Protectorado que nos dejaron no quiere ni puede pedirnos cuentas, apoderándose de una franja marítima de pesca que debimos defender y se convirtieron en súbditos del rey alauí. Nuestro interés estuvo en América Latina y me adhiero a la expresión de quien mantiene que, si sólo los españoles fueron los malos en el Nuevo Mundo, allí metieron muchos la mano. Los que de allá nos llegan son, salvo excepciones, trabajadores honestos. Invaden Estados Unidos, porque en el resto del continente no hay asomo de futuro.

La gente suele olvidar su historia porque no quieren enseñársela. Los árabes llegan a Madrid en el siglo VIII, después de arrasar media Península, y sólo fueron detenidos en las cumbres de Covadonga y, desde allí, echados. Se comportaban bárbara y sanguinariamente, por mucho que se traiga a cuento algún emir ilustrado, gustoso de la poesía, la música y el sexo indiscriminado. La falaz reunión de las tres culturas, en Córdoba o Toledo, es una paparrucha. El moro invasor no pagaba impuestos, que eran cargados sobre las costillas impotentes de judíos y cristianos. Mandaban ellos, sin contemplaciones. No han cambiado, apenas.

Madrid padeció bajo la babucha islamista durante casi dos siglos, hasta que la recupera el rey leonés Ramiro II. Los árabes lo pasaban estupendamente en nuestro pueblo. Cualquiera conoce el primer verso de la célebre quintilla: "Madrid. Castillo famoso / que al rey moro alivia el miedo, / arden en fiestas sus cosos / por ser el natal famoso / de Alimenón de Toledo". O sea, que iban a los toros y se comprenden que echen de menos los tiempos de Hispania.

Han vuelto. Como con Almanzor, les siguen ejércitos de los oscuros pueblos sojuzgados; pasan en pateras, como hace 1.240 años. No es problema de la publicitada miseria, porque los recursos petrolíferos, los fosfatos bien pudieran manumitir la situación de todos ellos o la mayoría. Ni sus gobernantes ni Alá parecen preocuparse del bienestar de los fieles. Les ha prometido la repera en la otra vida, bastante más sugestiva, con óptica materialista, que el cielo cristiano: mucha gachí, barra libre y sin dar palo a una nube. Del futuro femenino, en ultratumba, ni media palabra. Hemos visto pelar, arder las barbas vecinas. Ha habido ya, en nuestro suelo, amagos peligrosos que aconsejarían, por puro instinto de conservación, empezar a remojar las nuestras. ¿Por qué hemos de hacernos cargo, por las malas, de esas legiones que nos llegan? La miseria jamás fue un buen motor. Lo bueno es el truco que funciona desde la Edad Media. "Alá es grande". Bueno, ¿y qué?

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