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LA CRÓNICA
Columna
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Plomo en las alas del PSPV

Desde las elecciones generales del 1993 el partido de los socialistas valencianos no ha levantado cabeza. Y si no me equivoco, sus derrotas en los sucesivos y diferentes comicios se han producido en las tres provincias, un dato que el docto profesor Vicente Franch podría ilustrar y glosar exhaustivamente, si bien ello no atenuaría la magnitud del fracaso. Ahora, y con el fin de sesgar lo que pudiéramos describir históricamente como el largo decenio infausto, el PSPV reunió días pasados un Comité Nacional extraordinario para -según los cronistas- tratar la deprimente situación y trazar las líneas básicas de la estrategia que se acordará en una conferencia política a celebrar en enero próximo. A 18 meses de la próxima cita electoral, y a tenor de los pronósticos conocidos, todo desvelo es poco.

No conocemos las entretelas de la mentada sesión política, pero hemos de suponer que alguien o algunos de los concurrentes habrán propuesto una reflexión acerca de este pertinaz desfondamiento del partido, que pudo explicarse en algún momento apelando a las disensiones internas y la falta de un liderazgo definido, además de la sequía en punto a propuestas programáticas novedosas, al margen de la mohína que abunda donde no hay harina o prebendas a repartir. Pero parece claro que el panorama ha cambiado y el partido ha recuperado ciertas de sus constantes vitales, con mención especial de la paz interior y mayor presencia pública, por no citar la euforia que le proyecta el hecho de gobernar desde La Moncloa.

Y sin embargo, no se percibe que los socialistas del País Valenciano avancen, so pena de que lo hagan pero nos oculten sus muestreos demoscópicos, lo cual es impensable, pues ya estarían haciendo bando de sus progresos. No avanzan y lo que resulta pasmoso es que el PP tampoco muestre signos de erosión a pesar de los chuzos escandalosos que le caen de punta y que son harto conocidos. Chuzos en ocasiones tan esperpénticos y corruptos como el protagonizado por el alcalde de Orihuela, ese desahogado que usufructúa vivienda y coches de lujo a cargo de promotores inmobiliarios. Y no es el único ángel caído en la tentación de exprimir el cargo político.

Por otra parte, es obvio que el presidente Francisco Camps y su gobierno siguen indemnes frente al discurso catastrofista de la oposición y, singularmente, del partido que habría de relevarle. No le ha lesionado el desmadre de las finanzas públicas -que ese sí es constatable con pelos y señales-, y menos aún el más genérico acerca de la enseñanza, la sanidad o la crisis industrial. Del urbanismo no hablemos, pues no se ve por lado alguno que allí donde gobiernan los socialistas se desarrollen políticas distintas a las depredadoras al uso. La sensación de crisis, en la que el PSPV insiste tanto, es precisamente la que menos se percibe por esa mayoría progresista a la que aspiran a persuadir. Por cierto, ¿dónde está esa mayoría y qué trazos la distinguen después de tan prolongada prepotencia conservadora, o claramente reaccionaria si evocamos la gestión de RTVV?

No decimos o sugerimos que se haya diluido el bloque de progreso que un día pueda darle una nueva oportunidad al PSPV. Existe, o al menos hemos ha hacer un ejercicio de fe en ello. Pero a los socialistas les incumbe establecer puentes con ese universo, del que se han ido distanciando a fuerza de bogar hacia el centro social y acabar confundiéndose a menudo con el PP. No haber reducido al 3 % la cota electoral estatutaria para estar representado en las Cortes no solo ha sido a nuestro entender un error político -¿nunca necesita al Bloc Nacionalista a EU para pactar?- sino un gesto de hostilidad hacia la izquierda. Nada nuevo tratándose del PSOE, fiel a sus veleidades hegemónicas aun cuando esté en la miseria.

Doctores tiene el partido para diagnosticar sus flaquezas, si bien se lo están tomando con parsimonia. Pero de no afinar, y sin demora, en las soluciones comenzará a tomar crecientemente cuerpo la más elemental: cambiar de voz y de vocero, esto es, de líder, vista la leve o nula erosión que Joan Ignasi Pla le ha ocasionado al molt honorable, que no es ni mucho menos un peso pesado de la brega política, sin mentar que gestiona una hacienda pública en quiebra y un partido hendido por el caínismo.

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¿QUÉ AUTORIDAD?

Tiene uno la impresión de que los ayuntamientos dedican la mayor parte de su tiempo y recursos humanos a elaborar ordenanzas que no aplican. Ni se sabe las que se han elaborado sobre contaminación acústica, obras en vías públicas u otras que afectan directamente a los ciudadanos. Hay ordenanzas, pero su cumplimiento es un cachondeo. Véase, si no, lo que acontece con esos bares y borracherías que acumulan sanciones -que no pagan- y órdenes de cierre, que no ejecutan, violando incluso los precintos. Y eso por no aludir a los ediles que amparan con descaro las ilegalidades de sus protegidos. Dada esas dejaciones, ¿qué autoridad nos queda? ¿La acción directa del vecindario?

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