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Columna
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El Absurdo

Manuel Rivas

Algunas de las cosas que están pasando, y que nos conmocionan, ya fueron representadas antes en los pequeños escenarios del teatro del Absurdo, que era una forma de realismo llevado al límite, a ese extremo donde el lenguaje se asoma a la nada. Se han cerrado las puertas de los pequeños escenarios, y la obra se ha quedado fuera, abarcándolo todo. El espectador iba a ver el Absurdo, y ahora el Absurdo le devuelve la visita. Fuera del escenario, el Absurdo es más absurdo todavía. Tenemos la sensación de que los personajes, todos ellos, Vladimir, Estragón, e incluso el impuntual de Godot, por no hablar de la Cantante Calva, se han largado para dejarnos a merced de dramaturgos chiflados y con obras de la calaña de Armas de destrucción masiva, Guantánamo, Las cárceles secretas y Los presos fantasma.

Hay otro gran corpus en las actuales producciones del Absurdo y que John Kenneth Galbraith denomina con agudeza "el arte de ignorar a los pobres". Es la tendencia dominante en la escena. Hay una falsedad establecida y es la de creer que una mayoría de la gente que se mueve en el ámbito de la cultura y el pensamiento, eso que llamamos intelectuales, comparten una visión de izquierda, la necesidad de propugnar políticas solidarias para las crisis sociales, medioambientales y de seguridad internacional. Dudo incluso de que exista una mayoría liberal, en el sentido pleno de la palabra liberal. Para liberalismo del Absurdo el célebre titular, "Benditos aquellos que ganan dinero", con que The Economist recibió la presunta obra maestra de George Gilder, Riqueza y pobreza, que hoy se puede leer como un panfleto de los ricos contra... ¡los pobres! Gilder, con Charles Murray, es uno de los autores del Absurdo con más influencia en las élites que determinan nuestro futuro. Es sorprendente la cantidad de gente, catedráticos, mentes privilegiadas, portentosos think tank, que empeñan su inteligencia en minar los servicios públicos (con la excepción militar), cuestionar las ayudas sociales, y demostrar que la marginación es una vocación artística de los marginados. Ahora Sarkozy, el ministro de policía francés que aspira a presidente, recupera un clásico del Absurdo de la factoría conservadora del Manhattan Institute para paliar las consecuencias del abandono de lo comunitario: la tolerancia cero. Otra obra del arte de ignorar.

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