La tercera comedia
Ésta es la historia de unos actores que se pasan la obra corriendo de un teatro a otro. En realidad corren por los pasillos de los teatros, suben y bajan escaleras y se suben a un coche, o a un microbús provisto de una sirena luminosa, o a un quad que los traslada de un teatro a otro atravesando la zona peatonal de la ciudad de Reus. No es que estén locos, los actores, aunque, si los vieran en plena carrera, podría pensarse que han perdido ligeramente el juicio: lo que pretenden con este trajín es llegar a tiempo para enlazar la obra que se está representando y cuando acabe su turno irse corriendo al otro teatro para enlazar la escena que se representa allí. Son dos obras que transcurren simultáneamente: Casa, en el teatro Bartrina, y Jardí, en el teatro Fortuny; las dos obras se complementan: una se desarrolla en una mansión georgiana no muy lejos de Londres, la otra en el jardín de la casa. Los actores son los mismos en las dos obras y aquí radica una de las gracias.
En Reus los actores han representado dos obras que transcurren simultáneamente: 'Casa', en el teatro Bartrina, y 'Jardí', en el teatro Fortuny
No sé si el lector habrá seguido el intríngulis; a mí me costó bastante entender todo el proceso, incluso había gente que creía que era al público a quien le tocaba correr de un teatro a otro. Y lo bueno es que muchos estaban dispuestos a aceptarlo. Casa i Jardí son dos, o, si lo prefieren, una comedia del dramaturgo inglés Alan Ayckbourn, traducida por Joaquim Mallafrè e interpretada por un elenco de actores y actrices de primera clase: Borràs, Benito, Tosar, Novell, Renom... Pero las calles cortadas al tráfico, las carreras de coches con actores disfrazados, las sirenas, la guardia municipal... han revolucionado la ciudad, y los fans de los actores o los simples transeúntes que no saben muy bien qué pasa se apiñan a lo largo del trayecto y ovacionan a la comitiva como si se tratara de los Reyes Magos. Y, sin querer, o quizá sí, se ha organizado una tercera comedia sin texto previo en que, aparte de los actores profesionales, son muchos los que participan sin saberlo.
El culpable de todo este embrollo es Ferran Madico, el director del Centre d'Arts Escèniques de Reus (CAER) y a la vez director de Casa i Jardí. Ferran estaba exultante hace dos sábados, con los dos teatros llenos y con la presencia de actores, actrices, críticos, directores y autores teatrales que se desplazaron desde Barcelona para asistir a la segunda estrena (la primera había sido el jueves). Reus es un terreno neutral donde todos eran bienvenidos, aunque también hay, o ha habido a lo largo de la historia, rencillas entre teatros. El Bartrina siempre ha tenido fama de un público, digamos, progre, mientras que el Fortuny se reservaba a la alta burguesía y aún ahora, si la obra es un poco subida de tono o si se oyen palabras malsonantes, siempre hay alguien que se levanta y se va. Hasta hace poco, el asiduo al Bartrina difícilmente iba al Fortuny, y viceversa. Por suerte las diferencias se han ido limando, pero el toque de gracia lo ha dado Madico, que, con mucha vista, programó Casa i Jardí para que los dos teatros emblemáticos de Reus se unieran. "La cultura ha de ser un gozo, que lleve paz y no discordias", comenta Ferran, aunque es consciente de que mucha gente va a un solo teatro -el suyo- y espera a que le comenten la otra obra para decidir si va o no.
El Fortuny y el Bartrina están separados por unos 400 metros, que actualmente son una zona peatonal. Por allí pasaba yo en uno de esos coches con sirena que acompañaban a Rosa Novell, Trish en Casa i Jardí. Ataviada con una pamela y unos guantes exquisitos de jardinera fina, había salido por la puerta del jardín (en el Bartrina) y se disponía a coger unas flores (en el Fortuny). La gente la saludaba como si fuera una princesa europea -y lo parecía- y ella correspondía encantada con su nuevo papel. En menos de dos minutos llegábamos a la puerta trasera del Fortuny, donde le abrían la puerta para que volara hacia el escenario (el jardín). Un alud de fans y curiosos se apiñaban a la puerta con vídeos y cámaras de fotos. ¡Aquello parecía Hollywood! Más tarde seguí al quad en el que iba Ricard Borràs protegido con un casco. Él se pasa casi toda la primera parte viajando arriba y abajo. Entra literalmente corriendo a la parte posterior del escenario, pero cuando sale ante el público dirías que se levanta de un diván. Fantástico. Lo mismo le pasa a Andreu Benito, que cada vez que sale a la calle le prestan una toalla que se enrosca al cuello. Y como ellos, todos: Carles Martínez, Lluïsa Castells, Mercè Martínez, Mar Ulldemolins, Maria Lanau, a quien le toca hacer un paseíllo, junto con Benito, chorreando agua. Más de 50 viajes capitaneados por Alfred Fort, con 19 personas trabajando en la calle: chóferes, policía, los que abren las puertas, los que impiden que la gente se les acerque. Se ha elaborado un mapa de viajes que cuelga de todas las paredes. Los regidores han currado lo suyo. Ferran está encantado con ellos y dice que están a la altura de los grandes teatros. En un garito del escenario del Fortuny, una mujer, Montse Casas, controla las idas y venidas con un monitor, unos cascos y el texto de la obra. A este rincón, los actores le llaman la Nasa.
"Vamos a tumba abierta", comenta Ferran, "y todos lo aceptamos como un juego". Pero no puedo ni imaginarme qué pasaría si un actor no saliese a escena en el momento en que toca porque el coche se ha estampado contra un poste, como les ocurrió en el ensayo general. La tercera comedia, la de la calle, es fundamental.
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