Pasión de Gavilanes
Aquí estoy de nuevo, sentada en este taxi (que podría ser más nuevo y estar más limpio, la verdad), dando bandazos bajo el cielo plateado de Madrid en los ratos de sol o entre la bendita lluvia que nos ha llenado de alivio si es que hoy también estuviese lloviendo. Voy hojeando, leyendo y oliendo la fuerte tinta de la prensa dominical, una brazada de vídeos, libros y letras intensamente negras que poco a poco van ensuciándome las manos, como si tanta tragedia y angustia lograran llegar hasta mí y mancharme un poco, arrancarme de la indiferencia. Pero ¿se puede ser indiferente ante lo que ocurre? La gente demuestra en las situaciones críticas que es más solidaria y humana de lo que se piensa. Son los políticos los que no están a la altura, los que en lugar de buscar soluciones en los momentos desesperados aprovechan para atacar al contrario y se olvidan de lo principal, la gente.
Un periódico es lo más absorbente del mundo. Si soy sincera, es lo más parecido que hay a la novela que me gustaría escribir. Es más, con un tipo de letra más grande daría para más de doscientas páginas. Una novela con un tema tan redondo como el mundo. Una novela en que no se fuerza la historia para que tenga sentido, sencillamente no lo tiene; en que no se fuerza a los personajes para que resulten creíbles, son lo que son y punto. En este sentido, acabo de oír por ahí una frase de Aristóteles que me viene al pelo, "Es verosímil que también sucedan muchas cosas contra lo verosímil". Así es la vida, como las secciones de un periódico, sólo que revueltas, porque el rotativo, de alguna manera, ordena nuestro caos interno y externo. Por ejemplo, en los anuncios, primero viene la vivienda, luego el trabajo, después los contactos, masajes, línea erótica y demás, y al final astrología y futuro. Y no me parece mal. Prefiero a alguien loco por encontrar una casa que no loco por entrar en una secta religiosa.
La única pega es que el periódico, aun compuesto por hechos reales, no resultaría una novela estrictamente realista. Ese personaje es muy anodino para ser, por ejemplo, presidente de EE UU, dirá el típico descontento. Pues te aguantas, es lo que hay. Todo lo contrario que Condoleezza Rice, a quien situaríamos sin problemas como la mala de Amarte así, Frijolito, ese género sin complejos, cuya III Cumbre Mundial, por cierto, se ha celebrado esta semana en nuestra ciudad. Seguro que el intercambio de ideas entre El auténtico Rodrigo Leal y Los plateados es mucho más interesante que escuchar a Acebes.
Pero incluso él tiene su lugar en nuestra mente. Y es que los personajes van ganando consistencia a medida que se suceden las páginas y los diálogos y situaciones y son descritos sus levantamientos de cejas, el movimiento de las manos, cómo andan y cuándo intentan ser simpáticos. Así, día tras día, esa novela por entregas, caleidoscópica dirá alguno, sobre el mundo llamada periódico ha ido dando consistencia y cristalizando a nuestros políticos. Hasta el punto de que un Carod Rovira, con quien un narrador medianamente sensato nunca se habría arriesgado por su falta de rasgos poéticos, ha logrado destacar y dar juego. Su bigote se ha convertido en un leitmotiv como las ojeras de Maragall o la voz de incipiente resfriado de Pepe Blanco. Habilidad de un novelista al que le atrae el reto de desvanecer la primera impresión del lector, todo lo contrario que el hallazgo de Bono, muy de una pieza, pero demasiado subrayado. Ojos muy abiertos, acento remarcado.
Gusta mucho a un tipo de lector que no consiente que lo mareen y que busca personajes literarios que sean como sería él si fuese un personaje. Y es curioso lo que ocurre en el mundo de la ficción, donde se puede rizar el rizo y que alguien se caracterice por no tener ninguna característica. Trajes monótonos, con alguna incursión en la cazadora supernueva de ante, voz igualmente monótona, discurso repetitivo, barba ni larga ni muy corta, y ahí lo tenemos: Rajoy. Sin embargo, Álvarez Cascos, que podría haber encajado de maravilla en Pasión de Gavilanes, se nos ha ido del panorama político. Sería ésta una novela actual, que trata de atrapar el desconcertante presente, el ahora, y que es imposible explicar en cuatro trazos. ¿De qué va esta novela?, preguntarían. ¡Uf! Pues es como la vida. ¿Y cómo es la vida? Aquí ya habría que inventar algo porque sólo los que venden más de un millón de ejemplares se permiten bromear sobre lo que escriben. Tal vez diría, la vida es como conducir este taxi. Uno sale a la calle sin rumbo y hay gente que va subiendo y bajando de él.
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