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¿Sorpresa inflacionista?

Que la espectacular subida del precio del crudo acabe "visualizándose" en los indicadores de inflación de los países desarrollados no debiera ser noticia. Lo era por el contrario que meses y meses la mayor parte de ellos hayan venido definiendo valores cercanos a mínimos desde una perspectiva histórica.

La conjunción de crecimientos muy elevados de la productividad en Estados Unidos, debilidad de la demanda en otros como la zona euro o Japón y la deflación exportada por la irrupción de China y el resto de países asiáticos en el concierto internacional ha sido el argumentario convencionalmente utilizado para justificar este comportamiento, poco consistente por otra parte con lo que la memoria colectiva retiene de episodios similares en las últimas décadas.

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El amplio consenso existente en las sociedades desarrolladas sobre el objetivo de estabilidad de precios en la instrumentación de las políticas económicas y la evidente corrección de las propias expectativas inflacionistas de todos los agentes ha contribuido no menos, en estos últimos años, a consolidar un cómodo entorno de actuación para los bancos centrales.

Unos, como la Reserva Federal estadounidense o el Banco de Inglaterra, muy proactivos a la hora de modificar las condiciones monetarias para influir contracíclicamente sobre la demanda en sus respectivas economías (trece bajadas de tipos consecutivas y diez subidas posteriormente en un periodo de poco más que cinco años).

Otros, como el Banco Central Europeo, aparentemente mucho más reticentes a influir en la actividad mediante alteraciones en sus tipos de intervención (más de dos años sin modificarlo); bien es cierto que operando en un entorno mucho más complejo de países con condiciones dispares, y deudor de su juventud e inexperiencia.

Unos y otros se enfrentan, a comienzos del otoño, a unos indicadores muy adversos de inflación que sorprenden por su manifestación simultánea a uno y otro lado del Atlántico. Hasta el 4,7% ha repuntado la tasa de inflación interanual estadounidense desde el 3,6% anterior, la mayor subida mensual en más de dos décadas.

Por su parte, a falta de la confirmación definitiva el próximo martes, la tasa de inflación en la zona euro se situaría en el mismo mes en el 2,5%, tres décimas más que el anterior y certificando niveles por encima del objetivo del 2% del BCE los próximos trimestres. Subidas además generalizadas en los principales países: seis décimas, hasta el 2,5% en Alemania, y cuatro décimas, hasta el 2,2%, en Francia; lo mismo que España en donde la tasa interanual alcanza ya el 3,7%.

De momento, en todos los casos,, inflación inducida casi estrictamente por el componente de precios de la energía, sin que apenas se haya trasladado a la inflación subyacente.

Unos y otros han de lidiar por tanto, con el dilema de responder o no con políticas monetarias más restrictivas a shocks exógenos de carácter energético con el fin de evitar el "contagio inflacionista" y que acaben arraigando entre los agentes expectativas que habían sido olvidadas en estos años.

Las circunstancias son bien distintas. En Estados Unidos el dilema tiene más que ver con la modulación de la política de restricción monetaria iniciada por la Reserva Federal hace poco más de un año, una vez que se había consolidado la fase de recuperación cíclica.

En la eurozona, los síntomas más favorables que han comenzado a proyectar algunos indicadores económicos en el tercer trimestre están aún lejos de ser sólidos anticipos de una fase expansiva. Demasiado pronto, tal vez, para iniciar un proceso de subidas de tipos que podría dar al traste con la recuperación aparente de la economía europea.

Conveniente, sin embargo, para una economía como la española, cuya inflación amenaza con tocar el 4%, y cuyo diferencial respecto de su entorno se dispara de nuevo en un contexto de fuerte crecimiento de la demanda interna y de ampliación imparable del déficit exterior.

Ángel Berges y Daniel Manzano son socios de Analistas Financieros Internacionales (Grupo Analistas).

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