Ayer cayó otra helada en mi memoria
Cuando parece predominar la poesía sin propósito, es saludable encontrar un libro que, como Esmeralda -de Julia Barella, nacida en León y profesora de la Universidad de Alcalá- es consecuencia de preocupaciones experimentales, estéticas y vitales esbozadas ya en poemas anteriores como CCJ en las ciudades (Huerga & Fierro, 2002) y Hacia Esmeralda (El Gaviero, 2004). Desde el primero de ellos se inician dos temas que dan para siempre: el de la búsqueda como intención y el del viaje como acción, no por eternos menos nuevos según las circunstancias históricas.
Las iniciales CCJ aluden, hermanadas en un solo nombre, a dos mujeres paradigmáticas, una del XVIII y otra del XIX, y a una tercera, actual, que establecieron su propio espacio en la sociedad que vivieron, aunque sólo la última decidió que las manos, masculina o femenina, que sostienen la pluma tienen igualmente cinco dedos. Y así lo declara la voz poética, en su propio nombre y en el de las que no pudieron declararlo, afirmándose en el poema que abre la primera de estas entregas: "He soñado que era yo misma / ni alegoría ni símbolo ni metáfora de mí", reitera su diferencia en 'La Teoría': "Soy la que no nace, ni se rompe, / ni crece de la costilla de los hombres", y concluye: "No esperaré dormida hasta que me beses" ('Puente'), afirmaciones que las otras dos mujeres implicadas habrían suscrito como si hubiesen leído a Milton y a todas las plumas paternales a las que inspiró para mantener clausurado el pensamiento femenino. Sin embargo, sería un error interpretar Esmeralda como un libro feminista porque sus caminos son varios y complejos y el lector se encontrará en libertad para aventurar por ellos.
ESMERALDA
Julia Barella
Huerga & Fierro
Madrid, 2002
78 páginas. 11 euros
La Esmeralda no se menciona en el primer libro de Barella salvo en conexiones implícitas entre aquellos poemas que, libro a libro, van moviéndose hacia el último y definitivo como punto de destino: La piedra de la luz verde, valiosa por su poder regenerador, significado esotérico y tradición hermética, cuenta la leyenda que se desprendió de la frente de Lucifer. También que el Grial estuvo tallado en una enorme esmeralda. Su tradición simbólica aúna tanto connotaciones positivas como negativas según el lapidario que se consulte y explican, en parte, el tejido profundo de estos poemas de viaje y de búsqueda.
Barella utiliza la esmeralda como símbolo personal. ¿Qué es Esmeralda o la esmeralda? A veces, un lugar al que se viaja, o el color del agua, o la materia en que se ha construido un puente, también puede ser una inmensidad que contiene cuerpos galácticos
... En todo caso, algo, en el pasado o en el futuro, al que es preciso llegar para restaurar y comprender. Hay en ella una cualidad sanadora.
¿Sanadora de qué? Quizá de
la memoria. Quizá es la que incita a la liberación, a la respiración de un aire inédito. Por estas razones Esmeralda es un libro en el que memoria, fantasía y realidad se combinan para expresar aspectos de la inquietud del alma, siempre enigmática. Los puentes, la casa, las hormigas "que volaban por el camino de los diez años", el deseo de vivir sin corazón, los ojos que lo han visto todo, el abanico que crea dos mundos, el misterioso guitarrista que no está y el escribir con el alma, así como las imágenes creadas por asociaciones que provienen de distintos campos sensoriales, actúan a modo de ranuras por las que escapan al exterior experiencias generadoras de la poesía de Barella.
Tal vez teniendo en cuenta su labor crítica y profesional, se ha dicho que su poesía es culturalista. En el culturalismo, que en algunos casos podía interpretarse como poesía culta, hubo muchas voces impostadas, índices enhiestos y admonitorios, abundantes coturnos y, en consecuencia, algún que otro traspié. La poesía de Barella es actual y amparada en su tradición, y sólo se la puede interpretar como culturalista desde un punto de vista contracultural (¿o tal vez anticultural?), actitud emergente desde fines del siglo pasado. La compañía de Quevedo, San Mateo, Soto de Rojas, Bécquer, Tim Robbins, Kubrick, por citar algunos de los que forman parte de su interés, no es mala compañía. En cuanto a 'El bosque de los abedules', ¿dónde está el culturalismo al recordar a Klimt, sobre todo cuando a los veinte años se ha paseado por ese bosque?
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