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Columna
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¿Qué es una nación?

Ahora que los chavales han empezado el curso y los adultos estamos inmersos en planes de reeducación física y nos apuntamos a clases de inglés y cursillos de masaje sensitivo gestáltico, no estaría de más que también mejoráramos nuestra cultura general con preguntas como la que titula estas líneas. ¿Qué es una nación? Hombre, se podía responder que nación es aquello en lo que nadie se pone de acuerdo, pero los austriacos se enfadarían porque se han puesto de acuerdo en que nación es lo políticamente correcto, como le demuestra el hecho de que hayan cambiado en su himno la palabra patria, que en su lengua tiene excesivas connotaciones masculinas -vaterland, la tierra del padre-, por el término nación. Pero no todos somos austriacos, lo que no impide que hayamos dicho que era un término sin importancia o todo lo más un símbolo, y han sido muchos los plumíferos que se han dejado las plumas asegurando que no había que ser tiquismiquis y que lo importante no residía en el término, sino en la cosa. Una cosa, por cierto que no atinaban a definir como no fuera introduciendo el dichoso término en la propia definición, lo que, como cualquiera sabe, constituye una higa a la lógica.

Y, claro, no nos estábamos dando cuenta de que si los nacionalistas estaban tan empeñados en que el vocablo figurara en cosas como los estatutos sería por algo. De ahí que nos hayamos puesto a hacer virguerías para compatibilizar el término nación con el término nación y hayamos dado no con las naciones de nación, sino con la nación de naciones, que alguno ha querido explicar como la bicicleta de bicicletas aunque no haya sabido exponer cómo se pedalea en ella. Y sin embargo se mueve. Quiero decir que, cegados por la inmediatez de los estatutos -perdón, de los acontecimientos-, no nos hemos parado a pensar en los beneficios que se derivan de semejante artilugio teórico.

Y no me estoy refiriendo a la bicicleta de bicicletas, y ni siquiera al estatuto de estatutos, sino a la nación de naciones. Pongamos que quienes más saben y han descubierto que en el Estatut sólo se postula a Cataluña como nación que tendrá que arreglarse con otra nación llamada España en la que no dice estar contenida han exagerado y que Cataluña sólo pretende reclamarse como nación para que otro texto superior (?) o Carta Magna tome nota y establezca que España se compone de cosas como Cataluña. Si esto es así, no parece que tenga que haber ninguna dificultad para que la nación llamada Cataluña admita que está compuesta a su vez por otra serie de naciones. Imaginemos, por razones de simple comodidad, que esas naciones se llaman Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona.

Siguiendo la implacable lógica de los padres -y madres- del Estatut, ¿qué habría de malo en que cada una de esas naciones reconociera que se compone asimismo de una serie de naciones? Y no me refiero, como habrá supuesto algún pillín, a que Lérida se descomponga en Lérida y Lleida sino en La Noguera, el Plá d?Urgell, etc. Luego, La Noguera, por ejemplo, refrendaría estar compuesta a su vez por naciones como Balaguer, Camarasa, Torrelameu, etc. Así, del pueblo al barrio, del barrio a la calle y de la calle a la casa, llegaremos a la maravillosa conclusión de que la nación soy yo, o sea, que cada uno somos una nación. Pues bien, sólo resta emprender el camino inverso. Una vez que uno ha negociado con las distintas partes de su yo los correspondientes estatutos de autonomía para que no haya líos, sólo le queda elaborar una Constitución y refrendarla para ir luego negociando las correspondientes al domicilio, el portal, la calle, el barrio, el pueblo, la comarca, el territorio histórico, etc.

Creo que Zapatero se equivoca al proclamar tajantemente que el término nación sólo le corresponde a España. Quisiera sugerirle humildemente que regresase a sus titubeos anteriores porque dando curso al hallazgo del ciudadano-nación no sólo tendría unos ciudadanos muy participativos, sino que asombraría al mundo. Perdón, al mundo de mundos.

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