Perdimos la palabra
A mí también se me ha venido la hiel a la boca cuando he leído que andas por los rastrillos. No conozco con detalle lo que ha ocurrido, pero la vida puso un testigo en el camino para reabrir la historia. Las heridas mal cerradas traen esto. Y tal vez no sea a mí al que le corresponda escribir... O tal vez sí. ¿Acaso no escribías tú, Javier, para nosotros, obreros de la construcción del Polígono de la Cartuja?
La última vez que me encontré a Luis García Montero, él estaba tomando un helado "an ca Toni", como diría mi amiga Charo, en la plaza Cabildo de Sanlúcar de Barrameda. De la conversación, además del cariño, me quedó una frase: "las cosas han cambiado mucho".
Aquella noche recordé a otro poeta, también granaíno, y con quien no compartí tanto como me hubiese gustado. Yo vivía ya en Sevilla la última vez que lo vi. Fue un fin de semana en el que paseaba con mis hijas por la Acera del Casino. Comprábamos garra-piñadas y acerolas, que en Granada, en otoño, son tradicionales. Javier venía de frente, con la mirada perdida, pasaba sin verme... Le espeté: "¡Adiós, poeta!". "¡Adiós, compañero!", y siguió caminando.
Luis llevaba razón. Las cosas cambiaron cuando las calles dejaron de ser de los poetas, cuando la Vega fue mutilada, cuando en las facultades pesaron más los masters que las ideas, cuando a los trabajadores que venían de África les empezamos a llamar ilegales. Entonces perdimos la palabra. Javier se ausentó, pero estos tiempos son de Javier Egea: "Mirad sus ropas, su fingida grandeza: / van de regreso como de costumbre / hacia los torpes refugios que vende el capital / a cambio de silencio".
Si las cosas de Javier andan por los suelos será porque no nos hemos parado a ponerlas en su sitio.
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