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Una exposición desvela el torturado mundo pictórico de Joan Ponç

La Fundación Vila Casas reúne en Can Mario, en Palafrugell, 98 obras del artista

Joan Ponç (Barcelona, 1927-Saint Paul de Vence, 1984) dejó una desgarradora síntesis de su mundo torturado y delirante en 424 pequeñas acuarelas -agrupadas en nueve "cajas secretas"- pintadas en sus cuatro años de peregrinaje por salas de espera y habitaciones de hospital, mientras le acechaba el temor de perder la vista. Una selección de estas obras se han convertido en el hilo conductor de la exhibición Joan Ponç: Viaje a la vida, que hasta el 4 de junio puede contemplarse en el Espai d'Art Contemporani Can Mario de la Fundación Vila Casas, en Palafrugell (Baix Empordà).

Las 98 obras de la exposición rompen etapas y cronologías, puesto que parten de las ventanas temáticas que abren las acuarelas de las nueve suites de las "cajas secretas". En torno a estas obras de pequeño formato cuelgan cuadros de diversas épocas que permiten una aproximación a las preocupaciones pictóricas del autor. Todas las obras, entre las que se muestran pinturas, dibujos, gravados y un autorretrato sobre mármol, pertenecen a la colección Legado Joan Ponç Ferrer. La mayoría no se han expuesto desde hace más de 20 años.

Aunque hay "cajas secretas" de un tono más optimista, como Celestial o Éxtasis, la mayoría fueron pintadas en los momentos en los que Ponç parecía condenado a la ceguera o a la muerte, como Degollados, Degenerados o los Minijorobados. La exhibición se inicia con un ámbito dedicado a los ojos, que Joan Ponç siempre pintaba de manera asimétrica y distorsionada. "Fue enormemente intuitivo e incluso parece que sus cuadros son como una premonición de su enfermedad ocular", explica Glòria Bosch, comisaria de la exposición.

Humanismo y magia

Entre la simbología recurrente de sus obras destacan también los relámpagos, las cabras, los pájaros o un variopinto bestiario que le sirve para representar la condición humana. También se exponen obras del periodo brasileño de Joan Ponç, en el que se adentró en los misterios de la magia, la brujería y el vudú.

La exhibición pretende que el espectador pueda adentrarse en el universo de Ponç de la misma manera en que él aseguraba pintar: de una manera intuitiva, sin intelectualizar la realidad, cogiendo el pincel y "dando libertad a lo que le salía de dentro".

"Ponç fue un creador auténtico y arriesgado; gozó de la libertad de mostrar hasta el fondo todo su torturado mundo interno, hasta tal punto que uno tiene miedo de verse reflejado en sus cuadros", añade la comisaria. Bosch califica a Ponç como uno de los más grandes artistas catalanes, aunque nunca gozó del prestigio de otros autores de su generación. "Se le derribó en beneficio de otros nombres que consiguieron la etiqueta de incuestionables. Ponç pagó caro seguir el camino más particular, haber sido el más libre. En la época de Dau al Set no había muchas diferencias entre Ponç, Tàpies o Cuixart".

Arnau Puig, estudioso de Ponç y autor de un texto del catálogo, asegura que el pintor "consiguió atrapar aquella simbiosis entre animalidad y cultura que sólo es posible en la alucinación".

Glòria Bosch explica que la idea de titular la exposición Viaje a la vida, surge de una frase del pintor: "...continuaré pintando después de muerto porque la perfección que quiero realizar no creo que la pueda alcanzar en este mundo".

En la exhibición pueden contemplarse también algunas entrevistas audiovisuales en las que el pintor exhibe sus aceradas e incómodas reflexiones sobre la pintura y la vida, como la que le realizó Joaquín Soler Serrano en el programa A Fondo.

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