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Columna
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Nunca fue tan caro ser rico

Si entre los lectores se encuentra algún economista es más que probable que en algún momento de los últimos años se haya visto urgido por la afición a explicar por qué, pese a que la inflación en España lleve tiempo en torno al 3%, desde la llegada del euro los precios han subido tanto. Afortunadamente con el paso del tiempo, la estandarización de metodologías y las auditorias nacionales e internacionales sobre el INE, hoy ya nadie piensa que el problema sea que el Instituto manipula o mida mal la realidad. Hoy todos sabemos que tenemos un IPC tan bueno como el que más. El problema de inflación -si lo hay- ya no es ni de cómo se mide, ni quién lo mide.

El segundo fantasma patrio solían ser los especuladores. Según esta teoría, la estabilidad de precios del país siempre ha estado amenazada por numerosos agiotistas permanentemente dispuestos a aprovecharse desde la sequía hasta el granizo, pasando por las vacaciones estivales. Y no sólo querían hacerlo con las frutas y el pollo. El objetivo era ser integral. Hacérselo con todo.

Los números desmienten la verosimilitud de esta conjura. El crecimiento acumulado de los precios entre enero de 1999 -momento de introducción del euro- y mayo de 2005 ha sido, en promedio, un 22,6% pero basta una ojeada al IPC armonizado -que cubre 13 clases de bienes y servicios, cada una con su correspondiente apertura- para concluir que la disparidad de comportamiento de esos 100 bienes y servicios ha sido muy elevada. Si lo han intentado, con todo no han podido.

En concreto, el 13% de los bienes y servicios incluidos en la cesta de consumo de las familias españolas tiene hoy un nivel absoluto de precios menor que en 1999. Entre estos bienes, desde luego, están los ordenadores, las cámaras de fotos y videos, los reproductores de música y DVD y buena parte de los electrodomésticos -es decir, más o menos todos aquéllos asociados a la banalización de la innovación tecnológica y a las consecuencias del made in China o similar-, pero también bienes menos sujetos a la competencia como la electricidad y los productos farmacéuticos.

Los precios de otro 28% de bienes y servicios han aumentado menos de un 15% en seis años, lo que equivale a alrededor del 2% anual. En este grupo se incluyen los bienes culturales, la sanidad, el mobiliario y los enseres de las viviendas y los automóviles.

Otro grupo que supone el 38% de la cesta y que incluye la cerveza, la leche, los billetes de ferrocarril, el calzado y el textil, la carne, los alquileres brutos de vivienda, el gas y la educación han aumentado entre el 3% y el 4,5% anual.

Si se suman las anteriores categorías a la conclusión a la que se llega es a que, pese al fuerte crecimiento económico del periodo, el 80% de los precios de la cesta de consumo española o no ha crecido o ha crecido moderadamente.

¿Por qué entonces buena parte de la población tiene una percepción diametralmente opuesta?

Yo aventuraría dos razones. La primera -y fundamental- qu

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