Toni, el que se parece a Marco
No le ayudaban ni el nombre ni la fortuna. Lo del nombre parece una tontería, pero pesa: Toni evoca un partido de barrio, un campo sin hierba y un banquillo. Y Luca Toni carecía de alternativas: o Luca, o Toni. Acerca de la fortuna, vale el testimonio de Marta, la novia de siempre: "Cuando le conocí era un gafe". Marta le conoció cinco años atrás, en el momento más bajo de la carrera del futbolista, si aquella sucesión de tumbos podía llamarse carrera.
Toni comenzó en 1994 en el Módena y en las temporadas siguientes se mantuvo en Tercera División, descendiendo peldaño a peldaño la escalera hacia la nada. Tras el Módena se fue al Empoli, al Fiorenzuola y al Lodigiani. Tenía 23 años y estaba en el Lodigiani, sin expectativas de mejora. A la edad en que los grandes futbolistas se han consagrado o están a punto, Toni decidió abandonar. Fue Marta quien le convenció de que siguiera en el fútbol un poco más de tiempo. Tampoco tenía nada mejor que hacer.
Siguió un poco de esperanza: pasó al Treviso, en Segunda, y marcó 15 goles. El gafe que fallaba goles hechos y resbalaba al lanzar los penaltis estaba convirtiéndose en un delantero centro apreciable, de esos que dan alegría a los equipos modestos y luego se pierden en el olvido. El Vicenza le contrató y alcanzó la Serie A, lo máximo a lo que podía aspirar. En 2001 saltó al Brescia, donde jugó dos años y compartió alineación con el gran Roberto Baggio. Eso era más que lo máximo, era la batallita que sus nietos tendrían que escuchar mil veces.
En 2003 regresó a Segunda, al Palermo. Tenía 26 años y su trayectoria iniciaba la curva descendente. Algo ocurrió en ese momento, porque el gafe se esfumó y Toni empezó a hacer cosas prodigiosas: como marcar 30 goles y meter al Palermo en la Serie A. En la temporada siguiente, más de lo mismo: 20 goles y el Palermo a la UEFA.
Cesare Prandelli es un buen entrenador que conoce la mala suerte. En 2004 tuvo que dejar el puesto de entrenador de la Roma en plena pretemporada para atender a su esposa, gravemente enferma. Tras un año en blanco, fue contratado unos meses atrás por los Della Valle, los nuevos propietarios del Fiorentina, y sólo puso una condición: que ficharan a Toni. Los riquísimos Della Valle pagaron 18 millones de euros al Palermo y se llevaron a Toni a Florencia.
Luca Toni es, a los 28 años, un delantero sensacional. Hace unas semanas anotó una tripleta con la selección italiana. Marcó en el primer partido de Liga. Volvió a marcar en el segundo. Ayer el Fiorentina se enfrentaba a un enemigo difícil, el Udinese de Vincenzo Iaquinta. El duelo de arietes tuvo un vencedor claro: Toni marcó otros dos goles y fabricó un tercero. Al final, 4-1. Iaquinta anotó un penalti y un gol que se anuló sin motivos: es bueno, como Gilardino (que ha llegado al Milan en el peor momento porque el equipo de Berlusconi sigue lastrado por la catástrofe de Estambul).
Toni, sin embargo, es algo más. En sus remates hay una elasticidad imposible, una precisión fatídica. Resulta imposible no evocar a un tipo alto como él (1,88) que también marcaba goles y que, como Toni, disfrutó de pocos años gloriosos. Toni llegó tarde. El tipo al que recuerda cada vez que se descoyunta en el área se fue demasiado pronto, a los 28, lleno de cicatrices. Una lástima, porque no habrá otro Marco Van Basten. La consolación es que de la nada haya surgido Toni, el mejor sucedáneo conseguido hasta la fecha.
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