Un tedioso y triste final
Muy triste resultó el final de las novilladas en la plaza sevillana. El festejo fue largo, tedioso, insulso... Era un cartel de escaso fuste, ciertamente, pero había que esperar algo más de tres jóvenes aspirantes a la gloria que alcanzaron, por méritos propios o no, la oportunidad de triunfar en la Maestranza. Los novillos de Gabriel Rojas, flojos y sosos, destacaron, al final, por encima de una terna conformista, anodina, cuajada de defectos y ayuna de genialidad.
Lo más emotivo de la tarde fue la presencia del subalterno José Manuel Montoliú, hijo del malogrado Manolo Montoliú, muerto en esta plaza en 1992, vivo retrato de su padre a la hora de citar al toro y colocar las banderillas. La plaza homenajeó al padre con una sentida ovación a su hijo.
Rojas/Mora, Domínguez, Currito
Novillos de Gabriel Rojas, bien presentados, flojos, sosos, descastados y nobles. Dávid Mora: media tendida, dos descabellos -aviso- y tres descabellos (silencio); estocada perpendicular y caída -aviso- (vuelta por su cuenta). Juan José Domínguez: dos pinchazos, siete descabellos -aviso- (silencio); pinchazo, -aviso- dos pinchazos, casi entera baja y tres descabellos (ovación). Currito: media tendida y un descabello (ovación); estocada (vuelta). Plaza de la Maestranza. 18 de septiembre. Menos de media entrada.
Y se acabó la novillada. Novillos de escasa colaboración. novilleros modernos, y poco, muy poco público, formado, en su mayoría, por turistas y muchos partidarios, que es lo peor que puede acompañar a un novillero. Nada más inapropiado que los olés a destiempo, esas voces fuera de lugar, esas peticiones de música... Todo muy cutre, impropio de esta plaza en otro tiempo.
Y los novilleros... Muy poco ángel, hondura a cuentagotas, personalidad inapreciable, acelerados los tres, mecánicos, pesados y aburridos. Hijos de la modernidad de esta tauromaquia que uniformiza la ausencia de sentimiento. Ninguno dijo nada ni ofreció cualidades innatas para el triunfo. Ningunó destacó por nada. Ojalá sólo tuvieran una mala tarde y el futuro les depare el éxito que ayer se les negó.
Quedó la impresión, no obstante, de que la fiesta está dejada de la mano de Dios, la afición desmadejada y el porvenir oscuro.
De no ser así, la empresa sevillana, por ejemplo, no se hubiera atrevido a suspender la corrida de la feria de San Miguel en la que iba a participar El Cid. Una decisión intolerable, inconcebible y arbitraria, que supone un nuevo bajonazo a la fiesta y otro al prestigio de la Maestranza. Argumenta la empresa que El Cid es insustituible, razón sin peso alguno porque lo que no es sustituible es la responsabilidad de los gestores con la obligación contraida con la afición.
Si un torero, sea quien sea, se lesiona, la empresa debe organizar otra corrida y que el aficionado decida si debe acudir o no. Lo más grave, sin embargo, es que se comete este atropello con el silencio de la Real Maestranza y de la autoridad competente. ¡Pobre fiesta...!
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