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B. B. King celebra sus 80 años con un disco de duetos

El 'bluesman' publica un libro retrospectivo

Diego A. Manrique

B. B. King, el más reconocido de los bluesmen, celebró ayer sus 80 años de vida cantando y tocando, como es su costumbre. La conmemoración ha sido la excusa para que convoque nuevamente a sus admiradores, unas sesiones en dos continentes que han generado una colección de vigorosos duetos, B. B. King & friends-80 (Universal). Los amigos van desde figuras que nadie identificaría con el blues -Gloria Estefan, Glenn Frey, Sheryl Crow, Daryl Hall, Roger Daltrey, Elton John- hasta el núcleo duro de colaboradores preferentes -Bobby Blue Bland o Eric Clapton- con los que ya ha grabado discos enteros.

La modestia de Riley B. King es legendaria: Van Morrison debió insistirle para que también cantara en la versión de Early in the morning que abre B. B. King & friends-80, ya que creía que su voz no tenía nada que hacer al lado de la del irlandés. Esas reticencias no son cuestión de indolencia: el hombre todavía realiza unos 160 conciertos anuales (aunque hubo años en que daba trescientos y pico shows). Tan apretado calendario obedece, entre otras razones, a sus onerosas obligaciones económicas. A B. B. le gusta el juego (de hecho, su base de operaciones está en Las Vegas) y, además, debe proveer para su extensa familia: aparte de dos ex esposas, tiene 15 hijos reconocidos y unos 45 nietos; alguno de ellos está encarcelado, lo que explica que King siempre haga un hueco para tocar gratuitamente en alguna prisión.

B. B. King & friends-80 le permitió recordar algunos de sus éxitos y temas clásicos del blues en recreaciones joviales. También hay caprichos como Funny how time slips away, eterna pieza country que interpreta con quien fuera su antiguo mayordomo, el gran Bobby Blue Bland. Para B. B. King, no hay una distancia insalvable entre el blues y el country y, si las fuerzas le acompañan, no le importaría volver a Nashville y grabar un disco entero de baladas vaqueras. También le encantaría recuperar el blues jazzeado que era la marca de su admirado Lonnie Johnson, aunque su discográfica prefiere álbumes más vendibles, como la presente colección de duetos.

De momento, lo que más le importa es dejar su marca en la tierra que le vio nacer: su proyecto más querido es el B. B. King Museum, un edificio que abrirá sus puertas en Indianola (Misisipi) el próximo año, que promete una "experiencia educativa" en forma de narración de cómo una música que nació junto a los campos de algodón ha adquirido categoría de lingua franca mundial. Lamenta que el blues todavía no haya sido lo suficientemente reconocido en Estados Unidos y cree que es una vergüenza que ahora tenga un público mayormente blanco, debido a sus connotaciones negativas entre los afroamericanos más jóvenes. Dice que ya no hay excusa para ignorar ese legado, mencionando que ahora existen -vía satélite- emisoras de radio donde sólo suena el blues.

El bluesman también ha hurgado en sus archivos para preparar The B. B. King treasure, un hermoso libro de entrevistas y fotos donde evoca sus 60 años en el negocio musical, con facsímiles de entradas, partituras, octavillas y otros recuerdos. El tomo cuenta igualmente su triunfo personal: a diferencia de tantos genios del blues que murieron en el olvido y la pobreza, B. B. ha sabido sacar rendimiento a su arte, siguiendo -así lo reconoce- la pista profesional de Ray Charles. Ahora mismo, actúa en solitario o como cabecera de un cartel con varios artistas, el llamado B. B. King Blues Festival. Tras operarse de cataratas, su estado físico es aceptable, aunque se sienta para tocar y en los inevitables actos públicos donde se le homenajea. Si todo va bien, asegura, los 90 años le pillarán agarrado a su Lucille, esa guitarra que Gibson fabrica según sus especificaciones.

B. B King, en una actuación en la plaza madrileña de Las Ventas el año pasado.
B. B King, en una actuación en la plaza madrileña de Las Ventas el año pasado.MIGUEL GENER
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