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Columna
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Sonrisas

Manuel Rivas

Gioconda. Los responsables del museo del Louvre calculan que este año la sonrisa de Monna Lisa del Giocondo atraerá a ocho millones de visitantes. La característica de este nuevo visitante es la urgencia, el apremio, el ansia. Llega atraído por lo indemorable. El resultado es que se produce a diario una interminable y tensa cola de seres imperiosos, formados en la vanguardia contemporánea del Cuanto Antes. Hay dos grandes tipos de colas en el mundo, marcadas por el apremio, pero que nunca se cruzan. La de quienes buscan imperiosamente la sonrisa de la Gioconda, blindada en una fortaleza transparente, y la de los excluidos que han perdido su sonrisa en los espejos rotos. En la cola de los turistas artísticos también desfila, a su manera, otra desesperación. Hay en el mismo lugar miles de obras maravillosas, pero muy pocos se lanzan a lo desconocido. Esperan hambrientos su turno, devoran entre docenas de ojos caníbales los despojos de la sonrisa y luego preguntan con inquietud a los vigilantes del museo: "Está extraña. ¿No se tratará de una copia, verdad?".

La vuelta. Hay una rama apasionante de la historia y es aquella que levanta el ancla, zarpa y bordea. La historia marítima. Los estudiosos del mar coinciden en señalar como la mayor gesta marítima la capitaneada por Fernão de Magalhaes y culminada por Sebastián Elcano, que recibirá del rey "la más bella arma del mundo": una esfera terrestre con los motivos del Zodiaco y el lema: Fuiste el primero en rodearme. En realidad, la primera persona que dio la vuelta al mundo, y que formaba parte de la expedición, fue el joven Henrique. Gracias a él supieron que, en efecto, la mejor forma de llegar al este era ir por el oeste. Al llegar a Malaca pudo volver a hablar su lengua. Primus circumdedisti me. ¿Quién era Henrique? Un esclavo nacido en Malaca.

El calvo. El profeta Eliseo, discípulo de Elías, hizo muchos milagros. El más destacado fue el de resucitar a un niño. Pero luego la Biblia cuenta (Reyes, 2-9) que un grupo de chiquillos le tomaron el pelo un día al grito de "¡Sube, calvo!". Eliseo, que era calvo, los maldijo en nombre de Jehová y 42 chavales fueron devorados por los osos. El estrés de los profetas.

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