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Crónica:VUELTA 2005
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un día para Pakito

Mancebo gana en Arcalís a Heras y al líder, Menchov, y logra su primer triunfo en una gran carrera

Carlos Arribas

A veces, ufanos, los directores dicen que sus equipos son familias, que los corredores son sus hijos. Otras veces son los corredores los que se exaltan, gritan, lágrimas en los ojos de emoción, se abrazan a su director y le dicen: "Eres mi padre". Son, tanto las palabras de unos como las acciones efusivas de otros, hipérboles emotivas, reacciones sentimentales que sólo se producen en los grandes momentos, después de firmar un contrato millonario, por ejemplo, después de un triunfo apoteósico.

La familia es otra cosa.

Lo saben muy bien algunos de los corredores que fueron protagonistas de la etapa de ayer, la del final en alto en la cima en la que Ullrich ganó el Tour del 97, Ordino-Arcalís, en el corazón de Andorra, y en la que Paco Mancebo, que lleva en sus piernas 36.674 kilómetros recorridos en 12 grandes vueltas, 229 etapas en Giro, Tour y Vuelta, logró, a los 29 años, por primera vez levantar el puño con rabia al cruzar el primero la meta.

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La familia es la sangre. Lo sabe muy bien Unai Osa, que se pasó toda la ascensión final llorando, que llegó al autobús del equipo llorando, penando por su hermano Aitor, que se cayó bajando el col de Montaup cuando iba escapado, golpeó el asfalto con su costado izquierdo y se rompió la clavícula. Aitor, medio siamés de Unai, sin cuya complicidad no hace nada, ni siquiera cambiar de equipo -los dos se van el año próximo al Liberty- abandonó el día que podía haber ganado. Unai, el pequeño que no hace nada sin tener a Aitor al lado, lloró como si también le doliera la caída, como si también se hubiera roto el hombro.

La familia es el sudor compartido. Lo sabe Carlos García Quesada, héroe del día, una de las piezas principales del entramado que con tanta alegría mueve Vicente Belda en cuanto la carretera se empina -la otra es Rubén Plaza, más cuajado, más callado, más temible-, quien atacó de lejos, porque enseguida se acalora, le puede el amor propio, y logró llegar al final en medio del quinteto que se disputó el triunfo de etapa entre otras cosas porque mediada la última ascensión su hermano Adolfito, Fito, que iba en otra fuga tempranera, le esperó y tiró de él hasta quedar exhausto. "Nadie como un hermano", dijo en su granaíno cerrado Carlos, el pequeño. "Sólo con un hermano sabes seguro que lo da todo por ti".

Paco Mancebo, Pakito, no tiene hermanos profesionales de la bicicleta, pero tiene mujer, Luisa, y una hija que nació el 7 de julio, cuando él sudaba en el Tour, y que se llama Paula. Mancebo tiene una familia con la que le gusta estar, viajar, recorrer Gredos, vivir. Como para Pakito, como para Luisa, la vida en pareja es un derecho irrenunciable; como para Pakito es igual de irrenunciable su profesión, el sacrificio diario, los entrenamientos torturantes, los ajustes para llegar a la Vuelta más fuerte que nunca, la solución llegó rodada. Mancebo, que desconocía la mayoría de puertos de la ronda, firmó contrato para los próximos años con el Ag2r francés, hizo las maletas, cargó la bicicleta en el coche y se subió con la familia al norte de la península a recorrer puertos durante una semana mediado agosto. Estuvo en Pajares, en los Lagos de Enol, subía y bajaba en bicicleta, mientras Luisa y Paula hacían turismo en coche. Estuvo en Cerler y en Andorra, donde llovía el día en el que subió Montaup, y Arcalís, el día en que conoció el terreno en el que ganaría su primera etapa en una gran vuelta, el aparcamiento en el que por primera vez oiría, como un niño con zapatos nuevos, la frase "el ganador de la etapa, Francisco Mancebo".

Ayer no llovía. Ayer soplaba el viento. De cara tras una curva, de espaldas tras la siguiente. Brillaba el sol, destellaba en el maillot de Menchov, del ruso líder que se hacía el sordo ante las peticiones de Heras, el fabuloso bejarano que tras un brutal acelerón de su compañero Scarponi se encontró con cinco kilómetros por delante, y el viento, en los que demostrar sus habilidades y con el ruso, implacable, a rueda. Por detrás, Pakito parecía el de siempre, cuello torcido, dientes apretados, condenado a perseguir. Pero esta vez la persecución cuajó. Pakito alcanzó a la pareja de moda, se puso delante, apretó los dientes, torció más el cuello, y por una vez su joroba fue hermosa, y atacó, desgastó a los rivales. Pensó en la etapa, en la general, en Paula, en Luisa. Pensó en él mismo, en el sprint final, en el que superó, contra todo pronóstico, a Heras y Menchov, que habían arrancado antes.

Mancebo celebra su triunfo en la línea de meta por delante de Heras y Menchov.
Mancebo celebra su triunfo en la línea de meta por delante de Heras y Menchov.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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